Clara Dawson pensó que era solo otro empleo como niñera. Pero nada en la mansión Blackthorn es normal. Tras sus imponentes muros y pasillos susurrantes, se esconde una niña rota por el silencio... y un hombre aún más peligroso: Alexander Blake. Frío, controlador y marcado por una pérdida que aún arde en las paredes de su casa, Alexander no tolera errores, ni afectos innecesarios. Clara llegó para cuidar a Isla, su hija de seis años. Pero lo que encuentra es un mundo donde sentir está prohibido, y cada vínculo es una amenaza. Aun así, Isla comienza a sonreír... y eso desata la furia del hombre que todo lo vigila. Pero lo que Alexander no esperaba es que Clara no se quebrara tan fácilmente. En un ambiente gótico lleno de secretos, Clara deberá elegir entre su libertad y proteger a una niña que empieza a confiar en ella. Aunque eso signifique desafiar al hombre más temido de todos. ¿Hasta dónde puede llegar una mujer sin nada que perder… cuando empieza a sentir demasiado?
Leer másEl eco de los secretos Las escaleras parecían no terminar nunca.Clara bajaba detrás de Alexander, con el corazón desbocado y las rodillas temblando. Cada paso era un golpe seco en la madera vieja, como si la casa misma respirara con dificultad. Afuera, la tormenta despertaba con furia renovada. El grito de Isla todavía resonaba en el aire, como si no hubiera sido un solo alarido, sino todos los miedos de una niña volviéndose carne. Una súplica, un aviso... o un presagio.Cuando llegaron al pasillo principal, lo encontraron vacío.Las puertas cerradas. Las luces parpadeando, como párpados nerviosos. Un silencio denso, cortante, como si el tiempo hubiese dejado de correr justo en ese corredor.—¡Isla! —llamó Clara, desesperada—. ¡¿Dónde estás?!Ninguna respuesta.—¡Brígida! ¡Marta! ¡¿Alguien?! —gritó Alexander.Solo el crujir del viento, los susurros de la lluvia contra los ventanales y el latido de sus propias pisadas los acompañaban.Clara corrió hacia la habitación de Isla. Estaba
Ecos bajo la pielLa lluvia volvió al amanecer.No con fuerza, sino con la delicadeza cruel de quien no necesita gritar para hacer daño.Las gotas resbalaban por los ventanales del internado como lágrimas antiguas, como memorias que nadie había pedido recordar.El edificio entero parecía contener la respiración.Clara no durmió.El encuentro con Alexander la había dejado con el corazón inquieto, latiendo en un idioma que no comprendía del todo. Sus palabras –tan medidas, tan cargadas de peso– no la abandonaban. Tampoco su mirada. Esa noche, algo se había roto entre ellos... o tal vez algo había comenzado a nacer.Cuando bajó a desayunar, Isla no estaba.—Se sintió mal —explicó Brígida, sirviendo té con sus manos huesudas—. Tiene fiebre y no ha querido hablar. Ni comer.Clara subió corriendo.La niña estaba en su cama, acurrucada como un pájaro herido.La frente ardía. Los labios, secos. Un leve temblor recorría su cuerpo como una corriente subterránea.—Isla... soy yo. ¿Puedes decirme
El muro comienza a caer El día amaneció más claro que de costumbre. La lluvia había cesado, pero el frío permanecía en el aire como un susurro persistente, colándose por las rendijas del viejo internado y colgándose de los huesos como un recuerdo que no quería irse.Isla se encontraba en el invernadero, acariciando con delicadeza los pétalos de una rosa color vino. Su vestido azul, ligeramente arrugado, contrastaba con la fragilidad de la flor. Era la única rosa viva que quedaba en el jardín; todas las demás habían comenzado a rendirse al invierno.Clara la observaba desde la puerta de cristal, con los ojos aún cargados de sueño. Se había levantado tras apenas dos horas de descanso, pero se obligó a seguir. No por obediencia. Ni por miedo. Sino porque Isla la necesitaba. Lo sabía. Lo sentía.Entró sin hacer ruido.—¿Te gustan las rosas? —preguntó en voz baja.Isla asintió, sin mirarla directamente.—Esta es la única que no se marchita tan rápido —dijo la niña—. Las otras... se cansan
La lluvia caía con una suavidad inquietante aquella mañana, como si el cielo estuviera llorando en silencio por algo que aún no había sucedido. En la sala principal del internado, un hombre de traje oscuro, de rostro severo y bigote impecablemente recortado, esperaba de pie, mirando un reloj de bolsillo con impaciencia. Era el señor Méndez, abogado de la familia de Alexander desde hacía más de dos décadas.Clara pasaba por el corredor contiguo con una bandeja de tazas vacías cuando lo escuchó hablar. No tenía intención de espiar, pero la voz del abogado, profunda y directa, se filtró con claridad desde la puerta entreabierta.–Alexander, tu hija necesita una madre. No me mires así. No se trata de sentimientos, se trata de estabilidad. El internado no puede reemplazar lo que ella necesita. Una figura femenina constante. No esta… rotación de institutrices.Un silencio denso siguió.Clara se detuvo, el corazón martillando en su pecho. No quería oír más, pero no podía evitarlo.–He hecho
El muro comienza a caerEl atardecer se filtraba por los vitrales del pasillo oeste, tiñendo las paredes de tonos ámbar y escarlata. Las sombras se alargaban como dedos silenciosos, rozando los mármoles con un susurro de despedida. Clara caminaba en silencio junto a Isla, sosteniéndola de la mano. La niña, tan frágil como un suspiro, se aferraba a ella como si su presencia la mantuviera a salvo de un mundo que no comprendía.–¿Puedo enseñarte mi escondite favorito? –preguntó Isla con voz baja, casi como si temiera romper algo con sus palabras.Clara asintió con una sonrisa suave, esa que sólo usaba con la niña. Ambas desaparecieron por un pasillo lateral, cruzando la galería de mármol hasta llegar a una puerta vieja que apenas se sostenía sobre sus bisagras. Detrás, oculto del resto del mundo, un pequeño invernadero las esperaba como un secreto bien guardado.Las plantas trepaban como dedos curiosos por las paredes, y el aire olía a tierra húmeda, a flores viejas… y a algo más. Algo d
Capítulo 3 – Bajo su controlLa tensión en la oficina se podía cortar con un cuchillo.Clara se quedó paralizada mientras Alexander Blake acortaba la distancia entre ellos, con una mirada tan intensa como impenetrable. Sus pasos eran silenciosos sobre la alfombra gruesa, pero cada uno pesaba como una advertencia.Su rostro se acercó. Lo suficiente como para sentir su aliento.—A partir de hoy —dijo con voz firme—, Isla estará completamente bajo su supervisión.Clara tragó saliva, pero no bajó la mirada. Él quería intimidarla. Leerla. Pero no iba a dárselo.—Entendido, señor Blake.Alexander entrecerró los ojos, con una calma peligrosa.—No. No creo que entienda. —Su tono se volvió más bajo, más helado—. Cualquier cosa que le pase a esa niña… cualquier cosa que no me guste… caerá sobre usted.Se detuvo justo frente a ella. Clara podía sentir la electricidad en el aire. Su respiración rozaba su rostro.—Y yo soy muy exigente —añadió, con una sonrisa apenas perceptible.Era una sonrisa h
Último capítulo