Livia Moretti es conocida como la rosa de la mafia italiana; con su belleza cautivaba a cualquiera que la mirase. Educada para un solo propósito: ser moneda de cambio en un mundo donde gobiernan la sangre y las alianzas. Su destino se sella cuando su padre la compromete con Darío Valenti, uno de los capos más temidos del país. Un hombre cuya reputación está manchada por la muerte de sus tres anteriores esposas. Mujeres que, como Livia, intentaron escapar de un infierno disfrazado de matrimonio. Pero Livia se niega a vivir sometida y aterrorizada. En la noche de su compromiso, toma una decisión desesperada: huir. Herida, cubierta de barro y con el corazón en llamas, cruza la frontera del clan enemigo, un territorio tan peligroso como el que deja atrás. "Vivo o muero, pero no como una cobarde." Lo que Livia no sabe es que su acto de rebeldía desatará una guerra entre clanes, poniendo en juego no solo su vida, sino el equilibrio del imperio mafioso más poderoso de Italia.
Leer más—¡Pues sí, carajo! ¡Ardo en celos por imaginar lo que pudo haber pasado! ¿Cómo querías que actuara después de saber que estuviste con él? Ambos sabemos que lo que él sentía por ti era más que una amistad. Estaba enamorado de ti hasta los cojones, y te juro, Livia, que si tú no lo hubieses matado, lo hubiera hecho yo. No por querer llevarte de regreso con Enzo, sino por la osadía de desearte —vociferó, harto de tener que ocultar lo que sentía. Ya nada le importaba. Esa inexpresividad que lo caracterizaba se había ido al caño después de todo lo acontecido en una semana, y no pensaba con claridad. Sabía que era más letal cuando dejaba que sus demonios internos tomaran el control absoluto—. Porque te juro que en este mundo de mierda no vivirá un hombre que te desee. Voy a matar a cada hijo de puta que piense que tiene una oportunidad contigo.Livia respiraba pesadamente. Aquello estaba lejos de ser una declaración hermosa, y aunque cualquier mujer estaría temblando de miedo… ella no. Habí
—¿Crees que con eso voy a desistir de lo que quiero? —se rió el Capo de la Sacra Corona, mirando a sus hombres para que estos también rieran—. Livia es mía. Fuiste tú quien me la quitaste, y por eso pagarás muy alto ese error. No soy tu peón, no te tengo miedo y no voy a ceder a lo que me pides.Matteo no esperaba que cambiara de opinión; su intención era verlo a la cara mientras se juraba destruirlo por siquiera pensar, por un instante, que podía tocar lo suyo.—Quiero ver cómo lo intentas. No tienes ni los cojones ni los medios para enfrentarme, y si sigues jodiendo con lo mismo voy a cerrar todas tus rutas hasta que tu puta mafia de mierda caiga pedazo a pedazo. Cuando no seas nadie y solo la mierda que intentas disfrazar, voy a entregarte a mi mujer —disfrutaba llamarla de ese modo frente a su ex prometido, remarcarle que le había quitado algo más que a una mujer: su orgullo, dejándolo humillado delante de toda su gente, por ser tan débil y no poder recuperarla—. Y será ella quien
Fortaleza de la ReggioLivia regresaba al interior de la mansión después de echar a Isabella del territorio calabrés, pidiéndole a uno de los hombres que mandara a llamar al padre de la mujer. Lo estaría esperando en el despacho de su marido.Peleados o no, Matteo no le había quitado su poder, por lo que seguiría sin bajarle la cabeza a nadie. Se haría respetar. Había sido muy blanda con la siciliana desde un principio.Entró percibiendo el olor a Macallan, Cohiba Behike y a su perfume, provocando que su ausencia doliera aún más. Siguió actuando como si aquello no le afectara en nada, hasta sentarse en la silla de cuero y aguardar por el Sotto Capo de la Cosa Nostra.Ya sentada, indagó entre los papeles sobre el escritorio, pero no encontró nada relevante. La mayoría de los cajones tenían códigos de seguridad. Dejó todo tal cual, solo cogió uno de los puros y lo encendió, dejando que la nicotina hiciera su efecto.La puerta se abrió, dejando entrar a un hombre que superaba los cincuen
Livia Desperté sintiendo los rayos del sol quemar mi cara, desorientada me levanté viendo los cristales rotos y la botella del macallan casi vacía. Mi cabeza dolía horrores y no podía ver de tanta claridad. «¿Qué hora era?» no recordaba que había pasado, pero todo pintaba a que había ahogado mis penas con la botella de licor más cara del bar. Me tambaleé un poco al pasar por la puerta, no había rastro de nadie en el lugar, solo tres bandejas de comida, la de los tres tiempos y ninguna había sido tocada. «¿No me habían visto en la terraza?» —¡Maldición! —me quejé al notar un corte en mi pie, ardía mucho —¿qué mierda estaba pensando? Ni siquiera me gustaba tanto el alcohol, pero parecía lo único que me ayudaba a relajarme últimamente. Cómo puede me acerqué al baño a por el botiquín, sacando dos aspirinas y bebiéndolas sin necesidad de agua. —Joder, esto duele mucho. Me desnudé y entré a la ducha, encogiéndome con el agua fría. Necesitaba que aquel dolor desapareciera, pero es que
El Sotto Capo empujó la puerta del despacho con cautela, tanteando el humor de su hermano. Había sido avisado por sus hombres del mal temperamento que traía ese día. Era conocimiento de todos que había dormido en una de las habitaciones del segundo piso y que su esposa no había bajado en todo el día del tercero. La tensión que se respiraba era demasiada y ponía en alerta a todos.—Dije que no quería que nadie me molestara, tú incluido —dijo el Capo sin levantar la vista del computador.—Eso he oído —cerró la puerta sin darle importancia a lo que acababa de decir—. ¿Sigues molesto por lo de ayer? No puedes culpar a la chica por buscar soluciones. Sabemos que no es de las que esperan sentadas, sino de las que buscan soluciones, incluso si eso va en contra de todas las reglas. Fue así como la conociste, no esperes que cambie.—No voy a discutir con nadie mis problemas con ella —respondió escueto—. Si has venido por eso, es mejor que te largues.—A mí me importa una mierda lo que quieras
LiviaMe desperté por un ruido en la habitación, las luces estaban encendidas y él salía del vestidor con un pantalón de pijama y el cabello mojado. Su expresión era la misma, pero al encontrarse con la mía, algo en sus ojos cambió, volviendo a esa frivolidad del principio, cuando sólo era una intrusa en su territorio.—¿Qué hacías en ese lugar, Livia? A solas, con un hombre, en una habitación para dos.La pregunta fue mordaz, lo que me hizo incorporarme de inmediato, sabiendo que era momento de enfrentarlo.—Yo... recibí una nota el día que me escapé de la fortaleza. Alguien dejó esto para mí —de mi buró, escarbé en uno de los cajones, sacando la memoria y la arrugada nota que estaban escondidas entre mis cosas—. Son videos de mi madre siendo torturada. Yo... no soporté verlo y asistí a una dirección que pusieron en la nota.Se acercó a tomarla con recelo, desenvolvió la hoja y, luego de leerla, la lanzó al suelo. Se acercó a su computadora para reproducir los videos. Pude observar c
Último capítulo