“Yo siempre he querido ser buena. Luego recuerdo todo lo que me hicieron, y se me pasa”. ... ¿Cómo se convierte una MUJER en una VILLANA? Cuando lo pierde todo… ¡NO! Cuando LE QUITAN todo. Regina lo supo cuando se vio caminando sola en medio de la noche mientras empezaba a nevar. Le habían quitado matrimonio, amor, familia, y lo peor: a sus hijos. Su esposo acababa de obligarla a firmar el divorcio y la había echado a la calle literalmente con lo que llevaba puesto. Quizás por eso pasar la noche con aquel desconocido que era un huracán de sudor y lujuria, fue como un alivio para el corazón de Regina… sin saber que Viggo Massari se convertiría en uno de los hombres más importantes de su vida. … “—Christian St Jhon, Toshiro Ren, Viggo Massari: —Mi amiga Verónica los señala, sentados al fondo del club—. Los tres reyes de Wall Street, y milagrosamente, ninguno tiene reina todavía. La pregunta es: ¿A cuál vas a elegir para que sea la lanza y el escudo de tu venganza? —¿Y quién dijo que tengo que elegir? —Sonrío despacio mientras mi vista pasa sobre ellos—. Los quiero a los tres”. 4 novelas en este link: 1 Reina de Reyes. 2 Reina del Odio. 3 Reina del Mar. 4 Reina de hielo
Leer másCapítulo 1. La esposa perfecta
Acaricio mi vientre con una sonrisa, sé que mi embarazo todavía no se me nota mucho porque apenas tengo cuatro meses, pero estoy tan feliz que solo puedo pensar en eso. No es el primero, y cuando recuerdo que Devon y yo hemos perdido dos embarazos anteriores el miedo me asfixia, pero tengo todas mis esperanzas puestas en que todo saldrá bien con este bebé.
Bajo a la cocina y la inundo con el olor del café recién hecho. Dejo el desayuno listo, la mesa impecable, el portafolio ejecutivo de mi esposo está preparado y Bonnie, mi suegra, ya está sentada frente a su taza de té con leche, hojeando la sección financiera del periódico como si entendiera algo.
Mi esposo entra al comedor con su traje perfectamente ajustado y ese aire de seguridad del que me enamoré. Me envuelve en un abrazo y acaricia mi vientre saludando al bebé, y luego parece recordar algo del trabajo.
—Amor, ¿el informe de TradeLink? ¿Crees que deberíamos movernos rápido? —pregunta mientras ajusto su corbata.
—Creo que deberías esperar hasta el cierre de esta tarde para decidir. Es probable que el mercado reaccione al anuncio de las tasas en Europa. Si entras ahora, es arriesgar demasiado —le repito como si fuera un niño pequeño en lugar del CEO de nuestra empresa.
Devon asiente, confiado, y me hace un guiño mientras toma un sorbo de café. Es lo que más me gusta de él: siempre me escucha aunque yo sea la que se queda en casa cuidándolo y él sea el que dirige la compañía.
—¿Qué haría sin ti, Reg? —dice, besándome de nuevo mientras arranca una florecita del arreglo de la cocina y me la entrega—. Eres mi as bajo la manga, mi tesorito.
—No me hagas sonrojar tan temprano —bromeo, aunque por dentro sus palabras me derriten.
Esta es mi rutina y la amo: Cuidar cada detalle. Ser la esposa perfecta. Devon siempre sale de casa preparado para conquistar el mundo, y Bonnie nunca deja de comentar lo feliz que es su hijo conmigo.
—Devon, no llegues tarde hoy —le recuerda Bonnie mientras él toma su portafolio—. Regina necesita descansar así que tú y yo le prepararemos una cena digna de una reina.
—No te preocupes, mamá. Volveré temprano.
Devon se despide de mí con un beso más largo, amoroso, sexi que me llena de mariposas en el estómago. Lo amo tanto que no puedo imaginar mi vida sin él.
—Vamos, linda, siéntate a desayunar y bébete tu zumo de naranja, lo hice especialmente para ti —insiste Bonnie, doblando cuidadosamente el periódico—. El doctor Greer dice que necesitas vitaminas, y ten, tus pastillas de ácido fólico.
—¡Gracias Bonnie! —respondo y me tomo las pastillas con el zumo sin protestar, porque se siente muy bien que mi familia cuide de mí.
Mis padres murieron cuando yo era pequeña, así que todo mi amor es para esta familia que gané cuando me casé con Devon en la Universidad.
El timbre de la puerta interrumpe el momento, y al abrir me encuentro con mis dos mejores amigas: Verónica y Ruby. Ambas tienen una energía contagiosa, siempre listas para arrancarme de mi rutina y recordarme que hay vida más allá de estas cuatro paredes con una vista espectacular de Manhattan
—¡Qué bonita amaneciste hoy! —exclama Ruby, entrando como un torbellino y abrazándome—. ¿Sin ascos ya?
—¡Sin ascos! ¡Y con antojos! —respondo y Vero me abraza después.
—¡Pues entonces tienes que venir con nosotras hoy!
—¿A dónde? —pregunto, riendo ante su entusiasmo.
—A donde sea menos aquí —responde Ruby, cruzando los brazos y mirando alrededor con una sonrisa—. Necesitas aire, Regina. No puedes pasar todo el embarazo encerrada. Tendremos día de spa y luego iremos a almorzar.
—¡Uff, me apunto! Y encima me voy en pantuflas... —empiezo a decir, pero Bonnie nos interrumpe con expresión preocupada.
—Cariño ¿estás segura? Necesitas tranquilidad, y estar en casa es lo mejor para el bebé.
—No vamos a llevarla a correr un maratón, Bonnie —dice Ruby con una sonrisa dulce porque ella sabe que mi suegra es un amor—. Es solo una salida tranquila. Nada que la agote. ¡Te lo prometo!
Bonnie parece inquieta pero termina asintiendo con un suspiro.
—Está bien, pero prométeme que te cuidarás mucho, Regina. Nada de movimientos bruscos ni esfuerzos innecesarios.
—Lo prometo —digo, tratando de contener una sonrisa.
—¡Y si te sientes mal llama al doctor Greer! ¡Siempre al doctor Greer, que sabes que es de la familia!
Le doy un beso en la mejilla antes de salir y juro que mis uñas se ven más bonitas después de que una chica experta las arregle.
Tres horas después entramos en “Mané”, uno de los restaurantes más exclusivos del Uper East Side, cortesía de Verónica que siempre tiene contactos en los mejores lugares.
El ambiente es elegante y lujoso, nos llevan a un reservado con una vista increíble y hablamos de trivialidades, chismes y planes futuros, y por supuesto del bebé.
—¿Y cómo está Devon? —pregunta Verónica mientras toma un sorbo de su limonada.
—Bien. Está emocionado con un trato importante en la empresa. Si todo sale como esperamos, podría ser el mayor logro de su carrera.
—¿De su carrera? —pregunta Ruby, levantando una ceja—. Regina, todos sabemos que el cerebro detrás de esos logros eres tú.
—No digas eso tan fuerte. Bonnie podría escucharte, incluso desde aquí —bromeo.
—No sé cómo has llegado a tener tan buena relación con ella —murmura Verónica—. Creí que a tu suegra jamás se le iba a pasar el amor incondicional por la tal… ¿cómo era que se llamaba? ¿La primera novia de Devon?
—¿Anabella? —murmuro y Ruby hace una mueca.
—¡Esa, la que lo dejó tirado porque no era lo suficientemente rico! —escupe—. ¡¿Cómo se le habrá quedado el ojo ahora que es millonario?! ¡Jajajajajaja!
Y su emoción sobresalta a uno de los camareros, mandando al suelo seis copas de las más finas y caras.
—¡Dios, mi jefe me va a matar…! —escucho susurrar al muchacho, que se inclina a recoger el desastre sudando frío—. No puedo perder este trabajo, no puedo…
Su miedo me toca la fibra sensible (que soy toda yo con este embarazo) y apenas se acerca el capitán de salón le digo que fue mi culpa.
—Yo lo empujé sin querer —digo sacando mi tarjeta—. Por favor cárguelo a mi cuenta, no fue culpa del chico, se lo aseguro.
Él me mira con el agradecimiento reflejado en los ojos porque en un sitio como este probablemente no se encuentre gente amable muy a menudo, y luego las chicas y yo volvemos al menú, debatiendo qué vamos a pedir.
Nos reímos juntas, y por un momento, todo parece perfecto. Pero entonces, un dolor agudo en el vientre me corta la respiración.
—¡Regina! —exclama Verónica, agarrándome del brazo mientras intento mantener la calma.
—Me duele... No sé qué pasa... —balbuceo, sintiendo cómo el pánico comienza a apoderarse de mí porque por desgracia es un dolor que reconozco.
—Vamos al médico —dice Ruby levantándose.
—Tengo el número de mi doctor…
—¡No creo que haya tiempo, linda! ¡Necesitamos ir al hospital más cercano, ya! —insiste Verónica y me doy cuenta de que lo dice porque acaba de ver el pequeño charco oscuro que se está formando a mis pies.
Todo se vuelve borroso mientras el dolor aumenta. El coche acelera mientras mis amigas intentan mantenerme tranquila, pero el miedo me consume. Algo está mal. ¡Algo está mal con mi bebé!
Y, en ese momento, todo se oscurece.
REINA DE HIELO. CAPÍTULO 68. La decisión de la justicia.El fiscal no dice nada, solo asiente levemente y escribe algo en sus notas; pero no me preocupa porque mi madre tiene más contactos que el teléfono de un vendendor en línea, y no ha faltado quien la ponga al tanto de la situación: La jueza del caso de la patente sufrió heridas leves, pero el Comité Judicial decidió premiar su negligencia degradándola. Así que solo Dios sabe a qué se dedicará cuando salga del hospital.Un nuevo juez fue asignado y ese sabe que no puede equivocarse, en especial cuando la opinión pública está con los ojos bien puesto sobre este caso.—El veredicto se dará en una semana, después de una audiencia protocolar —anuncia del fiscal con la misma voz grave—. Hasta entonces, le agradecería que no comenten nada con la prensa.Le hago un gesto de aceptación y me levanto, respiro hondo. Afuera me espera un sol brillante que choca fuerte con todo lo que acabo de vivir. Camino hacia la salida, lista para desapare
REINA DE HIELO. CAPÍTULO 67. ArroganciaEl estruendo es seco, violento, como un trueno que rompe en pedazos toda la realidad. No veo nada. Solo humo, gritos. La onda expansiva debe lanzanrme contra el suelo, pero lo que me recibe es el cuerpo duro de Viktor, le envuelve en un abrazo gigante, como un capullo, y caigo sobre él. Por un momento casi no puedo respirar, sé dónde estoy, la cabeza me zumba, los oídos me pitan. El aire está denso, cargado de polvo y miedo.Pero cuando empiezo a ser más consciente siento un cuerpo encima del mío. Calor, peso, urgencia. Es Viktor. Su voz me llega lejana, como si viniera desde muy lejos, desde otra dimensión.—¡Alma! ¿Estás bien? ¡Contéstame! ¡Alma, por Dios!No puedo hablar. Solo asiento muy levemente, me cuesta incluso mover los labios. Él se incorpora, me toma en brazos y me levanta como si pesara menos que el humo que nos envuelve. Corremos —bueno, corre él, yo apenas existo entre sus brazos— por un pasillo que ya no reconozco. Los gritos y l
REINA DE HIELO. CAPITULO 66. Una advertencia menospreciadaVIKTOR.Estoy parado en el pasillo del hospital, con el cuerpo aún tenso y la mente llena de preguntas que nadie parece dispuesto a contestar. El aire frío y estéril del lugar me golpea la piel, y el eco de mis propios pasos retumba contra las paredes blancas.Alma alejándose de mí, con ese taconeo feroz de mujer adulta, con ese vestido negro que parecía una declaración de guerra, me está matando lentamente. No lo niego, una parte de mí extraña a mi niña inocente, dulce… pero el resto de mí está absolutamente impresionado por la mujer que no vi, la fría, calculadora, la dolida, la que yo rompí, la adulta… la villana.El “ejército de toy boys” me revuelve el estómago, porque sé que si ahora mismo siquiera la roza otro hombre, es por mi culpa, que me desquicié cuando Lars tocó a mi puerta con su investigación, y ni siquiera me molesté en preguntarle su versión a Alma, o al menos en tratar de averiguar las cosas por mí mismo ante
REINA DE HIELO. CAPÍTULO 65. Un ejército para una villanaKarin se queda congelada frente a mí, como si la hubiera picado una serpiente. Pálida, temblorosa, rabiosa mientras Viktor me mira de reojo, y por primera vez noto que duda y no de mí.Lo entiendo, no tiene problemas en dudar de Karin, pero ahora mismo lo que está matándolo es la certeza de que su juicio con las personas no es bueno, que puede haber protegido a quien no lo merecía y atacado a quien debió amar sin sombra de dudas. ¡Y sí, esa soy yo! —¿Es verdad? —me pregunta, bajando la voz, y entiendo que el arrepentimiento en él necesita sentir esa última estocada. —Claro que sí —le respondo con una sonrisa que no significa nada—. Estafamos frente a la sucursal de Tiffany´s, fui por un reloj que encargué para mí. Basta con investigar un poco, ellos mismos podrán darte las grabaciones de la cámara de seguridad.Viktor se gira hacia Karin, y la intensidad en sus ojos le daría miedo hasta al hombre del saco.—¿Qué hiciste, Kari
REINA DE HIELO. CAPÍTULO 64. Mi palabra contra la tuyaViktor se pone de pie de golpe y la cámara de mi madre lo enfoca bien, al punto de que puedo ver el temblor en sus manos.—¿Qué…? ¿Qué pasó? ¡¿Está bien?! —exige saber y mi madre se gira hacia él.—Está en el hospital presbiteriano, estable y siendo muy bien atendida. Y en cuanto a qué pasó, le sugiero que le haga esa pregunta a la mujer que la empujó frente a un vehículo en movimiento —sisea y otra vez ahí está, el espanto en su rostro, como si presintiera la respuesta pero no fuera capaz de creerla del todo.La jueza al frente del caso asiente con un movimiento de cabeza y balbucea algo sobre comprobar los motivos del ataque antes de que su juicio se vea involucrado en algo penal.—Entendido —dice por fin—. Procederemos con la audiencia en su ausencia.Pero en la cámara de mi madre, puedo ver que Viktor ya no escucha. Se quita el reloj, se echa hacia atrás la silla, se suelta un poco la corbata. Y de pronto se levanta. Camina ha
REINA DE HIELO. CAPITULO 63. MigajasMe voy sin mirar atrás. Él intenta seguirme, lo sé. Escucho su voz, ese “¡Alma, espera!” que me araña los oídos, pero mis guardaespaldas hacen su trabajo y lo frenan con firmeza. Uno de ellos lo detiene con una mano en el pecho; y yo ni me inmuto, ni me giro. No tiene derecho a pedir ni reclamar nada.Subo al auto con las piernas temblándome, pero con la mirada bien alta. No sé si por el mareo del embarazo o por todo lo que me estoy tragando. Pero a fin de cuentas hago lo que mejor sé hacer: tragar en seco, aprender, soportar y seguir adelante. Lo he hecho desde que era una niña, con la diferencia de que este “adelante” debe ser un paso en firme en toda regla.No quiero volver a casa de mi familia, no con todos encima, porque aunque estén cuidándome, eso también me hace sentir demasiado vulnerable. Así que saco el teléfono y le digo a la Regina que me acompañe a ver un departamento que vi hace unos días en una página de ventas. Me hace bien pensa
Último capítulo