El hombre miró a los niños.
—¿Pueden dejarnos solos? Los pequeños obedecieron de inmediato, como si fuera la cosa más natural del mundo. Elisabetta le dedicó una última sonrisa a Aurora, y Matteo, con ese aire de hermano mayor protector, la miró como si quisiera asegurarse de que estaría bien. La mirada de Aurora siguió los movimientos del desconocido y sus latidos se dispararon cuando éste cerró la puerta al quedarse solos. El silencio se volvió espeso y su presencia se adueñó de la amplia habitación, haciéndola sentir pequeña. Caminó con una calma segura, como si la habitación le perteneciera. Se sentó en el sofá frente a la cama y apoyó un codo en el brazo del asiento, la otra mano descansando relajada sobre su rodilla, su postura firme y segura, como un rey en su trono. Aurora se dió cuenta de que estaba conteniendo la respiración. —¿Por qué hombres de Aurelio te estaban persiguiendo? —preguntó, directo, su voz grave llenando cada rincón de la habitación. El nombre la golpeó como una bofetada invisible. Aurelio. Aquel hombre al que todos temían en su barrio. No entendía cómo este desconocido, con su traje a medida y ese porte de poder absoluto, sabía quién era el dueño de los negocios del suburbio donde ella vivía. —¿Cómo… cómo sabes quién es Aurelio? —preguntó, con cautela. Lorenzo no respondió enseguida. Guardó un silencio que pesó más que cualquier palabra. Sus ojos, de un castaño tan oscuro que parecían casi negros, se fijaron en ella con una intensidad que le erizó la piel, como si pudiera leer en ella lo que aún no había dicho. Ella tragó saliva y finalmente habló. —Necesitaba dinero para comprar los medicamentos de mi madre. En ese momento la única opción en medio de la desesperación fué Aurelio. Sabía que era un error pero no tenía otra opción —desvió la mirada, tragando el nudo en su garganta—. Ella murió hace unos meses. Él no dijo nada. Ni una expresión de condolencia, ni un gesto de sorpresa. Simplemente la observó, como si sus palabras fueran piezas de un rompecabezas que él ya había empezado a armar. —¿Eso es todo? —preguntó finalmente. Aurora alzó la cabeza con cierto orgullo. —¿Qué más quieres que te diga? —Que no me mientas. Ella sintió que se le aceleraba el corazón, pero no apartó la mirada. —No te estoy mintiendo. Lorenzo asintió apenas, con ese gesto lento y calculado de quien ya sabía la respuesta pero solo quería confirmarla. Después se acomodó en el sofá y la observó en silencio unos segundos más, hasta que dijo algo que la hizo fruncir el ceño. —Lo sé. Aurora lo miró confundida. —Te investigué mientras dormías. —¿Qué? —soltó incrédula. —Sé quién eres. —sus palabras cayeron una a una—. Sé que eres una joven estudiosa, que terminaste la escuela con honores y que trabajas en dos empleos. Sé que tu madre era tu única familia y que ahora vives sola en un departamento decrépito en un edificio antiguo. Aurora se estremeció. La sensación de que este hombre lo sabía todo sobre ella era tan inquietante como inexplicable. —¿Cómo sabes todo eso? —preguntó, casi ofendida. Lorenzo la miró con una intensidad que la obligó a contener la respiración, en sus ojos había promesas oscuras, advertencias silenciosas de un poder que podía devorar cualquier resistencia. —Porque Aurelio puede dirigir el barrio de mala muerte donde vives, pero yo soy el dueño de toda la ciudad —pronunció con una calma y una seguridad inquietantes. Aurora parpadeó, sin saber si hablaba por vanidad o si realmente gobernaba la ciudad, pero la sombra de autoridad y peligro que emanaba de su voz le hizo sentir que era mejor ser cautelosa al respecto. —Yo… te agradezco el que me hayas salvado, pero creo que es momento de que me marche. —No te asustes, Aurora —dijo con una calma que parecía dominar cada rincón de la habitación—. Si quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho. La certeza de sus palabras se clavó en el pecho de Aurora como un puñal invisible. —¿Por qué me trajiste aquí? —Porque tengo una propuesta para ti. Aurora lo miró en silencio, su respiración desacompasada. Había algo en él que le decía que no estaba jugando, que cualquier cosa que viniera a continuación podría cambiar su vida para siempre. —Te escucho —pronunció, aunque en el fondo sabía que él no necesitaba su permiso para continuar. Lorenzo se recostó de nuevo, sin apartar la mirada de ella. —Necesito a alguien en quien confiar para cuidar de mis hijos. Elisabetta y Matteo no se encariñan con cualquiera pero tú pareces haberles caído bien —hizo una pausa, dejándola sentir el peso de sus palabras—. Quiero que seas su niñera. Aurora parpadeó, aturdida. —¿Qué? —Será un trabajo, te pagaré bien. Y si aceptas, me encargaré de saldar tu deuda con Aurelio para que no vuelvan a tocarte. Aurora se encogió un instante, sintiendo que aquello era demasiado perfecto para ser real y, al mismo tiempo, demasiado arriesgado para aceptarlo sin temer las consecuencias. —¿Por qué yo? —preguntó, con un nudo en la garganta. Lorenzo se levantó del sofá con calma, y Aurora lo siguió con la mirada. Cada paso suyo parecía pesar en el aire, como si la habitación misma se doblara ante su presencia, llenando el espacio de tensión y control absoluto. Se acercó a la cama con un ritmo medido, y Aurora sintió cómo el aire se volvía denso a su alrededor. La proximidad de su cuerpo emanaba un calor que parecía envolverla, y el perfume masculino que lo acompañaba provocó un escalofrío que recorrió su columna. Se sentó al borde de la cama, tan cerca que Aurora apenas podía respirar sin notar su cercanía pues a esa distancia era incluso más imponente. Su cabello castaño oscuro estaba pulcramente arreglado, la mandíbula firme y cortante parecía cincelada para imponer respeto, y sus ojos, oscuros y afilados, revelaban poder, peligro y una atracción imposible de ignorar. Cada movimiento suyo la mantenía cautiva. Un cosquilleo recorrió su vientre y, aunque su instinto le gritaba apartarse, no pudo quitarle los ojos de encima. —Porque pareces una buena chica, Aurora —murmuró con un tono grave y profundo—. Responsable, educada e inteligente. Aurora tragó saliva, pero no apartó la mirada. —¿Qué me asegura que no me matarás cuando te canses de mí o cuando creas que sé demasiado de lo que ocurre aquí? Lorenzo apenas pudo ocultar la sonrisa que amenazaba con escapar, elevando sutilmente y de manera efímera la comisura de sus labios. Le resultó una pregunta inteligente. —Eso depende de ti, Aurora. Hubo un silencio denso, cargado de algo que iba más allá del miedo. Él no dejaba de mirarla, y Aurora sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —Debes saber —continuó él, su voz aún más grave, baja y cercana, como un eco que llenaba cada rincón de la habitación— que aceptar esto significa entrar en un mundo donde no todos sobreviven. Habrá enemigos dispuestos a aprovechar cualquier debilidad, pero si decides quedarte, tendrás mi protección. Nadie volverá a tocarte. Sus palabras combinaban una cruda verdad con la certeza de que, incluso rodeada de peligros, él estaría allí para protegerla pero, ¿y si era de él de quien debían protegerla? Aurora contuvo la respiración. Era consciente de que no era una propuesta inocente. No solo le estaba ofreciendo un empleo y saldar una deuda que se sentía como una soga alrededor de su cuello, le estaba ofreciendo un lugar en su mundo. Un lugar oscuro y acechado por amenazas. —Entonces… —inclinó el rostro sutilmente a un lado, mirándola con detalle, recorriendo con la mirada su rostro de facciones delicadas, naríz pequeña, labios rellenos y rosados, y cálidos ojos cafés que por un instante parecieron absorberlos—... ¿aceptas o no? Antes de que pudiera responder, un hombre entró repentinamente a la habitación. —Señor, nos están atacando.