Los invitados comenzaron a marcharse, abandonando la casa con descontento, murmurando entre ellos mientras cruzaban el umbral. Sus miradas eran de desconfianza, calculando la próxima estrategia para retomar influencia. Cada paso de los hombres de Matteo resonaba en sus oídos como un recordatorio de que estaban en territorio ajeno, controlado ahora por alguien que no esperaban: una mujer. La ‘Ndrangheta no era bienvenida en sus mentes; pero Livia Vescari no pedía permiso.
—No confío en ellos —murmuró Livia mientras subía por las escaleras, el eco de sus tacones golpeando los escalones.
—Ni debes hacerlo —respondió Matteo, acercándose, dejando escapar un humo espeso del puro que encendió con cuidado—. Van a esperar un error, un mínimo quiebre para joderte. No cedas. Y mientras tanto, no nombres a ninguno de ellos como consigliere. Caporegimes sí, pero no los mires como aliados leales.
Ella lo observó mientras su mirada se perdía en el pasillo, las paredes que habían visto tantas traicio