Capítulo 7

Livia

—Ahí estás —sonreí, tomando el brazo de Matteo, luego de haberle buscado por toda la sala tras la incómoda conversación con su madre—. Te he estado buscando.

Él me miró extrañado, dejando su conversación con Vittorio y dándome su absoluta atención.

—¿Qué pasa? —dejó la copa de lado y frunció el ceño, revisándome de arriba abajo, como si buscara algún daño.

—Sácame de aquí, me duele todo y... —giré a ver la multitud—. Esta gente me quiere muerta.

La risa de Vittorio me hizo girar hacia él y fruncirle el ceño.

—Nadie te quiere muerta en este lugar —se encogió de hombros—. Además, creí que querías morir después de todo. ¿No te harían un favor?

Menudo imbécil —quise decirle, pero preferí callar y, en su lugar, solo le miré mal.

—Quiero irme —pedí, suavizando mi tono—. Por favor.

—Bien, hay que irnos —miró a Vittorio—. Redobla la seguridad del segundo piso y prohíbe el acceso al tercero.

—Sí, señor.

Rodeó mi cintura, como parecía gustarle. No le presté atención y solo le seguí. El dolor se volvía insoportable, y el desespero por tener un atisbo de paz era enorme. Quería dormir sin sentir ninguna amenaza, descansar luego del infierno pasado para recargar energías y sobrevivir a este.

Nadie dijo nada al vernos marchar. No era como si alguien pudiera objetarle algo o mostrar disconformidad. Por lo poco que había observado, le tenían mucho respeto.

—¿Sucedió algo? —me llevó hasta un ascensor—. ¿O solo es miedo?

—Solo un tonto no tendría miedo de los hombres en ese salón, comenzando contigo —resoplé, entrando primero—. Y no, no ha sucedido nada.

—Te he visto hablando con las mujeres. ¿Segura de que no te han dicho nada?

—De decir, claro. Pero nada que me molestara —no iba a quejarme con él, sabía defenderme sola—. Solo que tengo dos heridas de bala en mi cuerpo, las dos muy recientes. Es muy obvio que el dolor sea espantoso.

Asintió, dándome paso cuando las puertas se abrieron, dejándonos en un sitio totalmente diferente al que conocía. Tenía una bonita iluminación, con grandes ventanales que daban vista a toda la propiedad que rodeaba la mansión, una sala de estar pequeña a comparación de la que había abajo, un mini bar y, al fondo, en la terraza, algunos pufs, una mesa de desayuno y más sofás. Era moderno y lujoso, como toda la casa. Del centro de la estancia, escaleras llevaban a la recámara, con barandales de cristal que lucían impecables.

—¿Tu habitación? —le miré alzando una ceja. Él se giró a verme extrañado y, asintiendo levemente, respondió.

—¿Por qué me has traído aquí? Quiero ir a mi habitación.

Rió y fue al mini bar para servirse una copa de whisky.

—Estás en tu habitación —dijo con simpleza—. Dormirás donde yo duerma.

—Pero... —alzó un dedo, cortándome.

—Te lo dije: serás mi mujer en todo el sentido de la palabra. Compartirás mi cama, mi habitación —señaló el lugar—. No te daré otro sitio.

—En tus sueños seré tu mujer —me molesté—. No tengo ropa y lo que quiero es quitarme esto de encima.

—Arriba, en el clóset tienes algo de ropa —señaló.

—No me pondré ropa de otra mujer —me crucé de brazos, sintiendo aquel lugar demasiado grande. Me aterraba tener que compartirlo con él.

—Ni yo permitiría que te la pusieras. Es nueva, he pedido que te la traigan desde que salimos de la bodega. No seas caprichosa y adáptate a la situación. Yo tampoco pensaba casarme en los próximos años, pero sucedió, y ya está. Ambos nos beneficiamos.

Dejé escapar un suspiro, le miré una vez más y, en silencio, subí las escaleras, sujetándome de la baranda con el temor de que mis piernas me fallaran y cayera, rompiéndome la pierna y terminando de desgraciarme.

Arriba también era espacioso, a diferencia de que las grandes cortinas oscuras cubrían todo el cristal. Todo estaba tan perfecto y pulcro que era un deleite a la vista. Ver la cama me hizo desear dormir hasta que mi cuerpo se saciara, pero antes quería darme una ducha y aclarar mi cabeza. Debía relajarme y dejar de estar tan a la defensiva. Aunque era algo imposible, seguía siendo una extraña en aquel lugar.

Continué al baño, que era igual de amplio y elegante como todo lo demás. Me desvestí por completo y entré a la ducha, dejando que el agua se llevara toda la amargura que sentía. Porque sí, no podía estar más decepcionada de la vida al estar condenada a este estilo, al peligro, a la muerte. A que un hombre que tenía las manos manchadas de sangre me tocara. La diferencia entre este y el otro, es que sentía que, de alguna manera, yo le había elegido. Puesto que siempre hubo una opción, mala o no, él no me obligó. Yo lo elegí.

Envolví mi cuerpo en una toalla y, dudosa, salí a la habitación. Lo busqué, pero seguía abajo. Al menos me había dado mi espacio. Busqué en el armario. Una pequeña sección entre tanta ropa masculina: ahí estaba la mía. Había desde ropa elegante hasta casual. Debía darle un punto por pensar en todo. Busqué algo para dormir y lo único que encontré fueron pequeñas batas, demasiado cortas y con transparencias.

—Maldita sea —solté por lo alto—. ¿Se supone que debo dormir con esto?

Busqué más opciones, y todas eran iguales, algunas incluso más atrevidas que las otras.

Terminé decidiéndome por una de seda negra. Era de tirantes y la única que no tenía transparencias, pero sí mostraría la punta de mi trasero. Me metí a la cama y me acomodé justo en el momento en que él iba subiendo. Se había quitado la chaqueta y la corbata, sin los primeros botones de la camisa y con el cabello desordenado.

Me miró y se burló, siguiendo hacia la ducha. Traté de tranquilizarme y fingir que todo aquello era normal para mí, pero ¡carajo! Jamás había tenido que compartir la cama con un hombre, y menos con uno que ahora tenía "derecho" a poder tocarme libremente. ¿Lo peor de todo? La idea no parecía desagradarme.

—No necesitas taparte hasta el cuello, ¿sabes? No voy a hacerte nada que no quieras —comentó al salir del baño, con solo un pantalón de pijama, cortándome la respiración al verle tan descubierto y... El calor que sentí en mis mejillas me hizo apartar la mirada y fijarla en un punto.

Era tan sexy... justo lo que mis compañeras de universidad alardeaban cuando salían con tipos así.

Sentía curiosidad por experimentar todo lo que ellas me contaban. Quise hacerlo, pero el miedo que le tuve a mi padre fue más grande. Sabía que con Darío sería todo menos agradable. Pero con Matteo... podría ser diferente.

—¿Estás decidiéndolo, preciosa? —se rió, y comenzaba a cansarme que fuese tan descarado.

—No tengo nada que decidir —me acomodé en la almohada—. Te lo he dicho, no me pareces atractivo.

—Ajá —sentí su presencia a mi lado, acelerando mi corazón al descubrirlo de cuclillas frente a mí, mirándome de la misma manera en la que lo hizo en la otra habitación—. Por eso me besaste con tanta pasión, ¿eh?

Parpadeé, sin saber qué contestarle. Por mucha curiosidad que sintiera, no estaba lista. Apenas le conocía, no me inspiraba confianza y todavía le temía. Su sonrisa no me engañaba.

—¿Y qué? Un beso no se le niega a nadie.

—Sí, claro —estiró su mano para acariciar mi mejilla—. Eras tan inocente para este mundo, que no sé qué hacer contigo.

Cerré los ojos un breve segundo antes de contestarle.

—Sé muy bien cómo funciona y opera la mafia. Por eso le temo. No quiero ser otra de sus víctimas. No quiero caer en sus garras porque ya he visto lo que pasa con los desertores.

Él negó con la cabeza.

—No te sucederá a ti. Voy a protegerte. Solo mantente a mi lado y...

—No te fallaré. Nunca —era un juramento—. No porque seas mi Capo, sino por haber dudado si entregarme o no. Pudiste hacerlo y buscar otro motivo para ir en contra de Darío. ¿Por qué?

—Parece estar obsesionado contigo. Esto será un golpe bajo para él —se encogió de hombros—. ¿Sabes cómo enfurecerá al saber que su prometida es ahora la esposa de su enemigo? ¿Te imaginas cómo va a enloquecer al pensar que yo sí he podido tocarte y él no? ¿Las ideas que se hará al pensar que he sido tu amante y por eso huiste a mi territorio?

—Se volverá más loco —reí imaginándolo. Por primera vez una mujer lo hará retorcerse en su puto orgullo herido—. Pero eso lo hará más peligroso.

—No hay nada más peligroso y letal que la 'Ndrangheta. Trabajamos más discretos, a diferencia de la Sacra Corona, y eso nos pone en ventaja.

—Pues necesito que seas lo más fuerte y letal posible, porque me niego a caer en sus manos —afilé la mirada—. No puedo ni imaginar lo que me haría, y más después de lo que hemos hecho...

—Shhh —me calló con una delicada caricia—. Eso no va a sucederte. Te lo juro.

Se inclinó más, pegando sus labios con los míos, envolviéndome en un suave beso que erizó mi piel y me hizo aferrarme a sus hombros, dejándolo entrar a la cama y colocarse sobre mí sin tocarme demasiado. Podía sentir el calor de su cuerpo y la tibieza de sus labios con sabor a whisky. Una probadita del sabor del elixir más peligroso del mundo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP