Livia
Despacio caminé por los pasillos de la mansión, atravesando la cocina y deteniéndome de golpe al ver a Fiorella sentada tomando el té con la que recordaba era la madre de Isabella. Mi pecho se infló de rabia por la osadía: no solo no se había ido, sino que tenía el descaro de traer a esa mujer que me odiaba a mi propia casa.
—¿Qué haces aquí? —entré, olvidándome de saludar—. Te dije que te largaras de esta casa.
Tomándose su tiempo, se giró a verme con desprecio, fijándose primero en mis vendajes que estaban a la vista y luego en mi ropa deportiva que dejaba notar mi delgadez.
—Esta es la casa de mis hijos, tengo más derecho que tú a estar aquí. Bájate de esa nube, que el poder que tenías antes ya no lo tienes ahora. Mi hijo, dentro de poco, va a divorciarse de ti y traerá a otra mujer que sí sea solo para él y no usada por otros Capos… —se quedó a medias cuando estrellé la palma de mi mano con tanta fuerza que le volteó la cara—. ¡¿Qué demonios te pasa?!
—¡¿Qué te pasa a ti, jo