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4 | Te quedarás conmigo

Aurora retrocedió unos pasos, incapaz de apartar la mirada de Lorenzo. La sangre que cubría su rostro y camisa parecía recordarle que el mundo afuera no había cambiado, que él mismo podía ser tanto su protector como la fuente de un peligro aún mayor.

Lorenzo se acercó un paso, y Aurora sintió que su corazón se aceleraba, entre miedo y algo que no podía nombrar. La sangre en su camisa parecía cobrar vida bajo la luz, recordándole que aquel hombre no solo dominaba la ciudad… también podía dominarla a ella.

—¿Están bien, Aurora? —preguntó él, dando una mirada a los niños durmiendo como si nada hubiera pasado.

Aurora asintió despacio, todavía sin poder apartar los ojos de él y la sangre salpicando su rostro cincelado.

—Duermen —murmuró ella, siendo consciente de lo tonto que había sonado ante la obvia escena. Lorenzo casi sonrió.

—Sí, lo veo —murmuró con cierto ápice de incredulidad ante los pequeños que dormían plácidamente.

Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. La mansión estaba en silencio, como si contuviera la respiración.

Por un momento, el silencio los invadió. Aurora miró el torso de Lorenzo y entonces notó la manera en que la tela de su camisa se pegaba a su hombre y avanzó un paso como si algo más fuerte que su voluntad la empujara a acercarse.

—Está herido —pronunció.

Lorenzo bajó la mirada hacia su hombro, y luego volvió a mirarla, sus ojos oscuros fijos en los de ella.

—No es nada.

—Pero está sangrando —insistió Aurora, dando un paso más hasta quedar frente a él.

Por un instante, pensó que la rechazaría, que se apartaría de ella como lo haría cualquier hombre que no quisiera mostrar debilidad. Pero en lugar de eso, Lorenzo inclinó apenas la cabeza, como si le diera permiso sin necesidad de palabras.

—Ven conmigo —dijo, girando para caminar hacia su habitación.

Aurora lo pensó un momento antes de seguirlo y dió una última mirada a los niños antes de cerrar a sus espaldas. Cada paso era un recordatorio de que estaba entrando más y más en su mundo, ese del que él mismo le había advertido que no cualquiera salía ileso.

La habitación de Lorenzo era amplia, elegante sin ser ostentosa, con paredes de un gris oscuro que parecía beberse la luz de la lámpara encendida en la esquina. Él se detuvo frente a un mueble, tomó un botiquín y se lo tendió.

—Puedes usar esto —dijo, comenzando a desabotonar su camisa.

Aurora desvió la mirada por instinto, pero sus ojos regresaron casi de inmediato, atraídos por la línea de sus hombros, el movimiento de sus manos, la piel marcada evidenciando un duro enfrentamiento.

Aurora pasó saliva e inhaló profundamente, tomando valor para acercarse a él y sentarse a su lado. Desinfectó sus manos notando el ligero temblor, antes de sacar lo necesario para comenzar a limpiar la herida de Lorenzo.

Aurora intentó tranquilizarse, inspirando y expirando con cuidado, pero antes de que pudiera recomponerse, Lorenzo tomó sus muñecas con firmeza contenida y la obligó a levantar la vista, sus ojos oscuros atrapándola con una intensidad imposible de ignorar.

—Tranquila, Aurora —susurró, su voz grave y profunda rozando sus oídos—. El peligro ha pasado.

Aurora pasó saliva. Aquellas manos que habían asesinado hombres rodeaban sus muñecas de una manera que el contacto despertó una extraña calidez bajo su piel.

«¿Pero por cuánto tiempo?» se preguntó internamente, pero se mantuvo en silencio.

Aurora respiró hondo, tratando de controlarse, y asintió antes de comenzar a limpiar la herida. El silencio se volvió denso, cargado de algo que no podía nombrar. Cada vez que su mano rozaba su piel, Aurora sentía que el aire se volvía más espeso.

—Ha cuidado bien de ellos —dijo Lorenzo de repente, rompiendo el silencio—. Incluso duermen.

Aurora permaneció en silencio, pero cada uno de sus movimientos se volvió más medido, mientras sus ojos delataban la tormenta de pensamientos que luchaban por salir.

—No creo que pueda, Lorenzo —admitió en un susurro—. Esos niños son realmente encantadores, pero no creo que pueda con la responsabilidad.

—Pues éste día me demostraste lo contrario, Aurora. Supiste mantener la calma y cuidar de ellos aún en medio del caos. No tienes que decidir ésta noche, entiendo que fué un día largo y no es una decisión que se tome a la ligera —pronunció con calma—. Pero al menos dime que vas a pensarlo.

Aurora lo miró en silencio, inmersa en aquellos iris oscuros. En ese momento, no dijo nada. Terminó de vendarlo y retrocedió un poco, notando que había estado demasiado cerca. Lorenzo buscó en su mirada una respuesta y Aurora finalmente asintió.

—Lo pensaré.

—De acuerdo.

Lorenzo se puso de pie y tomó una camisa limpia del armario. Aurora no pudo evitar mirarlo mientras se la colocaba, hasta que él volteó la cabeza y la sorprendió observándolo. Ella apartó la mirada de golpe, sintiendo las mejillas encendidas.

Aclaró su garganta antes de hablar.

—Quiero irme a casa.

Lorenzo la miró.

—Te llevaré —dijo mientras se colocaba una chaqueta con cuidado—. A menos que quiera que otro lo haga, pero Aurora negó.

(***)

Aurora tenía la mirada perdida en la ciudad a oscuras pasando desde el otro lado del cristal, estaba sumida en sus pensamientos y los recuerdos de las caóticas horas pasadas.

Lorenzo iba a su lado, tecleaba algo en su móvil pero de vez en cuando miraba de reojo a Aurora. Realmente esperaba que aceptara su propuesta porque algo le decía que ella tenía lo necesario para ser la niñera de sus hijos.

Por el lugar en que había crecido y a quien se había atrevido a pedirle un favor para ayudar a su madre, le decía que ella conocía un poco de ese mundo, que tenía determinación y un corazón noble. Sabría acostumbrarse y ser precavida, pues era una chica inteligente.

Además de dulce y simpática.

Cuando llegaron, Lorenzo la acompañó hasta la puerta de su departamento. Aurora giró la llave, empujó la puerta… y se quedó inmóvil.

El lugar estaba hecho un desastre. Los cajones volcados, los pocos muebles que tenía desordenados, sus pocas pertenencias esparcidas por el suelo. Era como si alguien hubiera querido recordarle que allí no tenía poder, que estaba a merced de otros.

Aurora cubrió su boca con su mano y sintió que la frustración le hacía un nudo en la garganta. Había perdido a su madre, su hogar se había convertido en un lugar inseguro, y ahora su vida entera estaba en la mira de Aurelio y sus hombres.

—No puedes quedarte aquí, Aurora —las palabras de Lorenzo fueron como una sentencia.

Ella lo miró, incapaz de hablar.

—Puedes quedarte en mi casa esta noche —agregó, con esa calma que parecía imperturbable—. Y las siguientes, si aceptas mi propuesta. Tendrás tu propia habitación y me haré cargo de su deuda, Aurora. Además, estoy seguro de que a ellos les gustaría verte al despertar.

Aurora sintió que el corazón se le aceleraba. Él dio un paso más, lo suficiente para que su sombra la cubriera, lo suficiente para que pudiera oler el aroma de su colonia, agradable y masculino.

—¿Qué dices, Aurora? —preguntó, su voz baja, peligrosa en su cercanía—. ¿Vienes conmigo?

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