El eco de los secretos
Las escaleras parecían no terminar nunca.
Clara bajaba detrás de Alexander, con el corazón desbocado y las rodillas temblando. Cada paso era un golpe seco en la madera vieja, como si la casa misma respirara con dificultad. Afuera, la tormenta despertaba con furia renovada. El grito de Isla todavía resonaba en el aire, como si no hubiera sido un solo alarido, sino todos los miedos de una niña volviéndose carne. Una súplica, un aviso... o un presagio.
Cuando llegaron al pasillo principal, lo encontraron vacío.
Las puertas cerradas. Las luces parpadeando, como párpados nerviosos. Un silencio denso, cortante, como si el tiempo hubiese dejado de correr justo en ese corredor.
—¡Isla! —llamó Clara, desesperada—. ¡¿Dónde estás?!
Ninguna respuesta.
—¡Brígida! ¡Marta! ¡¿Alguien?! —gritó Alexander.
Solo el crujir del viento, los susurros de la lluvia contra los ventanales y el latido de sus propias pisadas los acompañaban.
Clara corrió hacia la habitación de Isla. Estaba