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Mundo ficciónIniciar sesiónMariel Lucero Solórzano nació bajo un eclipse que marcó su piel y su destino. Entregada a los humanos siendo apenas una recién nacida, creció sin conocer la verdad: que pertenece a un linaje ancestral de lobos elegidos por la Luna. Profesora y escritora de novelas de romance, su vida parecía normal… hasta que un encuentro inesperado enciende algo en su interior. El roce de un lobo de élite, desconocido y peligroso, desata sus instintos dormidos y la empuja hacia un camino imposible de ignorar. Con la activación de su parte loba, tres dones emergen: conexión espiritual, control elemental y visiones del futuro. Dones que la convierten en la clave para mantener viva la Llama de la Luna… o liberar a la temida Sombra del Eclipse. Mientras fuerzas oscuras conspiran para poseerla, Mariel deberá elegir entre abrazar su humanidad o aceptar a la loba que late en sus entrañas. El precio será su libertad, su sangre… y quizá su corazón.
Leer másLa noche es oscura, densa, como un manto de humo que no me deja respirar. El frío me cala en los huesos, pero no importa. El estrépito de las espadas, el choque del metal contra el metal, corta la oscuridad como si fueran relámpagos. El clin, clin, clin deja destellos fugaces que iluminan rostros sudorosos, heridos, feroces. Mi corazón late con fuerza. El de todos late igual, al borde del colapso.
Llevamos días en la frontera norte, resistiendo la invasión de los Reinos de Piedra. Ellos quieren arrebatar nuestras tierras, nuestros campos, nuestra gente. Y nosotros no cedemos. No podemos. Esta es nuestra patria, nuestro juramento.
Después de tanto tiempo, ni victoria, ni derrota. Solo cansancio. Solo muerte.
Avanzo con mi espada en alto, la sangre pegada a mis manos como si fuese parte de mi piel.
—¡Kael, a mi lado! —grita mi hermano.
Lo escucho incluso entre el rugido de la guerra. Giro hacia él. Está cubierto de barro y sangre, pero sus ojos arden, vivos, firmes. Nos entendemos sin palabras. Siempre ha sido así.
Corro hasta él. Juntos nos abrimos paso entre los enemigos. Golpeo, corto, atravieso. Siento la vibración de la hoja al hundirse en carne. Escucho un grito ahogado, un cuerpo caer. Mis manos tiemblan, no de miedo, sino de rabia. Con cada embestida, con cada golpe, parte de nuestra humanidad se va perdiendo.
Mi hermano embiste contra otro soldado, su espada se clava con precisión en el cuello. Ambos luchamos espalda contra espalda. Como siempre. Como cuando éramos niños jugando a ser guerreros. Pero esta vez no hay juego. Aquí no hay vuelta atrás.
—¡Resiste, hermano! —le grito, mientras arremeto contra dos que vienen hacia mí.
El aire se llena de polvo, sudor, sangre. Es un infierno en la tierra. Los hombres caen como moscas, los míos y los suyos. Cinco, diez enemigos nos rodean. La presión se siente en cada músculo. Estoy exhausto, pero sigo.
Un instante basta para cambiarlo todo. Un brillo en la oscuridad. Un filo exacto. No me da tiempo de gritar. La espada enemiga atraviesa el vientre de mi hermano.
—¡Noooo! —Mi voz se quiebra.
El sonido metálico del acero entrando en su cuerpo me taladra el alma. Veo cómo sus ojos se abren, cómo su boca intenta respirar el aire que se le escapa. La sangre lo inunda todo, tiñe su ropa, su piel, el suelo. Con cada gota se despliega fuera de su cuerpo, mi alma se va saliendo para estar con la de él.
Me lanzo hacia él, cortando a diestra y siniestra. Mi furia abre camino entre los que nos cercan. Mi hermano cae a mis brazos. Su espada resbala de sus manos. Lo tomo de la cara, con mis manos ensangrentadas.
—Resiste, hermano. Todo estará bien. —Lo sé, es mentira. Pero se lo digo igual.
Él me mira, con esa mirada que siempre tuvo para mí: la del mayor, el guía, el protector. Su mano aprieta la mía con las últimas fuerzas.
—Kael, cuida la patria, cuida la familia, no dejes que mueran… —Su voz es lenta, es un susurro que escucho a la perfección. De pronto, se rompe—. Te quiero…
No alcanza a terminar la frase que marca mi vida para siempre. Sus ojos se nublan, su aliento se apaga en mis manos. Parte de mí muere con él.
El dolor me atraviesa como cien lanzas al mismo tiempo. La furia se desata. Me pongo de pie, con lágrimas en los ojos, y grito como un animal herido. Mis golpes son más fuertes, más rápidos. Abro gargantas, vientres, rebano cuellos. No pienso. Solo mato.
Un silbido corta el aire. Un golpe seco en mi espalda. La flecha entra con brutalidad, casi perforando mi pulmón. El dolor es insoportable. Siento cómo la sangre me quema por dentro. Trato de resistir, pero mis piernas flaquean. Caigo de rodillas, la espada se me escapa.
—Capitán —esucho la voz de Royer, uno de mis subalternos, mientras mi cuerpo cae y mis ojos se dirigen a un lugar enfrente de mí.
Lo último que veo es el cuerpo de mi hermano, inmóvil en el suelo. Y sé que no habrá regreso para él. Ni para mí.
Mi visión se nubla. La respiración se corta. El corazón me late con debilidad, cada vez más lento. Todo se apaga, todo se va quedando en silencio. No hay gritos, no hay espadas, no hay nada más que una oscuridad que lo va consumiendo todo.
Me dejo caer de lado, entregado a la oscuridad, al silencio. Esta es la paz que tanto ansiaba, necesitaba. Aquí no hay dolor, no hay pérdida, solo soy yo.
Pero alguien me mueve. Siento unas manos firmes que me sacuden. Apenas distingo un rostro entre sombras. Sus ojos brillan con un fulgor sobrenatural.
—Eres tú —susurra.
No entiendo. ¿Qué significa? ¿Quién es este hombre? ¿Lo he visto alguna vez?
De pronto, unos colmillos me atraviesan el cuello, la pierna, el costado, mi espalda. ¿Son mordidas? Aunque espero que el dolor me atraviese, no lo hace. No siento nada, mi vida ya se ha escapado.
¿Cuánto llevo así? Parece siglos que estoy en este mismo estado de estupor. ¿Estoy vivo o estoy muerto? Sigo en la oscuridad, en la paz que me calma, que me arrulla y la que me dice que me duerma.
Algo se enciende en mi interior, diciéndome que no estoy muerto. Luego, se vuelve más y más fuerte. El fuego se expande desde todas las heridas por todo mi cuerpo.
Mi cuerpo convulsiona. Tiemblo sin control. El fuego recorre mis venas, quema, arrasa, destruye. Veo imágenes que no sé de dónde vienen: lobos corriendo bajo la luna, montañas, bosques oscuros, ojos brillando en la penumbra, rituales, sangre, oscuridad y luego un gran eclipse en el que todos parecen estar bien.
Quiero morir. Quiero descansar. Pero no muero. El dolor se transforma en algo más. Una fuerza que nunca conocí. Un poder que se abre camino entre la carne desgarrada. Mis sentidos se agudizan: huelo la sangre seca, escucho los gritos lejanos, siento el peso de la tierra húmeda bajo mí.
El hombre me sostiene, su voz vuelve a sonar.
—Renace. Tu hora no llegará —sigue diciendo esa voz.
Y renazco. Mi piel se estira, mis huesos se quiebran para volver a formarse. Mis manos se convierten en garras, mi cuerpo se alarga, se cubre de pelaje gris oscuro. Mis ojos arden, pero no de fiebre: es el fuego de la vida.
Soy lobo. No es una maldición. He renacido de nuevo. ¿Esto es real? El ardor, el deseo de muerte por la injusticia de mi hermano me inunda. Pero ya no hay nadie vivo en el campo de batalla. Todo muertos, y los que no, se han replegado.
Me levanto, aún tambaleante. El aire sabe distinto. El mundo entero cambia ante mis ojos. Los colores, los sonidos, los olores. Todo se amplifica. Todo es mío.
Aúllo. Un grito que no es humano, pero nace de lo más humano que tengo: el dolor de haber perdido a mi hermano. El aullido rasga la noche y hace temblar el campo de batalla.
Ya no soy Kael, el soldado. Soy Kael, el lobo. Uno que tomará venganza por la injusticia. Mi fuego me obliga a moverme, a buscar, a cazar.
Por fin, después de tanto correr, los encuentro. La armada enemiga está viviendo bajo sus tiendas. Mi sensación es tan poderosa, que no lo puedo evitar. Corro hacia ellos, los degüello, los rompo, los mato. A todos.
Después del calor, viene la calma. Veo mi destrozo, mi acción y no lo creo. Detrás de mí, otro igual que yo, me observa con desapruebo y con algo de comprensión también.
Me lleva al bosque, percibo todo de manera diferente. Antes de entrar en el agua, me observo en el agua: más moreno, más alto, con ojos verdes, luminosos y con un aire animal que jamás había visto. Esto es lo que soy ahora.
MarielEl Valle de los Ecos no tiene viento. Ni pájaros. Ni insectos. Solo el agua quieta y ese reflejo que devuelve las montañas al revés. No es rojo por sangre: es rojo por la forma en que el cielo se dobla.Kael camina delante, observando cada piedra antes de pisarla. Royer va detrás, cansado, pero firme. Yo no hablo, no puedo. Desde que bajamos, algo dentro de mí se mantiene despierto aunque no diga nada.El aire aquí tiene peso. Cada respiración se siente prestada. El lago no se mueve. No hay ondas, aunque una hoja caiga encima.Me acerco al borde. Pongo la mano. El agua está tibia. Kael me observa sin decir palabra. No necesito pedirle permiso; me conoce lo suficiente para saber que no lo haré.—¿Qué ves? —pregunta.—No sé —respondo—. Pero me ve a mí.El reflejo no me devuelve igual. Mis ojos son más claros, la piel tiene un brillo tenue, casi metálico. Siento la Marca arder en el brazo, no como fuego, sino como corriente eléctrica. Royer deja el equipo en el suelo.—Voy a revis
AdharaNo sé por qué esta noche me cuesta respirar. El aire me pesa. Siento como si alguien caminara sobre el techo con los pies descalzos.Samuel duerme, pero su cuerpo no descansa. Se mueve, murmura, gira la cabeza. A veces, cuando sueña así, dice el nombre de Mariel, y eso me despierta más que cualquier ruido.Salgo de la habitación con cuidado para no hacer crujir la madera. Enciendo la lámpara del pasillo. La luz parpadea una vez y se estabiliza. Afuera no hay viento, pero las cortinas se mueven como si algo pasara rozando los cristales.El reloj de pared se ha detenido a las 11:13. Intento darle cuerda, pero la aguja no se mueve. Algo no anda bien. Lo sé, lo siento. Es ese tipo de presentimiento que no se razona: se siente y, a la final, le obedeces.Me asomo a la ventana, como si buscara la explicación en la oscuridad. El perro del vecino ladra mirando al vacío y, de pronto, se calla. La calle está vacía, sin autos, sin pasos. ¿Qué le pasará al perro? Solo ese silencio que uno
MarielEl agua me devuelve con cautela, con precisión. No siento miedo, sino una fuerza que no había sentido antes.No salgo caminando, sino que me alza. La corriente me sostiene bajo los pies como si el río hubiera decidido ser suelo. La luz alrededor no es de día ni de noche; es un resplandor tibio que late al ritmo de mi pecho.Cuando doy el primer paso fuera del Sendero, todo se alinea: el bosque, el aire, el dolor. Huelo sangre.—Kael —susurro, y el nombre me enciende la Marca.Corro lo más rápido que puedo. Las ramas se apartan un instante y luego vuelven a su sitio, como si el bosque quisiera ocultar lo ocurrido de ojos ajenos.Llego al claro y lo veo: está de lado, el pelaje gris manchado de rojo oscuro en el costado y el hombro; el cuello marcado por un roce de cadena. Royer jadea cerca, con el hombro abierto y la mirada alerta, tercio hombre, tercio lobo, tercio pura voluntad.Me tiemblan las manos, pero no de miedo. Es otra cosa. Un zumbido que empieza en el esternón, pasa
KaelNo huele a bosque. Huele a cal quemada. A soga húmeda. A metal listo para abrir carne.Royer me mira desde la sombra del pino. Asiente sin emitir sonido. Dos dedos: tres hombres, un cojo. Ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos era el coro de aullidos detrás.—Al norte —dice, bajo—. Los de Cal trajeron perros y lobos.—No son suyos —mascullo—. Son sucios. Comprados.Mi nuca arde un golpe. La Marca. Un latido caliente, breve. Mariel cruza el Sendero y yo aquí, conteniendo una guerra. No voy a llamarlos. Nocte no sabrá de ella hasta que yo decida.La primera bala canta. Se estrella en la roca junto a mi oreja. El plomo me silba. Caigo sobre un tronco y ruedo. Royer dispara dos veces. Un hombre de Cal se pliega como si le cortaran los hilos.—Muévete rápido —ordeno. Me muevo.El bosque nos conoce. Dejo el cuerpo al ras del suelo, avanzo, muerdo el aire para pescar olores. Tabaco frío. Pólvora vieja. Sangre de cobarde. Y, encima, la capa gruesa de sal. Me seca la lengua.Los aullidos crec
MarielEl aire se vuelve más pesado. Huele a sal. A hierro. A tormenta. El río murmura mi nombre, y sé que no es mi imaginación. Algo me llama desde dentro del agua.Me acerco lentamente. La corriente vibra, como si respirara. Cuando la toco, la superficie se abre. Una figura emerge, hecha de luz líquida.Tiene forma de lobo, pero su cuerpo no es solo agua. Arde desde adentro. Sus ojos mezclan azul y fuego.Retrocedo un paso, aunque algo en mí sabe que no debo tenerle miedo. El lobo se inclina.—¿Quién eres? —pregunto, con la voz más tensa de lo que quisiera.No me responde con palabras. Siento su voz en el pecho, directa, imposible de ignorar.―Soy Nahr. Guardián del Pozo del Eco. Mensajero de Umbra.Nahr. El nombre me quema en la mente. Me resulta familiar, como un recuerdo que no pertenece a esta vida.El lobo da un paso hacia mí. El agua se mueve con él. Cuando su hocico toca la superficie, el río se transforma en un espejo vivo.Y la veo. Mi madre. Su rostro aparece reflejado en
MarielEl amanecer se abre despacio, tibio, como si el bosque aún dudara en despertarse. El agua ya no canta igual; su sonido cambió, se vuelve más profundo, casi como si intentara pronunciar mi nombre. Kael está junto al fuego apagado, los brazos cruzados y la mirada fija en el cauce. Me acerco en silencio, todavía con el eco del sueño dentro del pecho.De pronto, veo aparecer algo enfrente de mí, una silueta de agua que intenta decirme algo. El bosque me llama, habla, susurra y puedo entender con precisión todo lo que me dice.Estoy maravillada, es como un lobo de agua de fuego. Me mira fijo a los ojos y me habla directamente. ―Vete hacia el cause que tiene dos caminos. Ya no debes permanecer en esta tierra. Te estaré esperando.Así como aparece, desaparece. Cuando vuelvo a caer en la realidad, noto que Kael está al lado de mí, tomándome de los hombros.—¿Qué te dice hoy? —pregunta sin apartar la vista de mí.—Que ya no me quede —respondo—. Que camine hacia donde el cauce se divide

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