Mundo ficciónIniciar sesiónUna noche de tormenta, mientras Aurora Moretti huía del peligro que la acechaba, un hombre surgió de las sombras y la salvó. Despertó en la imponente mansión de Lorenzo Vitale, el mafioso más poderoso de la ciudad, un hombre cuya mirada oscura y presencia imponente podía intimidar hasta al más valiente. Entre amenazas constantes, niños que necesitan protección y la atracción irresistible que crece con Lorenzo, Aurora deberá decidir si arriesgar su corazón y su vida en un mundo donde la pasión y el peligro se entrelazan a cada instante.
Leer másLa mansión, antes un escenario de caos y traición, se había transformado en un santuario, un refugio donde solo cabían el dolor y la paz recién ganada. Los guardias patrullaban con una intensidad febril, pero dentro de sus muros, solo existía el silencio reverente del alivio.Aurora esperaba la llegada de Lorenzo y los niños frente a los ventanales de la sala, su propio cuerpo un manojo de nervios y determinación. Había terminado de acomodar la habitación de los niños minutos antes, quería que todo estuviera en órden para cuando regresaran.Había sido difícil permanecer en la periferia de la guerra, sabiendo que la vida del hombre y los niños que amaba se jugaba en la oscuridad. Cuando las camionetas negras emergieron de las sombras hacia el frente de la mansión, su corazón saltó dentro de su pecho.No perdió tiempo en apresurarse hacia el jardín principal. La primera en salir a su encuentro fué Elisabetta. La niña, aunque cansada y con los ojos somnolientos, corrió a los brazos de Au
La noche se había convertido en un enemigo silencioso. Era un manto espeso arrastrando frío e incertidumbre. La lluvia había remitido, dejando tras de sí un aire denso y pesado, impregnado con olor a tierra mojada y la promesa de violencia.Lorenzo y sus hombres se desplazaron por el perímetro de la finca como si lo conocieran a detalle, eran sombras sigilosas fundiéndose en la oscuridad de la noche, fantasmas con una misión.La vieja mansión, una fortaleza de piedra antigua, se alzaba imponente ante ellos, dispuesto a devorarlos. Cada paso de Lorenzo era una agonía contenida. Las heridas bajo su piel eran un fuego latente que la adrenalina intentaba sofocar. Era la determinación la que lo impulsaba, rabia y la necesidad de recuperar a sus hijos.La infiltración no era un acto de fuerza, sino de precisión. Utilizando el acceso descubierto por su equipo de inteligencia, Lorenzo se deslizó hacia la rejilla del sistema de ventilación. Era estrecha, fría, y olía a polvo acumulado como una
El gran comedor, que hacía apenas dos noches había sido un altar macabro para la agonía de Lorenzo, se había convertido en la silenciosa y fría sala de guerra. El mármol y la caoba albergaban mapas, planos de construcción y fotografías aéreas de una mansión desconocida.Lorenzo se movía sin importarle la incómoda molestia de sus heridas recientes. El dolor era un recordatorio de lo que había pasado, lo que había perdido y quiénes fueron los causantes. Su mente funcionaba con la precisión despiadada de un reloj. No había espacio para el sueño, el secuestro de sus hijos se había convertido en su vigilia. El descanso era un lujo que su alma, convertida en un témpano de hielo, se negaba a pagar.Aurora se movía en las sombras de esa intensidad. Había asumido el rol de guardiana de su supervivencia. Su presencia era un ancla silenciosa, una fuerza gravitatoria que impedía que Lorenzo se consumiera por la rabia. Cada cierto tiempo, sin mediar palabra, aparecía con un plato de comida calie
En medio de la tormenta, el rugido de un motor interrumpió el lamento de Aurora. No era el ruido sutil de una huida, sino la embestida desesperada de un predador acorralado. El sonido se volvió cercano, brutal, y se detuvo con un chirrido violento en la grava del frente de la mansión.Aurora se levantó del suelo en un impulso, aún sintiendo el ardor de la bofetada de Isabella en su piel y las lágrimas bajando por sus mejillas. Ni siquiera miró por la ventana, corrió hacia el recibidor sabiendo que sus súplicas habían sido escuchadas.Estaba descendiendo los últimos escalones cuando la puerta principal se abrió con violencia. Dos de los hombres de Lorenzo entraron cargando su cuerpo inconsciente, sus rostros eran máscaras de urgencia y seriedad.A Aurora se le cayó el alma a los pies al ver a Lorenzo. Su figura era un lienzo de sombra y oscuridad. No llevaba chaqueta y su impoluta camisa blanca ahora estaba empapada en carmesí. La sangre era una ofrenda oscura que manchaba todo a su pa
—Tenías razón, niñera —la voz arrogante de Isabella se filtró en medio de la tormenta—. Siempre estuve detrás de todo.Su silueta, fría y segura en su traje negro, contrastaba con la vulnerabilidad que reflejaba Aurora, descalza y en pijamas, con el cuerpo tenso y ardiendo. Los dos hombres armados solidificaban la traición en medio de un terreno hostil.Aurora ni siquiera sintió miedo ante la amenaza de las armas apuntándole, solo pensaba en los niños temblorosos en los brazos de Isabella. Su voz, que había sido un hilo de desesperación, se tensó hasta convertirse en un alambre de acero.—Isabella, por favor. Lo que tengas que resolver es entre nosotros, conmigo y con Lorenzo. Pero a ellos… —Aurora dió otro paso. La mano de uno de los hombres se movió imperceptiblemente, un aviso mudo—. A ellos déjalos en paz. Son tus propios hijos, Isabella.La exesposa soltó una risa burlona y fría, destilando una satisfacción maliciosa ante el poder absoluto. Era la calma de la cumbre, la paz que s
Aurora se quedó inmóvil en el recibidor, sintiendo cómo el gélido escalofrío que le provocaba la sonrisa de Isabella se extendía por todo su cuerpo. Subir las escaleras a confrontarla era un instinto, pero sabía que solo conseguiría alimentar el juego perverso de Isabella. —Parece que tu protector tuvo que salir corriendo —habló Isabella, cortando el tenso silencio de la mansión, como el filo de una navaja cortando seda—. Una noche agitada, ¿no crees… niñera? Aurora se irguió, sintiendo que la furia se convertía en un escudo contra el miedo. Su voz fue un dardo lanzado desde la oscuridad del recibidor. —Si algo le sucede a Lorenzo, Isabella, sé que estás detrás. Isabella soltó una risa seca, desprovista de humor, un sonido áspero que se dispersó en la amplitud del recibidor. —Qué imaginación tienes, niña —escupió con un desdén malicioso y burlón—. ¿Crees que yo, la madre de sus hijos, sabotearía a Lorenzo? Deberías concentrarte en el hecho de que en cuanto hay un verdadero pr





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