6. Ecos del Eclipse
Mariel
El sueño me envuelve antes de darme cuenta. No es un descanso común: es como si una mano me llevara a través de un velo de sombras.
Estoy en medio de un campo abierto. La luna no es redonda ni partida, es un ojo rojo que me observa desde lo alto. Las estrellas tiemblan, relucen, viven palpitantes en el firmamento.
Bajo esa luz, veo lobos. Decenas. Cientos. De pelajes grises, negros, blancos. Y entre ellos, una figura diferente: un lobo rojizo. Mi piel se eriza. Sé que soy yo. ¿Qué hago allí?, es en lo primero que pienso.
Camino hacia el círculo. Siento el peso de sus miradas. No hay hostilidad, pero sí expectativa. Como si esperaran algo de mí. Como si quisieran que hablara un lenguaje que todavía no conozco.
Entonces aparece una mujer con ojos dorados. Su rostro está marcado de arrugas que parecen mapas. Lleva en las manos un cuenco con fuego líquido. Lo eleva y el humo forma un eclipse en el aire.
—Umbra —susurra. La palabra me hace temblar, aunque realmente no sé qué signifi