Mundo ficciónIniciar sesiónSofía Valdés pasó tres años arrastrándose por Alejandro Rivera, amándolo sin dignidad ni límites. Pero para Alejandro, ella solo era la opción de reserva, un plan B, alguien completamente prescindible. Toda Ciudad Esmeralda sabía que Alejandro amaba a Mariana García, y ella no era más que un reemplazo barato. No fue hasta el día de la boda que unos secuestradores la tomaron como rehén y la torturaron durante tres días y tres noches. Mientras tanto, Alejandro se negó a pagar el rescate y, para colmo, se casó con su amor de siempre en lo que debía haber sido su propia ceremonia. Fue en ese momento cuando Sofía finalmente abrió los ojos. Cuando renació, había regresado tres años atrás, justo a la ceremonia de compromiso. Alejandro la dejó plantada para correr tras su amor de toda la vida, quien había intentado suicidarse cortándose la muñeca. Todos esperaban verla humillada. Pero Sofía no lloró ni hizo un escándalo. En su lugar, anunció públicamente la cancelación del compromiso, alegando que el poderoso empresario Alejandro Rivera sufría de disfunción eréctil. La noticia causó un revuelo en toda la red, y el hombre que siempre la había despreciado no tardó en acorralarla contra la pared. —Sofía Valdés, ¿Te gusta jugar al gato y al ratón conmigo? —Sr. Rivera, ¿nadie le ha dicho nunca que tiene el ego demasiado grande?
Leer másLos invitados presenciaron la escena con asombro.Hasta hacía poco era evidente el desdén de Alejandro hacia Sofía, pero esta vez, ante tantas miradas, él se mostró nervioso por ella.Al notar la reacción de los presentes, Sofía, como si lo hubiera previsto, retiró su mano con calma.—Gracias por la ayuda, señor Rivera.Alejandro comprendió de inmediato: Sofía lo había usado.La hostilidad que la familia Rivera había mostrado hacia los Valdés había provocado que pocos socios se acercaran a negociar. Pero ahora, al ver aquella supuesta reconciliación, muchos abrirían las puertas de sus empresas a Sofía.—¿Me usaste, Sofía?Antes no había imaginado que ella pudiera ser tan calculadora. Siempre creyó que era ingenua, pero ahora entendía que el ingenuo había sido él.—¿Y no fuiste tú quien me dijo que aprovecharse mutuamente no tiene nada de malo? —respondió ella con un encogimiento de hombros, desbordando desdén.Así como él la había utilizado antes, ahora era ella quien movía las piezas
Sofía no se negó. Caminar un poco junto a Alejandro, a la vista de todos, al final resultaba beneficioso para los Valdés.—Vaya, señor Rivera, nunca imaginé que bastara una sola palabra de la señora para obligarlo a bajar la cabeza y verme —dijo Sofía con una ironía que calaba hondo.Su voz estaba cargada de burla, de un desprecio abierto. Era la misma actitud con la que él la había tratado en el pasado, solo que ahora los papeles se habían invertido.—¿De verdad crees que el hecho de que mi abuela te aprecie es algo bueno para ti? —preguntó Alejandro, con esa frialdad que escondía un filo cortante.Cualquiera con dos dedos de frente lo entendería. Y no creía que Sofía fuera incapaz de verlo.Sus ojos recorrieron de arriba abajo la figura de ella. Esa noche llevaba un vestido largo color dorado, impecablemente trabajado, que la hacía ver majestuosa. El peinado, el maquillaje: todo en ella irradiaba solemnidad.De perfil, Alejandro frunció el ceño.Por un instante, las facciones de S
El murmullo de las conversaciones recorría el salón.Todos querían saber por qué Sofía había sido invitada al banquete de la familia Rivera.En el interior del Hotel Real, el secretario tocó la puerta del salón de descanso en el segundo piso.—Señor Rivera, los invitados ya llegaron, deberíamos bajar.—Claro.Alejandro se frotó el entrecejo. Cada vez que cerraba los ojos, regresaban a su mente las palabras que Sofía le había lanzado el día anterior.Si no fuera porque su abuela había insistido en organizar aquella cena, él no habría aceptado verla.En la planta baja, Sofía apareció y de inmediato se convirtió en el centro de todas las miradas.No era por la ostentación de su vestido, sino porque ahora era la única heredera de los Valdés.Quien se casara con Sofía heredaría toda la fortuna, y si a ella le ocurría algún accidente, su esposo se quedaría con todo.Por eso, los hombres presentes no apartaban la vista de ella.—Sofía, ven, acércate conmigo —la llamó la abuela Rivera con una
Alejandro entendía perfectamente lo que su abuela quería decirle.Antes, comprometerse con Sofía solo había sido una cuestión de conveniencia: ella tenía la posición adecuada.Pero ahora, casarse con Sofía significaba quedarse con todo el patrimonio de los Valdés.En su mente todavía resonaban las palabras que Sofía le había lanzado esa misma mañana.El orgullo masculino lo atravesó como una llamarada.—Abuela, no tiene caso que insista. Ya rompimos el compromiso y no voy a ir a suplicarle matrimonio.Dicho eso, Alejandro subió las escaleras sin mirar atrás.La anciana sabía muy bien cómo era el carácter de su nieto. Su rostro se ensombreció.Si él no bajaba la cabeza, sería ella quien le allanara el camino.A la mañana siguiente, la noticia de que Luisa había sido enviada a prisión y de que Tomás había sido expulsado de la mansión corrió como pólvora entre la élite de Ciudad Brava.El apellido Valdés ahora quedaba en manos de Sofía, la única heredera.En la Universidad de Finanzas, el
—Señorita Hernández, por favor, retírese conmigo.—¡No! Señor Rivera, yo sé que usted es el hombre más bueno de este mundo, se lo ruego, por lo que alguna vez compartimos, ¡ayude a mi tía!—Creo que ya te advertí que no volvieras a presentarte en mi casa.La mirada de Alejandro fue tan fría que apenas rozó a Lola y a ella se le heló la espalda.Días atrás, Mariana ya le había hablado de ciertos rumores en la Universidad de Finanzas, historias en las que él y Lola eran protagonistas.Alejandro no era ajeno a esas tretas entre mujeres, pero solía ignorarlas por simple desgano.Con todo, le resultaba imposible no despreciar a una mujer capaz de inventar chismes para treparse a una posición que nunca tendría.Ese tipo de juegos sucios lo irritaban, y Lola no entendía que él ya lo sabía todo.—Pero, señor Rivera, lo de mi tía también es asunto de la familia Valdés. ¿De verdad piensa lavarse las manos?—Secretario Javier, ¿tengo que repetir lo que acabo de ordenar?—No, señor —respondió Javi
—Entonces te lo digo de una vez: no eres heredero de la familia Valdés ni hijo de mi padre. Legalmente tú y tu madre ya no tienen nada que ver conmigo ni con los Valdés. Acepta la realidad, señorito.La última frase de Sofía rezumaba burla.En su vida pasada, por compasión, había dejado la empresa que su padre le heredó en manos de Luisa y su hijo, y en menos de tres años aquello terminó en bancarrota.Para colmo, Luisa huyó con Tomás y Diego.Esta vez no pensaba darles ni la más mínima oportunidad de volver a ensuciar el nombre de la compañía Valdés.—Llévenselo.La voz de Sofía sonó helada.Los guardias de la familia arrastraron a Tomás hacia la puerta principal. Él, todavía en sandalias, fue echado a la calle hecho un guiñapo, sin la menor posibilidad de resistirse.—Recojan todas las pertenencias de Tomás y de Luisa y arrójenlas junto con él.—Sí, señorita.Enseguida los empleados subieron a empacar al azar sus cosas y las tiraron a un cesto de basura.Cuando bajaron todo, Sofía o





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