Mundo ficciónIniciar sesiónRoma William, la imparable reina de las carreras ilegales, vive entre el peligro y la seducción hasta que una noche de pasión con Magnus Hidalgo, un estudiante serio y ajeno a su mundo, cambia su destino para siempre. Nueve años después, convertida en madre y mujer de éxito, vuelve a encontrarse con él. Entre secretos, hijos y deseo prohibido, ambos descubrirán que algunas llamas nunca se apagan.
Leer másPrólogo
El rugido de los motores siempre había sido su melodía favorita. Para Roma, no había nada más excitante que sentir la vibración de la máquina bajo sus piernas, además del olor a gasolina y el calor de la multitud que la aclamaba como si fuese un mito viviente. Allí, en la oscuridad iluminada por luces de neón y faros clandestinos, ella no era la universitaria ejemplar ni la hija responsable que creí su familia: allí ella era “La reina del asfalto”, la mujer que todos querían y temían, la que dejaba atrás a cualquiera en la pista con una sonrisa insolente en los labios.
El corazón le latía con fuerza aquella noche, casi la última antes de volver a la rutina de la universidad. Era una carrera especial, decisiva, de esas que atraían a todos los curiosos y fanáticos de la ciudad. Roma se ajustó el cinturón, luego dejó que su melena azabache cayera por su espalda de manera rebelde, y con eso levantó la barbilla con ese aire desafiante de quién le pertenecía desde que había decidido que nadie la detendría jamás.
Entre el gentío, sin embargo, había un par de ojos que no la admiraban con la misma fiebre que los demás. Magnus. Él no buscaba adrenalina ni placer en ese lugar. Solamente se sentía fuera de sitio, arrastrado por su hermano y su mejor amigo a un mundo que no entendía. Demasiado disciplinado, demasiado correcto para mezclarse con ese caos de humo y música estridente. Sin embargo, cuando la vio caminar entre la multitud, vestida de cuero negro, con la seguridad de quien sabe que manda, algo en él se quebró.
Magnus jamás lo admitiría. Ni siquiera cuando su mejor amigo le susurró con una sonrisa maliciosa:
—Déjame presentarte a La reina del asfalto, dicen que hasta los hombres más duros se arrodillan ante ella, pero no les hace caso — dijo su amigo con entusiasmo y él se negó de inmediato.
— Lo siento, pero ella no es mi tipo — murmuró con frialdad, como si esas palabras pudieran blindarlo de lo que en realidad empezaba a sentir.
Sin embargo, el rechazo no pasó desapercibido para ella. Roma escuchó, y aquello fue suficiente para despertar su instinto más peligroso: la necesidad de probarle al mundo, y a él, que nadie la ignoraba. Se acercó con su andar felino, lo miró a los ojos y con una sonrisa venenosa le susurró:
— Tranquilo, muñeco... tú tampoco eres mi tipo. Sin embargo, si vas a estar en este lugar, mejor disfruta de la experiencia.
El choque fue eléctrico. No hacía falta más. El destino, caprichoso, se encargó del resto. Minutos después, las sirenas de la policía interrumpieron la euforia de la carrera y el caos se desató. Gritos, motores encendidos, neumáticos derrapando en el asfalto, además del hermano de Magnus empujándolo hacia el primer coche que vio, y el azar quiso que fuese el de ella. Magnus subió sin pensarlo, y antes de articular una palabra, Roma aceleró con una sonrisa feroz.
El escape fue una danza entre el peligro y el deseo, con Magnus aferrándose al asiento, reprochándole que estaba loca, y ella, entre risas, le respondió:
— Todavía no has visto nada.
Lo que ninguno de los dos sabía entonces, es que de aquella noche nacería algo mucho más poderoso que el recuerdo de un cuerpo ardiente: un destino compartido. Hijos, secretos, obsesiones. Una historia marcada por la rebeldía de una mujer que jamás quiso ser domada y la sombra de un hombre que nunca pudo olvidarla.
Porque hay encuentros que no terminan en la madrugada, sino que se clavan para siempre en la piel y Roma estaba a punto de descubrirlo.
Capítulo 42 Habían pasado dos semanas desde que todo había tomado un camino diferente y el día comenzó con un murmullo suave: el sonido de dos risitas mezclándose en el pasillo de la casa hizo que Roma abriera los ojos lentamente, escuchando cómo Mateo le decía a su hermana que se apurara, que hoy sí o sí iban a salir con su papá al parque. Aquello logró arrancarle una sonrisa a la mujer mientras se incorporaba en la cama para comenzar a preparar todo. Dos semanas… dos semanas desde que Magnus había entrado en la vida de sus hijos como un huracán silencioso, pero constante y para sorpresa de Roma, los niños no solo se habían adaptado; sino que brillaban aún más cuando él estaba cerca.Decidida a que todo saliera bien el día hoy, se levantó, se preparó y luego bajó al comedor donde Magnus ya estaba sentado con sus padres además de los niños, luchando —sin éxito— contra el nudo de una trenza que intentaba hacerle a Dalhia.— Pareces a punto de declararle la guerra a ese mechón — comen
Capítulo 41 La mañana comenzó en la mansión Hidalgo con un aire distinto. María llevaba desde temprano revisando cada rincón de la casa, asegurándose de que todo estuviera perfecto para recibir a su hijo menor. No había nervios, sino emoción pura. Caleb era su torbellino favorito, el que iluminaba cualquier habitación con su sola presencia, aunque dejara un poco de caos a su paso. Magnus, en cambio, observaba todo desde la sala con su taza de café en la mano, en silencio, como siempre. Esperando a que fuera la hora para ir a buscar a los niños.— No vas a quedarte quieta, ¿Verdad? — murmuró, viendo cómo su madre pasaba el plumero por la misma repisa por tercera vez.— Déjame Magnus. No todos los días mi hijo pequeño regresa de un viaje para pasarse unos días en casa —respondió María con una sonrisa nerviosa — Además, no lo veo desde hace meses.Magnus asintió con calma, aunque dentro de él también había cierta ansiedad por verlo. Caleb era completamente lo opuesto a él, impulsivo, br
Capítulo 40 La luz dorada de la tarde bañaba la entrada principal de la mansión William, cuando Roma y Magnus cruzaron los portones en la camioneta. El sonido de risas infantiles llegaba desde el jardín lateral, cálido y despreocupado, como si la casa misma respirara alivio tras tantos años de silencios y verdades a medias.María y Daniela estaban sentadas bajo el gran árbol de glicinas, acompañadas de Samuel y Marcos. Los cuatro jugaban con Dalhia y Mateo, que corrían alrededor como dos pequeñas ráfagas de energía. La escena parecía sacada de un recuerdo que nunca pudieron vivir, pero que por fin existía.En cuanto los niños vieron a sus padres, se detuvieron como resortes dejando de correr como locos.— ¡Mamá! ¡Papá! — gritaron al unísono mientras volvían y corrían hacia ellos.Dalhia se aferró al cuello de Roma, mientras Mateo se colgaba del torso de Magnus con una confianza que todavía lo conmovía.— Mi vida ¿Cómo estuvo su día, mis amores? — preguntó Roma, acariciando el largo c
Capítulo 39 El sol de media día bañaba la ciudad con un brillo dorado, cuando Magnus cerró la puerta del vehículo después de ayudar a Roma a subir una vez más. Ella todavía tenía la expresión serena que le había quedado tras dejar a los niños en la escuela esa mañana. Habían hablado con la directora de la escuela desde el teléfono de su oficina, firmando papeles del trabajo que tenía pendiente y, por primera vez, Roma se sentía orgullosa del padre de sus hijos. Para ella pronunciar aquello en su interior era mejor que una victoria empresarial, pero por el momento no diría nada.— ¿Qué tanto sonríes? —preguntó Magnus, cruzándose de brazos una vez entró al auto.— No es nada. Solo estoy disfrutando de las vistas —respondió ella con calma, escuchando el rugido del motor.El trayecto hacia su próximo destino comenzó tranquilo. Roma miraba por la ventana del auto, dejando que el aire de la ciudad acariciara su rostro, pero pronto notó que el camino por el cual estaban yendo no era uno hab
Capítulo 38 El lunes amaneció tibio, con el canto de los pájaros filtrándose entre las cortinas. Roma yacía despierta sobre la cama desde hace horas, mirando el techo sin realmente verlo. No había dormido bien en toda la noche, debido a que las palabras de Magnus aún seguían repitiéndose en su mente una y otra vez como un eco que no encontraba salida.“Cásate conmigo.” Ella cerró los ojos una vez más, suspirando con una frustración absoluta.— Magnus está loco si piensa que me cansaré con él… —murmuró para sí misma.¿Casarse con él? ¿Ser la esposa de un completo desconocido? ¿Del hombre que durante años solo había sido un recuerdo borroso entre sus noches y sus sueños más íntimos? Lo más que ambos habían compartido eran momentos intensos de sexo y discusiones que terminaban en deseo y más sexo. Aquello no podía llamarse amor o se le podía decir sentimiento, ya que ellos eran como el agua y el aceite.Roma se giró sobre el colchón, negando con la cabeza por última vez. No podía seguir
Capítulo 37 El sol ya se encontraba en su mejor parte del cielo y se filtraba por las ramas del viejo sauce del jardín, tiñendo el mantel blanco de reflejos dorados. El aroma del pan recién horneado se mezclaba con el perfume suave del jazmín que crecía junto a la verja. Roma había querido que todo fuera sencillo, natural, sin formalidades para que sus hijos se sintieran en confianza. Justo frente a ellos había una mesa redonda no demasiado grande, con el desayuno dispuesto y sus hijos, Dalhia y Mateo, correteando entre las flores con la energía desbordante de quien no conoce aún el peso de las preguntas que van a hacer.Magnus los observaba con una mezcla extraña en el pecho: ternura, miedo y una nostalgia que lo mordía desde dentro. Esa era la primera vez que podía mirarlos sin tener miles de preguntas en la cabeza como el día de ayer.—¿Puedo decirles ya? —susurró Roma, sirviendo jugo de naranja en los vasos de cristal.Magnus asintió ante su pregunta algo nervioso, sabiendo a qu
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