Mundo ficciónIniciar sesiónZaira Mendoza es una bailarina que lucha por sobrevivir sin depender de nadie. Pero una noche de confusión la lleva a despertar en la cama de un desconocido… un hombre poderoso y enigmático cuyo mundo es tan oscuro como su mirada. Semanas después, Zaira descubre que está embarazada. Decide huir, sin imaginar que Leonardo Valverde, un magnate frío, calculador y con sed de venganza, la encontrará. Al descubrir que ella está relacionada con la muerte de su hermano, Leonardo jura destruirla. Decide tenerla como su amante, ocultando su verdadera intención. Sin embargo, cuanto más la posee, más lo consume el deseo por esa mujer a la que juró odiar. Ahora, atrapado entre la venganza y una pasión que lo desarma, Leonardo deberá elegir entre destruirla… o rendirse ante el amor que nunca creyó sentir. Una historia de deseo, engaño y redención, donde el corazón del magnate más implacable será puesto a prueba por la mujer que menos esperaba.
Leer másLeonardo
Llueve con la furia de quien intenta borrar todo lo sucedido. Mis lágrimas ya no se distinguen del agua que golpea la tierra fresca; ambas se mezclan y hacen barro en el que centellea, como si la noche misma estuviera llorando conmigo en este mismo instante. Me apoyo con los nudillos en la lápida aún tibia y siento que la oscuridad me traga los huesos. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo pudo morirse mi hermano? Solo por la traición de una mujer a la que ahora maldigo con cada aliento.
Me llamo Leonardo Valverde y prometo vengarme de esa malnacida.
El ataúd bajaba lento, como si la tierra se negara a acogerlo. Vi su rostro una última vez. Pálido, tranquilo, ajeno a todo dolor. Y en mi pecho algo se rompió, tan profundo que me dio vértigo
—¿¡Cómo pudiste!?—grité y la lluvia me pegó en la cara, fría, despiadada. Sentí la necesidad de arrancarme la piel para sacar de mi pecho ese dolor, esa rabia sorda que ahora se encendía como una brasa. Me dolía su muerte, era mi hermano menor, tenia mucho por vivir y por una mujer decidió terminar con su vida de la peor manera.
Manuel mi mayordomo y él mismo que hemos tenido toda la vida cuando las cosas se ponen difíciles. Me puso el paraguas sobre y yo lo aparté con brusquedad
—No quiero—le dije—. No quiero taparme. No ves que ya estoy empapado.
Él no respondió. Sé que entiende cuando yo hablo sin palabras. Me miró con esa mezcla de pena y lealtad. Abrió la puerta de la camioneta y esperó a que subiera. Antes de entrar, me volví una vez más hacia la tumba. Juré en voz baja,
—No descansaré hasta que todo se devuelva en la misma moneda.
No se trata de odio simple. Es algo más frío, más calculado, la promesa de que cada lágrima que yo derrame se multiplique por cien en la vida de quien le hizo esto a mi querido hermano. No quiero que su muerte quede impune. No quiero que su nombre quede en el olvido de esa mujer.
Me vengare de esa traidora.
Mientras la camioneta arrancaba, mis pensamientos hacia esa carta en la que mi hermano decía que iba morir si no tenía en amor de esa tal Zaira me carcomian por dentro. Ese nombre me quema la lengua y me dan deseos de matarla.
No soy un santo y no pretendo serlo. Si la venganza me transforma en algo terrible, que así sea. Prefiero convertirme en monstruo a vivir eternamente con la mirada vacía frente a su fotografía.
No me importa, si tengo que jugar a la ruleta rusa con mi propia alma para que ella pague.
Manuel rompió el silencio
—Hemos llegado mi señor, Leonardo.
Asentí bajando de la camioneta.
Al entrar a la casa grande, vi a Griselda salir disparada, la cara desencajada. Corrió hacia mí y me abrazó con fuerzas.
—¿Por qué no me dijiste? —gritó, con la voz rota, el calor de su cuerpo temblando contra el mío—. ¿Como sucedió?
No supe qué responder. Sus manos me arañaban la camisa, buscando algo estable, alguna respuesta que yo no tenía. Ella se dejó caer de rodillas y la levanté como pude, con torpeza, porque no había palabras que arreglaran lo que estaba roto.
—No lo sé —le respondí —. Vamos adentro.
Ella seguía llorando. Al entrar al interior de la casa. Le hable a la doméstica.
—Maria lleva a Griselda, prepara un té.— Le ordeno y luego veo a mi hermana y le habló. —Ve a descansar, el viaje fue pesado, toma un té relajante.
Ella sólo asintió sin decir nada mas. Cuando se retiró junto a Maria, caí en la silla cansado.
Angélica vino hacia mí con esa mezcla teatralidad que siempre la caracterizó. Se acercó y rozó mis labios con los suyos en un gesto rápido, más de consuelo que de pasión.
—Te estábamos esperando — mencionó con una sonrisa clavada que no alcanzó sus ojos—. No quisimos interrumpirte cuando decidiste quedarte.
Respiré hondo y, con la voz cansada repliqué
—A todos, los presentes, lamento mucho lo que le pasó a mi hermano. Fue una noticia que nos golpeó. Ahora pueden irse, ya su cuerpo no está presente aquí —Replique echando a todos de mi casa.
Angélica insistió, queriendo convencerme de quedarse, de que no estaba solo. Mis tías me saludaron con un gesto antes de irse. Sabía que no era momento para más conversaciones, para besos hipócritas ni para frases hechas. Solo necesitaba que me dejaran en paz.
—Lamentamos todo lo que sucedió Sobrino.— dijo mi tío y solo asentí. Cuando se retiró, Angélica me tomo del brazo.
—Cariño, puedo quedarme contigo.
—No deseo estar con nadie. Ahora mismo soy la peor compañía — declare asustando a mi prometida.
Subí a mi cuarto con los sentidos en llamas. Antes de cruzar la puerta de la habitación de mi hermano, me detuve; abrí sin ruido y recorrí su espacio con la mirada. La cama hecha a medias, sus libros, una camiseta doblada encima de una silla. Busqué y no hallé lo que necesitaba.
Ningún audio, ninguna nota aparte de la carta y sin que explicar el porqué de todo—. Pero en su mesa de noche encontré un cuaderno que era como un diario para él. No sé qué esperaba, tal vez una confesión, una pista de ¿Como era ella o de que familia venía?
Dentro del diario había una fotografía junto a una frase.
«Solo querías mi dinero, a cambio recibi tu traición. Prefiero morir que verte con otro»
Apreté el papel con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos.
La sostuve entre los dedos y fue como si el mundo se fuera a negro por un segundo. Era una foto pequeña, arrugada en las puntas; supe, sin pensar, que aquella imagen iba a cambiar mi vida. La apreté contra mi pecho y las lágrimas, que habían estado contenidas salieron sin pedir permiso. Recorrí su rostro con la mirada un millón de veces, logré ver un poco su rostro ese que enamoro a mi hermano hasta matarlo.
Sonreí de lado, una mueca que no era sonrisa sino amenaza. El odio se me encendió en el pecho como un fuego que ya no podía apagar. Juré con voz ronca, con la garganta cerrada, que encontraría a esa mujer y me vengaria de ella de la peor manera.
Me fui a buscar el saco de boxeo en la habitación de entrenamiento, era como si golpear aire me ayudara a ordenar la rabia. Cerré el puño y lancé golpes imaginarios contra la realidad que me había arrebatado a mi hermano.
Me quedé sentado en la penumbra de mi cuarto, oyendo mi propia respiración.
—Te juro que te voy a encontrar —susurré a la foto, como si hablarle a un pedazo de papel fuera a mover el mundo—. Y cuando te encuentre, vas a pagar por lo que le hiciste a mi hermano maldita traidora e interesada.
Zaira.Miraba la inmensa casa frente a mis ojos. Parecía un palacete, toda de cantera, con ventanas grandes. El lugar se sentía cálido y el aroma a flores llegaba a escasos metros. Más allá de lo rico del clima, el lugar era pura riqueza y elegancia. Y no era algo para mí. Jamas me vi en un casa así de grande y lujosa.—Bienvenida sea, señoras. Ahora yo los atenderé. Mi nombre es Bárbara y pronto llegará la que estará adentro de la casa atendiéndola.—Mucho gusto, Bárbara. Mi nombre es Zaira. —Mencionó la chica con cortecia —Pase adelante, por favor. Entremos.—Tita se ve espectacular este lugar.— dijo mi sobrino con estuciasmo.—Sí, pequeño —dije toda desganada, porque realmente no quería estar aquí, pero no tenía otra opción.Mi pequeño sobrino saltaba de alegría. Mamá lo sujetó de la mano y le dio un pequeño toque para que guardara silencio.—Es hermoso. Me alegro que hayas aceptado venir aquí, querida hija. La vida que teníamos era pésima, y ahora, con un bebé en tu vientre, es ob
Leonardo.No podía parar de reírme. En serio, me resultaba casi cómico ver lo fácil que resulto ser, ella acepto la propuesta de ser mi Amante sin pensarlo tanto. Mujeres como ella, caían una y otra vez en el mismo juego. Era demasiado sencillo. Primero las enamoras, las haces sentir especiales y luego las destruyes poco a poco. Y con ella no sería la excepción. Claro que iba a jugar con sus sentimientos, y luego haría que pagara caro la traición qué le hizo a Andres.Pobre de mi hermano, al haberse enamorado de una falsa como esa bailarina cualquiera. Ahora debo asegurarme de tenerla cerca y bajo control. Después me encargaré de quitarle a ese bebé. No pienso permitir que esa mujer se quede con el. Si resulta ser mío, me haré cargo, pero a mi manera. Y si no lo es, entonces tendrá que soportar las consecuencias. Nadie juega conmigo.La llevare a quedarse a mi casa en Esteli, junto al lago, perfecta para mantenerla vigilada. No soy un mal hombre, o al menos eso me gusta creer. Bueno l
Zaira.Lo mire con asombro. Es probable que este hombre, me a estado vigilando.—¿Cómo sabe mi nombre? —pregunté.—Ya ves —dijo sonriendo con arrogancia—, sé mucho más. Puedes buscarme en redes: soy Leonardo Valverde, el pintor más famoso de esta ciudad. Poseo museos y empresas, y no voy a permitir que ensucies mi nombre jamás.Ni siquiera sabía quién era ese hombre hasta ese momento.—No importa si sabías o no —continuó—. Lo que me interesa es tenerte cerca. ¿Quieres que te saque de esta casucha a la fuerza?Sentí que me ardían los ojos.—¿A qué se refiere? —pregunté confundida.—Tú misma lo comprobarás mañana. Nos vemos. —Puso una tarjeta en mi mano. Intenté tirarla, pero no pude.Se inclinó hasta mi oído y susurró con un tono que me hizo estremecer.—Soy capaz de dejarte en la calle esta misma noche para que duermas debajo de un árbol, junto con tu madre, tu hermano o lo que tengas que ver con ese niño. Así que acéptalo, Zaira Mendoza.Después me dejó un beso en el cuello, se acomo
Zaira.Ya no sabía qué hacer. Lo peor era que ahora mi madre sabía que estaba esperando un hijo. Lo único que me dijo fue que no abortara y que luchara como fuera para criarlo, pero eso no hacía que la situación fuera menos terrible, no tenía trabajo, mi jefe me había llamado mil veces y yo había decidido huir. Le dije que no quería seguir trabajando porque estaba embarazada; pensé que así me dejaría en paz. Para él, una bailarina embarazada no podría servirle de ninguna forma, pero ni siquiera me pagó lo que me debía por las noches que trabajé, prácticamente me quedé sin nada.Todo lo que me quedaba era pensar con exactitud y claridad qué iba a hacer con el bebé, si seguir adelante o quizá. No deberia pensar en esas ideas, las aparté de mi cabeza con violencia. No soy capaz de nada que me destruya.La noche llegó y solté un suspiro pesado; salí al frente de la casa para ir a la pulpería a comprar arroz y algo para preparar la cena. Cuando me acercaba al portón, un auto lujoso se det
Leonardo Sustuvo el teléfono con las manos temblando, y las palabras en la pantalla eran un corte tras otro. Leía los mensajes que mi hermano le había enviado a esa mujer y luego sus respuestas —frías, cortantes, llenas de desprecio—y no podía creer que alguien hablara así. Ella le decía que no lo necesitaba, que era un "marica", que solo se había enamorado de ella por error; cuando él juró que daría la vida por ella, ella respondió."Haz lo que quieras, muérete lejos de mí. No me hagas llorar pidiendo. Pudrete, no me interesas para nada." Sentí rabia. Golpeé la mesa sin pensar; el ruido me devolvió a un espacio vacío y helado.Abrí la galería de fotos. La mayoría mostraba el cuerpo de la mujer, una piel pálida, cabello rubio y un lunar extraño en el hombro. No se veía bien el rostro, pero su desnudez estaba ahí, provocadora y sin pudor. La miré como si pudiera arrancarle la máscara con la mirada."Miki" Esa era la forma en que ella lo llamaba-. ¿Por qué le decía así? Seguí leyendo y
LeonardoHabía salido en los mejores periódicos del país. Las críticas hablaban de mis obras, de mis cuadros, de cómo mi talento había revolucionado el arte contemporáneo. Era elegido como uno de los mejores pintores del país, y eso había hecho que la empresa y el museo crecieran considerablemente. Acababa de terminar una exposición importante, y tras despedirme de los organizadores, me dispuse a salir del museo... aunque no pude hacerlo sin antes ser interceptado por la prensa.Las cámaras destellaban frente a mí, y a mi lado estaba Angélica, sonriendo con ese aire de perfección que tanto encantaba a los periodistas.—¡Valverde! —gritó uno de ellos—, ¿cuándo será la boda con esta preciosa modelo?El micrófono se alzó frente a mí, y aunque quise rodar los ojos ante la pregunta, me limité a sonreír con frialdad. Puse una mano en la cintura de Angélica y miré al periodista directamente.—Esas cosas no se dicen —respondí con tono cortante—Cuando llegue el momento, ustedes serán los prime
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