Capítulo 8

Su corazón latía preso del deseo, dejándose besar por aquel hombre, de sentirlo y probarlo sin sentirse culpable. No sabía si sería capaz de dejarlo avanzar más, pero tampoco quería detenerlo. Le gustaba ese olor masculino, esa cercanía, esos roces y esa reacción en su cuerpo que no podía explicar del todo.

Su mano se deslizó a lo largo de su brazo, disfrutando de su piel y soltando un pequeño jadeo que fue ahogado por su boca. Despacio, él abandonó sus labios, deslizándose hacia su cuello, sus manos posándose sobre sus caderas, respirando el aroma dulce que ella desprendía. Una tentación a la que no podía resistirse: era hermosa y cautivadora.

—Matteo... —lo llamó con suavidad, su voz entrecortada y la respiración alterada.

—¿Quieres que me detenga? —preguntó dejando su cuello para mirarla. No la presionó, y al ver su mirada cargada de dudas, se apartó, cayendo al otro lado de la cama. Pensaba en cómo un solo beso lo había excitado tanto.

—L-lo siento, yo... no estoy lista —tartamudeó con inseguridad, temiendo que aquello le molestara.

—No lo sientas. Pasará cuando tú lo desees —respondió con suma tranquilidad—. Además, me has dejado claro que lo de "no me pareces atractivo" era una patética mentira.

Ella rió, agradecida de que aligerara el ambiente.

—Pues no —se acomodó, dándole la espalda—. Ahora déjame dormir, que me duele todo, ¿recuerdas?

—Duerme —dijo él, levantándose de la cama y bajando al salón. Aún era temprano, pero así como ella, también estaba agotado. Había sido un día cargado de tensión, y el que le esperaba no iba a ser tranquilo.

Se sirvió otra copa y salió a la terraza, perdiéndose en la nada, analizando la situación para no equivocarse. No podía permitírselo: había mucho en juego, y él no era de los que gustaban de perder.

Volvió a la cama pasada la medianoche, guardando distancia entre él y la mujer que yacía profundamente dormida en la enorme cama. Compartir su espacio era nuevo para él, pero no le desagradaba del todo; además, tenerla cerca era el lugar más seguro para ella en aquel momento. No descartaba que hubiera infiltrados entre sus tropas que intentaran llevársela. Aunque esa mansión era una fortaleza impenetrable, debía llevarla a Reggio di Calabria, donde estaría aún más protegida. Nadie osaba pisar esa ciudad... porque eran hombres muertos. Era su hogar.

Por la mañana, fue el primero en despertar y prepararse para el día. Bajó a su oficina, donde lo esperaba su hermano menor, el sotto capo, aguardando nuevas órdenes.

—¿Qué tal la noche de bodas? ¿Está buena la mujer de Darío?

—Es mi mujer, no la suya —se sirvió otro trago, molesto por el comentario—. ¿Novedades?

—No ha salido de casa de su suegro... o bueno, de tu suegro. Al parecer, ambos esperan impacientes tu respuesta a la solicitud. Aún creen que la devolución será pacífica.

Matteo asintió despacio, dejando el vaso sobre el escritorio y tomando el sobre que contenía fotografías y la invitación de boda. En el reverso había un mensaje que jodería a Darío.

—Hazlo llegar, junto a esto —se sacó del bolsillo el anillo de compromiso—. Que se lo entreguen personalmente. Paga bien.

Alessio rió tomando las cosas.

—Se lo entregaría yo mismo, pero conociendo su falta de control, terminaría dándome problemas.

—Ya. Vete.

Su hermano salió, y enseguida la matriarca de la familia entró sin llamar a la puerta, mostrando su rabia y disconformidad por las decisiones de su hijo.

—¿Dónde está ese intento de señora Vescari? —soltó con amargura—. Te has equivocado al elegirla. Es débil. No te servirá.

—Respétala. Ahora es la señora de la casa, trátala como tal —se molestó—. Y no recuerdo haberte pedido opinión para que vengas a hablar de ella de esa manera.

—¿Estás poniéndola sobre mí?

—Pondría a cualquiera sobre ti —se dejó caer en la silla, tratando de ignorar su presencia—. Es mi esposa. Claro que estará por sobre todos.

—¿Es que ahora eres una ONG? Debiste haber devuelto a esa mujer. Era prometida de otro capo. Los códigos se respetan. "No se toca a la mujer de un capo."

—¿Y qué sabes tú de códigos? Solo eras la puta de mi padre, no su esposa. ¿Creíste que gobernarías por medio de tus hijos? —señaló la puerta—. Sal de aquí. Y no te metas con ella.

—Estás tan equivocado... esta decisión te saldrá muy costosa.

—¿Quién eres tú para sentenciarme? ¿Quién te has creído?

—Soy tu madre. La matriarca de los Vescari.

—Tú solo eres la puta que me parió. Lárgate. No te lo pediré otra vez.

La mujer salió hecha una furia al no ser respetada como tal. Pero lo cierto era que, por mucho que se hiciera llamar "la matriarca", estaba lejos de serlo. Nunca fue una madre. Al parirlos, volvía a los clubes donde trabajaba para complacer al antiguo Capo, quien jamás se casó porque nunca quiso compartir su poder. Muy distinto a Matteo, que no tenía problema en cederle algo del suyo a Livia, quien lo necesitaba más que nadie en ese momento.

El resto de la mañana lo dedicó a designar la seguridad de Livia, buscando entre los mejores escoltas y eligiéndolos personalmente.

—No pueden perderla de vista ni un solo segundo, porque si esa mujer sufre un solo rasguño, con sus vidas me responderán.

—Sí, señor.

—No te preocupes, la señora estará en buenas manos. Estos son de mis mejores hombres. No van a defraudarte —intervino Vittorio, haciéndoles un gesto para que se retiraran y los dejaran a solas—. ¿Has enviado ya las fotografías?

—Alessio se las llevó esta mañana.

Matteo hizo una mueca. El sotto capo tenía maneras muy cuestionables de hacer las cosas y no iba a reprimirse con algo tan importante. Él no había tomado solo la decisión de esa boda; había sido Alessio quien lo propuso, y Matteo aceptó porque la idea no le desagradaba. Todos admiraban en silencio el valor de su nueva señora. El coraje que había que tener para escapar de dos de los capos más peligrosos de Europa y refugiarse en territorio enemigo. Había sido una jugada magistral.

Mientras tanto, Alessio Vescari atravesaba la frontera en su jeep todoterreno, yendo en contra de lo acordado y arriesgándose a entregar el sobre personalmente. El odio que sentían hacia los Valenti era arrollador y no veía la hora de cortarle el cuello a Darío y ponerle fin de una vez.

Darío Valenti había matado a alguien importante para él. Una mujer que amó en secreto porque iba en contra de todas las leyes de la mafia. Otra de sus víctimas, a quien no pudo salvar. Fue a ella a quien vio cuando le hablaron de lo que Livia Moretti había hecho, y por eso instó a su hermano a casarse con ella.

La mansión de los Moretti apareció luego de conducir unos cuantos minutos. Los hombres de Valenti estaban allí, lo cual era una buena señal.

Alessio no les tenía miedo; sabía que podía acabar con todos y salir con vida. Era el ejecutor de la 'Ndrangheta. Desde niño fue preparado para proteger las espaldas de su hermano.

—Alessio Vescari —sonrió Darío, mostrando la hilera de dientes—. ¡Qué sorpresa verte por aquí! Dime, ¿traes contigo a mi mujer?

El sotto capo sonrió, bajando del vehículo y mirando con evidente burla al capo de la Sacra Corona.

—Algo traigo para ti —miró sobre su hombro a Enzo, que se unía a la reunión, esperanzado al ver al menos peligroso de los Vescari—. Y para ti, una oferta que solo durará unos breves segundos.

—Matteo es un hombre inteligente. Dime, ¿cuándo tendré a mi hija de regreso?

Alessio asintió, sin borrar su sonrisa burlona.

—Livia está bien. De hecho, más que bien —rió viendo a Darío—. Ha sido atendida como lo que es: una reina.

—Ten cuidado con cómo hablas de ella —se exaltó Darío, con su cara deformada por los celos enfermizos al imaginar a su prometida bajo el techo de otro hombre—. ¿Qué quiere tu Capo a cambio de Livia? ¿Territorio? ¿Una tregua?

La carcajada que soltó Alessio lo descolocó aún más, dificultándole mantener el control.

—En tu puta vida tendrás una tregua —le lanzó el sobre a la cara—. La respuesta de Matteo.

Darío se apresuró a abrirlo. Sonrió con furia contenida al ver las fotos de su prometida casándose con otro hombre.

—Y la nueva señora de la 'Ndrangheta te envía esto —le lanzó el anillo de compromiso—. Dice que es basura comparado con la joya negra que lleva ahora en su mano.

Rio al volver al coche. Tenía solo minutos para salir de ahí antes de que le dieran caza.

—La guerra ha empezado y no hay cabida para los neutros, Enzo. Tienes que elegir un bando. O eres nuestro aliado, o eres nuestro enemigo. Tienes hasta mañana para decidirlo.

Subió al auto y arrancó a toda velocidad, escuchando el grito bestial de Darío, seguido de una ametralladora, que asumió había acabado con sus propios hombres.

Irónico, para quienes creían que las mujeres eran inútiles, si desde tiempos antiguos eran las provocadoras de grandes guerras y las causantes de la caída de los imperios.

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