Capítulo 18 – Las voces del polvo
El suelo se abrió como una herida antigua, supurando oscuridad.
No fue un temblor, sino un gemido: el sonido de algo que llevaba siglos dormido bajo la piedra. Las bancas de la parroquia se deslizaron hacia el altar, arrastradas por un viento que olía a tierra húmeda y a hierro oxidado. El aire se volvió espeso, saturado de polvo y ceniza, y Clara sintió que cada respiración era como tragar cenizas de un incendio invisible.
—¡Padre Esteban! —gritó Alexander, forcejeando contra la sombra que lo retenía—. ¡Ayúdela!
Pero el sacerdote no respondió de inmediato. Estaba de pie frente al crucifijo fracturado, con la mirada fija en los ojos vacíos del Cristo ennegrecido. Su mano temblaba mientras apretaba un rosario que ardía como si fuera de fuego.
—No hay exorcismo posible… —dijo finalmente, con voz quebrada—. Esto no es una posesión. Es un regreso.
Clara sostuvo a Isla contra su pecho. La niña no lloraba, pero su cuerpo temblaba con espasmos irregulares.