Moscú, Rusia
—Oh, cara mia, qué sexy estás —la mujer del Pakhan la recibió con efusividad en su residencia—. Te ves mejor de lo que creí. Más radiante, más peligrosa.
Livia sonrió astuta y asintió. Era así como empezaba a sentirse: peligrosa, pues todavía respiraba por la herida y las ganas de vengarse con el único que quedaba vivo seguían intactas. Tenía planes para él, pero antes de enfrentarlo, quería recuperarse física y mentalmente. Para mostrarle que con ella no tenía más acceso a hacerle ningún mal.
—¿Dijiste spa?
—Oh, sí.
Livia estuvo alrededor de tres días en territorio ruso, que le sirvieron para despejarse y decidir cuidadosamente lo que haría al regresar a Italia. Había reunido información de todas las familias de la Camorra y, junto a la rusa, quien le aportó ideas de cómo comportarse y manejar la situación sin quebrarse delante de aquellos hombres.
Regresó con su actitud altanera, dispuesta a comerse el mundo que tanto la desprestigió, que la rebajó a tareas que se negab