La cena en la villa Vitale era un evento que normalmente fluía con la facilidad de años de convivencia, pero esa noche, el aire sobre la mesa de caoba estaba cargado de una electricidad nueva.
Nicolo estaba sentado a la derecha de Lorenzo, un lugar de honor que se sentía extraño y merecido a partes iguales. A pesar de su traje impecable, la rigidez en sus hombros delataba el dolor de sus costillas rotas, aunque él se esforzaba por ocultarlo con una estoicidad que Lorenzo reconocía y respetaba.
Elisabetta estaba sentada frente a él. Llevaba un vestido de seda color lavanda que parecía capturar la luz de las velas, y sus ojos no se apartaban de Nicolo. Había un brillo febril en su mirada, una mezcla de adoración y ansiedad por tenerlo allí, en su casa, cenando con su familia, no como un invasor, sino como un invitado.
Matteo comía en silencio, observando a Nicolo con una evaluación constante, pero su hostilidad se había transformado en una vigilancia cautelosa. Habían peleado juntos. Es