La lluvia caía con una suavidad inquietante aquella mañana, como si el cielo estuviera llorando en silencio por algo que aún no había sucedido. En la sala principal del internado, un hombre de traje oscuro, de rostro severo y bigote impecablemente recortado, esperaba de pie, mirando un reloj de bolsillo con impaciencia. Era el señor Méndez, abogado de la familia de Alexander desde hacía más de dos décadas.Clara pasaba por el corredor contiguo con una bandeja de tazas vacías cuando lo escuchó hablar. No tenía intención de espiar, pero la voz del abogado, profunda y directa, se filtró con claridad desde la puerta entreabierta.–Alexander, tu hija necesita una madre. No me mires así. No se trata de sentimientos, se trata de estabilidad. El internado no puede reemplazar lo que ella necesita. Una figura femenina constante. No esta… rotación de institutrices.Un silencio denso siguió.Clara se detuvo, el corazón martillando en su pecho. No quería oír más, pero no podía evitarlo.–He hecho
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