Livia Moretti es conocida como la rosa de la mafia italiana; con su belleza cautivaba a cualquiera que la mirase. Educada para un solo propósito: ser moneda de cambio en un mundo donde gobiernan la sangre y las alianzas. Su destino se sella cuando su padre la compromete con Darío Valenti, uno de los capos más temidos del país. Un hombre cuya reputación está manchada por la muerte de sus tres anteriores esposas. Mujeres que, como Livia, intentaron escapar de un infierno disfrazado de matrimonio. Pero Livia se niega a vivir sometida y aterrorizada. En la noche de su compromiso, toma una decisión desesperada: huir. Herida, cubierta de barro y con el corazón en llamas, cruza la frontera del clan enemigo, un territorio tan peligroso como el que deja atrás. "Vivo o muero, pero no como una cobarde." Lo que Livia no sabe es que su acto de rebeldía desatará una guerra entre clanes, poniendo en juego no solo su vida, sino el equilibrio del imperio mafioso más poderoso de Italia.
Leer másFortaleza de la ReggioLivia regresaba al interior de la mansión después de echar a Isabella del territorio calabrés, pidiéndole a uno de los hombres que mandara a llamar al padre de la mujer. Lo estaría esperando en el despacho de su marido.Peleados o no, Matteo no le había quitado su poder, por lo que seguiría sin bajarle la cabeza a nadie. Se haría respetar. Había sido muy blanda con la siciliana desde un principio.Entró percibiendo el olor a Macallan, Cohiba Behike y a su perfume, provocando que su ausencia doliera aún más. Siguió actuando como si aquello no le afectara en nada, hasta sentarse en la silla de cuero y aguardar por el Sotto Capo de la Cosa Nostra.Ya sentada, indagó entre los papeles sobre el escritorio, pero no encontró nada relevante. La mayoría de los cajones tenían códigos de seguridad. Dejó todo tal cual, solo cogió uno de los puros y lo encendió, dejando que la nicotina hiciera su efecto.La puerta se abrió, dejando entrar a un hombre que superaba los cincuen
Livia Desperté sintiendo los rayos del sol quemar mi cara, desorientada me levanté viendo los cristales rotos y la botella del macallan casi vacía. Mi cabeza dolía horrores y no podía ver de tanta claridad. «¿Qué hora era?» no recordaba que había pasado, pero todo pintaba a que había ahogado mis penas con la botella de licor más cara del bar. Me tambaleé un poco al pasar por la puerta, no había rastro de nadie en el lugar, solo tres bandejas de comida, la de los tres tiempos y ninguna había sido tocada. «¿No me habían visto en la terraza?» —¡Maldición! —me quejé al notar un corte en mi pie, ardía mucho —¿qué mierda estaba pensando? Ni siquiera me gustaba tanto el alcohol, pero parecía lo único que me ayudaba a relajarme últimamente. Cómo puede me acerqué al baño a por el botiquín, sacando dos aspirinas y bebiéndolas sin necesidad de agua. —Joder, esto duele mucho. Me desnudé y entré a la ducha, encogiéndome con el agua fría. Necesitaba que aquel dolor desapareciera, pero es que
El Sotto Capo empujó la puerta del despacho con cautela, tanteando el humor de su hermano. Había sido avisado por sus hombres del mal temperamento que traía ese día. Era conocimiento de todos que había dormido en una de las habitaciones del segundo piso y que su esposa no había bajado en todo el día del tercero. La tensión que se respiraba era demasiada y ponía en alerta a todos.—Dije que no quería que nadie me molestara, tú incluido —dijo el Capo sin levantar la vista del computador.—Eso he oído —cerró la puerta sin darle importancia a lo que acababa de decir—. ¿Sigues molesto por lo de ayer? No puedes culpar a la chica por buscar soluciones. Sabemos que no es de las que esperan sentadas, sino de las que buscan soluciones, incluso si eso va en contra de todas las reglas. Fue así como la conociste, no esperes que cambie.—No voy a discutir con nadie mis problemas con ella —respondió escueto—. Si has venido por eso, es mejor que te largues.—A mí me importa una mierda lo que quieras
LiviaMe desperté por un ruido en la habitación, las luces estaban encendidas y él salía del vestidor con un pantalón de pijama y el cabello mojado. Su expresión era la misma, pero al encontrarse con la mía, algo en sus ojos cambió, volviendo a esa frivolidad del principio, cuando sólo era una intrusa en su territorio.—¿Qué hacías en ese lugar, Livia? A solas, con un hombre, en una habitación para dos.La pregunta fue mordaz, lo que me hizo incorporarme de inmediato, sabiendo que era momento de enfrentarlo.—Yo... recibí una nota el día que me escapé de la fortaleza. Alguien dejó esto para mí —de mi buró, escarbé en uno de los cajones, sacando la memoria y la arrugada nota que estaban escondidas entre mis cosas—. Son videos de mi madre siendo torturada. Yo... no soporté verlo y asistí a una dirección que pusieron en la nota.Se acercó a tomarla con recelo, desenvolvió la hoja y, luego de leerla, la lanzó al suelo. Se acercó a su computadora para reproducir los videos. Pude observar c
LiviaSalvatore fue el hermano que nunca tuve. Me ayudaba a escabullirme de la mansión, me cubría en las tonterías que hacía para que mi padre no me castigara y siempre me ayudaba a llegar hasta la celda donde tenían a mi madre. Él fue el único que me consolaba en mis noches más amargas, cuando sentía que el mundo se me venía encima y que no había nada que me salvara.Ahí estuvo él, para mí, toda la vida.Y cuando no lo estuvo, tuve que acabar sin mí. «Tenemos que ser egoístas para sobrevivir». La mafia me había arrebatado todo y me negaba a darle lo último que me quedaba.Tomé el arma que llevaba en su pantalón, quité el seguro y me preparé para salir. No importaba matarlos a todos, yo regresaría a dormir en mi cama, al lado de mi marido. Abrí la puerta y descubrí a uno de los hombres sosteniéndose con aburrimiento; para cuando me vio, ya era tarde: la bala acabó con su vida y se desplomó en el suelo.Era una maravilla que aquello tuviera silenciador. Miré a mi alrededor buscando las
LiviaSu corazón latía a prisa; caminaba con tanta rapidez entre aquellas calles malolientes... Sabía que se estaba arriesgando mucho, pero confiaba en que los hombres de la 'Ndrangheta vigilaban las entradas y salidas de la ciudad, siendo aquella la sede de la organización.Había sido difícil salir de la mansión, poniendo de excusa una sesión en el spa y alegando que no era necesario ningún escolta. Había dejado aparcado el auto a unos cuantos kilómetros de allí, para que no la ubicaran hasta tener la información que necesitaba.Esquivó a las personas que la miraban con curiosidad; su ropa y las joyas que llevaba encima no habían sido la mejor elección para pasar desapercibida, pero fue necesario para no levantar sospechas en la mansión.Agradecía que Matteo hubiese salido de la ciudad aquella mañana, o él definitivamente no le habría creído nada.—¿Qué haces con esas joyas en este sitio, muchacha? Van a robarte, esto no es el centro de la ciudad, deberías tener más cuidado —le dijo
Último capítulo