Livia
Me removí entre las suaves sábanas, dejando escapar un pequeño gemido por el enorme placer que sentía: el mullido colchón y el confort que me ofrecía la almohada. Despacio abrí los ojos, viendo el lugar todavía desconocido para mí; de día se veía aún más impresionante.
No tuve la necesidad de ver a mi lado para saber que estaba sola, lo cual era bueno. Me daba la libertad de levantarme y tardarme el tiempo que quisiera en la ducha o eligiendo lo que me pondría hoy.
Mi cuerpo había agradecido esas horas de descanso. Las heridas no dolían tanto; debía cambiarme el vendaje y revisarlas. Dos disparos que demostraban el amor inmenso que me tenía mi padre.
Reí por lo bajo, dejando las sábanas y yendo al baño para quitarme las vendas. La herida del hombro comenzaba a cicatrizar, pero bastaba un solo golpe para detener el proceso. La de la pierna, esa apenas y estaba cerrada con la puntada que me habían hecho. Era perfecta, hecha con dedicación para no dejar marca.
Miré mi reflejo en el