Capítulo 19 – La hija del silencio
El tiempo, en aquel pueblo, no avanzaba: se desgastaba.
Los días eran iguales, envueltos en una calma que más parecía resignación.
El internado se había convertido en ruinas cubiertas de musgo, y la parroquia, restaurada con maderas nuevas, conservaba bajo su suelo la grieta que nadie quiso nombrar.
A veces, cuando el viento soplaba desde el valle, los ancianos decían que el aire olía a incienso y a lluvia quemada.
Y por las noches más largas, se escuchaba un sonido leve, como el suspiro de alguien que intenta soñar dentro de la piedra.
El pueblo lo llamó la noche del silencio.
Un suceso que nadie entendió, pero que todos recordaban con el cuerpo, como se recuerda una fiebre.
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Una mañana gris, una mujer apareció en el camino del sur.
Llevaba un abrigo largo, cubierto de polvo, y en brazos sostenía a una niña dormida. Su andar era lento, como si cada paso le doliera. Nadie la reconoció.
Pero algunos, al mirarla, sintieron una punzada extraña, un eco