Livia Moretti es conocida como la rosa de la mafia italiana; con su belleza cautivaba a cualquiera que la mirase. Educada para un solo propósito: ser moneda de cambio en un mundo donde gobiernan la sangre y las alianzas. Su destino se sella cuando su padre la compromete con Darío Valenti, uno de los capos más temidos del país. Un hombre cuya reputación está manchada por la muerte de sus tres anteriores esposas. Mujeres que, como Livia, intentaron escapar de un infierno disfrazado de matrimonio. Pero Livia se niega a vivir sometida y aterrorizada. En la noche de su compromiso, toma una decisión desesperada: huir. Herida, cubierta de barro y con el corazón en llamas, cruza la frontera del clan enemigo, un territorio tan peligroso como el que deja atrás. "Vivo o muero, pero no como una cobarde." Lo que Livia no sabe es que su acto de rebeldía desatará una guerra entre clanes, poniendo en juego no solo su vida, sino el equilibrio del imperio mafioso más poderoso de Italia.
Leer másLos invitados comenzaron a marcharse, abandonando la casa con descontento, murmurando entre ellos mientras cruzaban el umbral. Sus miradas eran de desconfianza, calculando la próxima estrategia para retomar influencia. Cada paso de los hombres de Matteo resonaba en sus oídos como un recordatorio de que estaban en territorio ajeno, controlado ahora por alguien que no esperaban: una mujer. La ‘Ndrangheta no era bienvenida en sus mentes; pero Livia Vescari no pedía permiso.—No confío en ellos —murmuró Livia mientras subía por las escaleras, el eco de sus tacones golpeando los escalones.—Ni debes hacerlo —respondió Matteo, acercándose, dejando escapar un humo espeso del puro que encendió con cuidado—. Van a esperar un error, un mínimo quiebre para joderte. No cedas. Y mientras tanto, no nombres a ninguno de ellos como consigliere. Caporegimes sí, pero no los mires como aliados leales.Ella lo observó mientras su mirada se perdía en el pasillo, las paredes que habían visto tantas traicio
Nápoles, CampaniaLas luces de la residencia Moretti se encendieron recibiendo a los invitados de aquella noche: los jefes de familia de la Camorra, sus esposas y herederos, a petición de la última integrante de la familia del difunto Capo.Todos murmuraban acerca de lo que quería aquella mujer, y lo que aguardaban ansiosos era a quién cedería el mando de su familia. Sabían que no podía ser mediante un matrimonio, no con su enlace con el Capo de la ‘Ndrangheta. Aquella noche no solo había invitado a los integrantes de su organización, sino también a sus principales aliados: el Capo de la Cosa Nostra, el Capo de la ‘Ndrangheta y jefes de las mafias de Europa del Este.El salón resplandecía con candelabros de cristal, alfombras rojas y mesas largas llenas de botellas carísimas que pocos se atrevían siquiera a tocar sin invitación. Los ventanales, cubiertos por pesadas cortinas de terciopelo, dejaban apenas entrar un resplandor cálido de las lámparas exteriores. Dentro, el ambiente olía
Moscú, Rusia—Oh, cara mia, qué sexy estás —la mujer del Pakhan la recibió con efusividad en su residencia—. Te ves mejor de lo que creí. Más radiante, más peligrosa.Livia sonrió astuta y asintió. Era así como empezaba a sentirse: peligrosa, pues todavía respiraba por la herida y las ganas de vengarse con el único que quedaba vivo seguían intactas. Tenía planes para él, pero antes de enfrentarlo, quería recuperarse física y mentalmente. Para mostrarle que con ella no tenía más acceso a hacerle ningún mal.—¿Dijiste spa?—Oh, sí.Livia estuvo alrededor de tres días en territorio ruso, que le sirvieron para despejarse y decidir cuidadosamente lo que haría al regresar a Italia. Había reunido información de todas las familias de la Camorra y, junto a la rusa, quien le aportó ideas de cómo comportarse y manejar la situación sin quebrarse delante de aquellos hombres.Regresó con su actitud altanera, dispuesta a comerse el mundo que tanto la desprestigió, que la rebajó a tareas que se negab
Las circunstancias hacían cambiar a las personas, el universo era testigo de las veces que ella luchó por ir contra la corriente, negándose a aceptar un destino cargado de crueldad que no formaba parte de ella. Pero las amenazas, los deseos de vivir, la orillaron a tomar eso que tanto odiaba para sobrevivir. No se lo decía para justificarse, sino para entender el porqué de sus decisiones, las razones detrás de todas sus acciones.Con la mirada en el horizonte, perdida entre los sucios recuerdos, soltaba cada cosa que la atormentaba: cada pesadilla, cada momento vivido, cada temor. Cada pensamiento que iba y venía cuando estuvo cautiva, cada uno de ellos desde que había sido rescatada y devuelta a casa.La psicóloga escuchaba con atención, manteniéndose introspectiva mientras anotaba en su libreta, observando sus movimientos, la manera en que había hecho algunos ejercicios al inicio de la sesión y cada expresión de su rostro. De vez en cuando lanzaba preguntas sobre su relación con la
LiviaDespacio caminé por los pasillos de la mansión, atravesando la cocina y deteniéndome de golpe al ver a Fiorella sentada tomando el té con la que recordaba era la madre de Isabella. Mi pecho se infló de rabia por la osadía: no solo no se había ido, sino que tenía el descaro de traer a esa mujer que me odiaba a mi propia casa.—¿Qué haces aquí? —entré, olvidándome de saludar—. Te dije que te largaras de esta casa.Tomándose su tiempo, se giró a verme con desprecio, fijándose primero en mis vendajes que estaban a la vista y luego en mi ropa deportiva que dejaba notar mi delgadez.—Esta es la casa de mis hijos, tengo más derecho que tú a estar aquí. Bájate de esa nube, que el poder que tenías antes ya no lo tienes ahora. Mi hijo, dentro de poco, va a divorciarse de ti y traerá a otra mujer que sí sea solo para él y no usada por otros Capos… —se quedó a medias cuando estrellé la palma de mi mano con tanta fuerza que le volteó la cara—. ¡¿Qué demonios te pasa?!—¡¿Qué te pasa a ti, jo
Los días comenzaron a pasar, volviéndose una rutina tediosa para Livia, que poco a poco empezaba a caminar trayectos más largos sin ocupar un bastón. Sus heridas internas comenzaban a sanar, al igual que las externas. A pesar de que sabía que estaba fuera de peligro, por las noches solía tener pesadillas: se veía de nuevo a merced de Darío, despertaba gritando y empapada en sudor, con las manos temblando y las náuseas obligándola a correr al baño a vomitar.Matteo solía auxiliarla en silencio, dejándola llorar en sus brazos hasta que volvía a quedarse dormida. Aquello se repetía hasta tres veces por noche; ninguno de los dos conseguía descansar, pero él nunca emitía queja alguna. Aun así, era consciente de que aquello debía parar: ella debía gritarle a su subconsciente que no había manera de que volviera a suceder lo mismo.—Otra vez con esa cara de hijo de puta —se quejó Alessio entrando en su despacho—. Creí que con ella aquí volverías a dormir y nos dejarías de joder un rato.—¿Has
Último capítulo