Mientras los niños cenaban, Aurora se escabulló por el pasillo en busca de Lorenzo. Las fotografías que había hallado esa tarde parecían pesarle en el pecho, urgentes, imposibles de postergar. Se detuvo ante la puerta de su despacho, respiró hondo para calmar el temblor de sus manos y golpeó suavemente.
—Adelante —la voz de Lorenzo llegó baja, grave, y por alguna razón hizo que su pulso se acelerara. Aurora empujó la puerta y entró. El despacho estaba iluminado por una lámpara en la esquina, que bañaba la habitación de un tono ámbar. Lorenzo estaba de pie, apoyado en el borde del escritorio, sin la chaqueta del traje, y tenía las mangas arremangadas hasta los antebrazos. —Aurora —su mirada se posó sobre ella y rápidamente supo, por la expresión en su rostro, que algo no andaba bien—. ¿Está todo en órden? Aurora caminó hasta el escritorio y dejó el sobre frente a él. —Las encontré esta tarde —dijo, y su propia voz le sonó más temblorosa de lo que le habría gustado. Lorenzo frunció el ceño, tomó el sobre y lo abrió. Sacó las fotografías y las fue mirando una por una. No dijo nada, pero el leve endurecimiento de su expresión fue suficiente para hacer que a Aurora se le helara la sangre. —¿Dónde estaban los niños cuando llegó esto? —preguntó finalmente, sin apartar la vista de las imágenes. —Jugando en el comedor —respondió Aurora, con un nudo en la garganta. Lorenzo apoyó las fotos sobre el escritorio con demasiada calma. —Alguien estuvo aquí, Lorenzo. Esas fotografías son de ésta mañana —habló con preocupación en la voz—. No creo que sea un lugar seguro, ni para ellos ni para ninguno de nosotros. —Haré que mis hombres revisen todo el perímetro, el sistema de seguridad no detectó nada ésta tarde… —¿Y estarás tan tranquilo aún sabiendo lo que ocurrió ayer? Este lugar no es seguro. —Eso no volverá a pasar, Aurora. ¿Crees que no paso cada segundo de mi vida asegurándome de que ellos estén a salvo? —No es suficiente —respondió ella con una fuerza que la sorprendió a sí misma—. No mientras vivan rodeados de hombres armados y de enemigos que saben dónde encontrarlos. No mientras alguien pueda entrar a la mansión, fotografiar a tus hijos y dejar este sobre como si nada. La mirada de Lorenzo se endureció. —No entiendes cómo funciona este mundo —dijo por fin, dando un paso hacia ella, su sombra cubriéndola. Aurora sintió que el aire se volvía más pesado entre ellos, pero no dio retrocedió—. Llevo años cuidándolos y velando por su seguridad para que puedan vivir tranquilos aún... —Sobrevivir no es lo mismo que vivir —lo interrumpió, clavándole los ojos—. Y tus hijos merecen más que esto, Lorenzo. Por un instante, todo quedó en silencio. Lorenzo la observó, inmóvil, su respiración pesada. Esa frase había tocado algo que prefería no mirar demasiado de cerca. Aurora lo supo. Y aun así, no se quedó allí para suavizar el golpe. —Solo... haz lo que tengas que hacer —murmuró antes de dar media vuelta y alejarse en dirección a la puerta sin mirar atrás. Lorenzo se quedó solo, pero el aroma del suave perfume de Aurora permaneció flotando a su alrededor. Permaneció inmóvil, escuchando las palabras de Aurora como un eco incesante en su mente. Sus ojos se posaron en las fotografías esparcidas sobre el escritorio y la tensión se le marcó en la mandíbula, un impulso rabioso lo dominó y, en un movimiento brusco, lanzó el vaso de cristal contra la pared, estallandolo en mil pedazos. (***) La mansión estaba envuelta en penumbras y sumida en un silencio tan profundo que Aurora podía escuchar el crujido de la madera bajo sus pies descalzos mientras avanzaba por el amplio corredor. No podía dormir. La discusión de hacía unas horas seguía dando vueltas en su mente, recordandole cada palabra que le había dicho a Lorenzo y la mirada en su rostro. Había actuado impulsivamente y lo sabía. La luz que se filtraba desde la puerta entreabierta de la oficina fue suficiente para atraerla. Dio dos pasos más, casi conteniendo la respiración, y se asomó tras unos golpes suaves. Lorenzo estaba allí, sentado en el sofá de cuero negro. Tenía un vaso de whisky en la mano, la luz ámbar reflejándose en el líquido y en sus ojos, haciéndolos parecer aún más oscuros. —Hola —el murmullo tímido de Aurora atrajo su mirada, ella pensó que encontraría enojo pero fué distinto. La mirada de Lorenzo reflejaba una lucha interna en su mente y un notable agotamiento—. ¿Te molesta si paso? Lorenzo la miró un instante en silencio antes de negar, —Entra. Aurora avanzó al interior de la oficina con cierta timidez, se sentó en el sofá manteniendo un poco de distancia entre ambos. Pensó qué decir pero fué Lorenzo quien rompió el silencio primero. —Pensé que estarías descansando —mencionó, antes de beber un trago del líquido ámbar. —No podía dormir —se sinceró—. Y por lo visto tú tampoco. —Sí me importa, Aurora —dijo Lorenzo en ese momento y ella lo miró confundida. —¿Qué cosa? —Ellos —pronunció y la miró, Aurora supo entonces a lo que se refería—. Su seguridad y el hecho de que por mi culpa estén bajo la mira de mis enemigos. Lorenzo agachó la mirada un momento, su postura no era dominante en ese momento, tampoco segura, se veía derrotado por la situación. —Lo sé, Lorenzo. Son tus hijos y sé que nadie podría cuidarlos nunca como tú lo haces —habló con voz suave y él la miró—. Lo que dije no estuvo bien. —Entiendo tu preocupación y sé cuán genuina es, Aurora. Mi reacción tampoco estuvo bien. Hay situaciones que a veces me superan cuando no deberían… —Eres un hombre fuerte, Lorenzo —Aurora le dió un apretón en la pierna—. Pero también eres humano y a veces actuamos de manera impulsiva, a veces no podemos impedir que algunas cosas nos afecten y lo que está pasando es normal que te haga sentir así. No podemos tener un escudo todo el tiempo. —No tiene idea de cuánto me esfuerzo para que este lugar sea un refugio —murmuró—. Pero me centro tanto en protegerlos que sé los aspectos en que estoy ausente. Te necesito aquí, Aurora… La confesión hizo que el corazón de Aurora se acelerara y un cosquilleo se arrastró bajo su piel cuando Lorenzo cubrió su mano con la de él. —Necesito de tu presencia, de tu amabilidad, de tu paciencia. Haces que la mansión se sienta más cálida y le ofreces la clase de seguridad que no puedo. Los mantuviste en calma e incluso los hiciste dormir tranquilos cuando afuera había caos. Contigo no tienen miedo. Aurora no supo qué decir ante aquellas palabras, se quedó quieta, observándolo, sintiendo como si ese momento fuera uno de los pocos en que un hombre como él se dejaba ver de esa manera. Y la había escogido a ella. —No es fácil para mí —continuó él, esta vez más bajo, como si fuera un secreto que no quería que nadie más escuchara—. No es fácil dejarlos al cuidado de nadie, pero tú eres diferente, Aurora. Aurora tragó saliva, sintiendo que su pecho se apretaba. —No sé si estoy preparada para esto —susurró. —Nadie lo está —dijo, sus ojos fijos en los de ella y le dió un apretón en la mano. El contacto era simple y devastador a la vez. Ella sintió un cosquilleo subirle por el estómago, hasta la garganta, como si el aire se hubiera vuelto más espeso—. Pero no quiero que te vayas. Lorenzo bajó la mirada a su boca un segundo, y Aurora supo que si decía una palabra más, la distancia entre ellos se rompería. El momento parecía suspendido, como si el tiempo se hubiera detenido justo antes de que algo irreparable ocurriera. De pronto, unos golpes secos retumbaron en la puerta, rompiendo el silencio cargado que los rodeaba. Aurora y Lorenzo llevaron la mirada en la misma dirección, la expectación tensó el ambiente y lo impregnó con la sensación de que no se avecinaban buenas noticias. La manija giró y la puerta se abrió, dejando pasar a uno de los hombres de seguridad de Lorenzo, éste tenía el rostro serio. —Señor, encontramos a alguien.