Livia
¿Casarme con Matteo Vescari? Ni en un millón de posibilidades habría imaginado aquello. ¿Darío o Matteo? No era como si hubiera mucha diferencia entre ellos; sus manos estaban igual o incluso más manchadas de sangre, de gente igual de mal que ellos, e incluso de personas inocentes.
Ningún capo era mejor que otro, eso lo tenía muy claro. Pero para sobrevivir en aquel mundo había que hacer sacrificios. Era quedarme con él o devolverme con mi padre y, por ende, regresar con Darío.
—Decide —me presionó—. ¿Te quedas o regresas a Nápoles?
Hizo un ademán para tocarme el rostro, pero fui más rápida y lo sujeté con fuerza de la muñeca. No iba a permitir que me intimidaran, como lo hacían mi hermano y mi padre.
—No me toques —sisée. Sus ojos brillaron de gracia, asintió y bajó su mano, deshaciéndose de mi agarre—. Si me quedo aquí, no seré tu esclava, no seré un peón tuyo o de tus hombres. Solo así aceptaré, de lo contrario, tomaré esa arma y me dispararé en la cabeza. Y entonces tendrás tu estúpida guerra, de igual manera.
Se quedó en silencio mirándome por unos segundos que sentí eternos, poniéndome nerviosa ante la intensidad de esta.
—Serás la esposa del Capo, bella. Es claro que mis hombres te respetarán —frunció el ceño, esta vez tomando mi mano y sujetando el anillo que Darío había colocado la noche anterior—. Y en cuanto a mí, ¿qué clase de Capo sería si no le doy el lugar y el trato que merece mi mujer?
—No seré tu mujer —solté, fuerte y claro.
—Eso lo veremos —sonrió, tirando del anillo, provocándome un quejido de dolor—. ¿Qué m****a?
El anillo me había hecho daño, no solo eso, me había desgarrado el dedo. Mordí mi labio inferior para no sollozar; el ardor era mucho y la sangre muy escandalosa.
—Es un maldito psicópata —susurré. Él se apresuró a sacar un pañuelo de su bolsillo, cubriendo mi dedo en un intento de parar la sangre.
Alzó el objeto, mostrándome las pequeñas púas puestas intencionalmente para dañar si se llegaba a quitar el objeto. «Maldito hijo de puta»
—Le encantará saber que te lo has quitado y lo has sustituido por el mío —lo guardó en uno de sus bolsillos—. Aunque tu decisión al huir no fue la mejor de todas, es lógico que no quisieras acabar en las manos de ese puto enfermo.
—No acabaré como sus anteriores esposas. Es lo que me he repetido y se ha vuelto mi pequeño juramento.
Asintió levemente, un sutil movimiento que me indicó que me estaba escuchando. Se deslizó a mi lado izquierdo, colocando su mano sobre mi espalda baja, provocando un escalofrío que no supe descifrar, y me avergonzaba un poco admitir que ese hombre me ponía nerviosa, y no era solo por el miedo.
—Vamos fuera, tienes que prepararte para tu boda —me instó a caminar hacia la puerta—. La ceremonia se llevará a cabo esta tarde.
—¿Qué? ¿Tan rápido?
—Por supuesto. No esperarías un año, ¿o sí?
Arrugué el ceño. Nunca soñé con una boda, sabía que pensar en ella era pensar en mi propia condena. Mi único sueño fue mi libertad absoluta, pero parecía que eso solo quedaría en un sueño, porque el universo parecía estar mofándose de mí.
«Puta vida de mierda»
Despacio avancé hacia la puerta, sin dejar de sujetar mi pobre dedo dañado. Mi temor por caer en las manos de Darío era más grande que el miedo que sentía por Matteo.
El lugar era incluso más terrible a la luz del sol, y el traer el estómago vacío me provocó náuseas. Pocas veces había visitado las bodegas de mi padre; al ser mujer, él evitaba involucrarme en sus negocios. Jamás había empuñado un arma, pero sabía cómo hacerlo.
—Señor... —se acercó uno de sus hombres— Vittorio acaba de confirmar la llegada del cargamento. Todo salió como lo planeado.
—¿Hubo problemas?
—No, pero hemos recibido una advertencia de parte de Sacra Corona —el hombre me miró y enseguida desvió la mirada—. Exige la devolución de su prometida o se acabará la pequeña tregua.
—Nunca ha habido una puta tregua. Manténganse alerta, refuercen las fronteras y el puerto —su voz era igual de demandante—. Dudo que le guste la respuesta.
El hombre sonrió con malicia, como si aprobara la decisión de su Capo y estuviese orgulloso de ello.
—Seguro que no, señor —volvió a mirarme, como si estuviese comprobando que era la adecuada para su Capo—. La camioneta está lista.
—Vamos —se dirigió a mí, indicándome la salida.
Antes de salir, lancé una última mirada al lugar y me di cuenta de que no solo uno, sino tres hombres y dos mujeres me habían estado evaluando.
La 'Ndrangheta, si bien no era conocida por ser sádica, sí lo era por ser implacable con sus enemigos, y yo, al ser la prometida de Darío, era considerada como tal. Era lógico que muchos me vieran como una intrusa. Y aunque aún no me ponía su anillo, ya cargaba con el peso de ser la futura esposa de su Capo.
Al salir, abrió la puerta de una de las camionetas y se hizo a un lado para que entrase. En el interior, una bolsa que, a juzgar por el olor, debía ser comida.
—¿No vienes? —pregunté confundida al no verle la intención.
—No, tengo asuntos que atender —señaló la bolsa—. Come, el camino a casa será un poco largo. Ahí te estarán esperando para prepararte. Nos vemos en la tarde y... Livia —enderecé mi espalda al escucharlo pronunciar mi nombre en ese tono de advertencia—, ya no puedes arrepentirte.
Por supuesto que no. Estaba a un paso de casarme con el mismísimo diablo, porque su fachada elegante y pulcra solo lo hacía más terrible, ya que no sabías qué esperar de él.
—No lo haré —respondí decidida—. Mi lealtad a cambio de sus cabezas, ¿lo recuerdas?
—Claro que sí —cerró la puerta sin más, dejándome a solas con el chófer, que pronto subió la ventanilla, dándome un poco de privacidad que agradecí internamente.
Mi estómago rugió cuando abrí la bolsa. Dentro había un gran bocadillo y un zumo. No perdí más el tiempo y comí, olvidándome de la etiqueta y disfrutando de aquello que supo a gloria.
Podría sonar descabellado, pero aquello despertó en mí una pizca de esperanza, tan pequeña, pero ahí estaba, motivándome a que tal vez no era tan malo como lo imaginaba.
...
El camino a casa de Matteo fue de cinco horas, tan largo como él lo había dicho. Pude dormir algunas horas y otras las dediqué a contemplar algo de Cantabria. Nunca había estado en aquel sitio, por cuestiones de políticas mafiosas, suponía.
Ningún mafioso arriesga a sus familias, y menos a los más débiles, a exponerlos delante de otro Capo. Por muy aliados que sean, tendían a traicionarse entre sí. Después de todo, jugar sucio era lo de ellos.
—Hemos llegado, señorita —el chófer abrió la puerta para mí, haciéndose a un lado, dejándome ver la inmensidad de los jardines, muy bien cuidados. Setos de rosales se extendían alrededor de la mansión, la cual era algo moderna, con enormes cristales que se extendían desde la base hasta el techo. Era un lugar elegante y costoso, digno de un hombre como Vescari—. Adentro la están esperando.
No dije nada y solo caminé, sin perderme ni un solo detalle. Tenía un ambiente diferente a la casa de mi padre; todo aquí era más sofisticado, como si cada detalle estuviera pensado meticulosamente. Una muestra de lo minucioso y perfeccionista que era su dueño.
—Señorita Moretti, bienvenida —me dijo una de las chicas que me esperaba dentro—. Por favor, síganos.
Me guió hasta el segundo piso. La pulcritud del lugar era intimidante. Había solo el personal necesario, y el silencio solo lo hacía más escalofriante.
—Al señor no le gusta el ruido innecesario —como si me leyera la mente— y no le gusta que invadan su privacidad. Este es uno de sus sitios donde suele estar cuando no hay ningún asunto que requiera su presencia.
Abrió unas puertas dobles, mostrándome una linda habitación en colores neutros.
—Hemos improvisado el lugar. Si algo no le gusta, podemos modificarlo a su gusto —negué con mi cabeza en respuesta—. Y por aquí tiene las tres opciones para la ceremonia de esta noche. El señor dijo que usará el que mejor le pareciera.
En el centro de la habitación había tres maniquíes luciendo tres espectaculares vestidos: uno blanco, uno rojo y uno negro. Ni siquiera tuve que pensar mucho para saber cuál era el indicado. El negro. El color que definiría en mí un antes y un después, que le gritaría al mundo y a mí que mi lealtad ahora estaba en otro lado. El color predilecto de mi futuro esposo.
Iba a ser una reina e iba a demostrarlo. No más debilidad, no más lágrimas. Desde ese momento no volvería a mostrarme vulnerable ante nadie. Era la mujer del Capo de la 'Ndrangheta e iba a demostrar que me merecía ese lugar.