La esposa del tirano rey lobo

La esposa del tirano rey lobo ES

Hombre lobo
Última actualización: 2025-10-13
Diana Grey  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Isis fue una vez la curandera más tierna de su clan,quien tenía manos bendecidas por la Diosa de la Luna, así como un corazón que latía por el amor. Pero en una noche de luna llena, el destino la arrojó al infierno:la traición de su mejor amiga, la sangre de su amado, el frío Alfa y la sombra del trono. Cuando despertó de nuevo, ya no vivía para curar, sino para vengarse. Se convirtió en la "esposa" de un tirano,en una ficha de un peligroso trato. Pero a medida que él se despertaba gradualmente, ella comprendió:había heridas que incluso ella misma no podía sanar. Y a veces, el veneno más letal no era el odio, sino... el amor. —¿Quién demonios eres tú y qué haces en mis aposentos? —Soy Isis, tu esposa. —Yo no tengo una maldita esposa, y si estás coludida con mis enemigos lo vas a pagar muy caro. —Soy tu esposa, pero sólo de nombre, sólo en el papel, porque mi corazón le pertenece a otro. Sólo acepté este trato para que ustedes me ayudaran a vengarme de mis enemigos… pero no te amo, y nunca lo haré.

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Capítulo 1

La noche en que todo cambió

El aire estaba impregnado de un nerviosismo palpable. Esa noche Marcus, nuestro alfa, anunciaría a la mujer que se convertiría en la Luna de la manada. El murmullo de los lobos, la expectación y la tensión recorrían cada rincón del claro. Yo no tenía dudas de que sería Amira, mi mejor amiga. Ella siempre había soñado con ese momento, y su corazón ardía de amor por Marcus desde que éramos niñas.

—Eres la sanadora de esta manada, cariño, debes lucir maravillosa —dijo mi madre mientras acomodaba el pesado vestido que me había hecho poner.

Lo miré con cierto fastidio; era demasiado ostentoso para mi gusto.

—No entiendo para qué, madre. La que debe resplandecer es Amira. Estoy segura de que ella será la elegida.

Mi madre suspiró, como si yo no entendiera lo obvio.

—No digas esas cosas. En ese caso, la elegida podrías ser tú.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Negué con la cabeza.

—La diosa no lo permita. Tú sabes que yo amo a Dorian. Él y yo solo estamos esperando el momento de solicitar la aprobación del alfa. Pero tenemos que aguardar a que primero elija a su pareja; sería de mal gusto celebrar nuestra unión antes.

Mi padre, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, intervino con tono duro:

—Ese guerrero no es digno de ti, hija. Tú mereces a alguien de mayor rango.

Lo miré con un nudo en el pecho.

—No me gusta que hables así, papito. Yo te quiero mucho, pero sabes que desde niña he estado enamorada de Dorian… y él de mí.

Él se limitó a gruñir y hacer un gesto con la mano.

—Arréglate rápido. No queremos llegar tarde a la ceremonia del alfa.

El claro estaba iluminado con antorchas y adornado con telas rojas y doradas. El aroma de la resina ardiendo se mezclaba con el de las flores frescas. Toda la manada estaba reunida. El murmullo de las voces era como un río constante que chocaba contra las piedras del silencio tenso.

Caminaba con paso inseguro, consciente de que demasiadas miradas se posaban en mí. Sentí que la sangre me subía a las mejillas. Fue entonces cuando la madre de Marcus se acercó, su porte elegante imponía respeto.

—Isis, luces realmente hermosa esta noche —dijo con una sonrisa cargada de algo que no supe descifrar.

Incliné la cabeza, tímida.

—Gracias, señora…

Las miradas seguían, persiguiéndome como dagas invisibles. Me sentía incómoda, así que busqué a Amira entre la multitud. Cuando la encontré, sus ojos brillaban de felicidad.

—Esta noche, por fin, mi sueño será realidad, Isis —me dijo con un entusiasmo desbordado—. Me convertiré en la Luna de esta manada. Seré la esposa de Marcus, como siempre quise.

Sonreí por ella, tratando de ignorar el nudo en mi estómago.

—No te imaginas lo feliz que me siento por ti, amiga. Por fin las dos podremos estar con la pareja que queremos. Tú con Marcus… y yo con Dorian.

Amira me miró de arriba abajo, con esa altivez que a veces asomaba en su carácter.

—Mi padre dice que el alfa no te elegirá por nuestro estatus. No es que tu familia no tenga un buen linaje, querida, pero de sobra sabes que el apellido de mi familia pesa más en esta manada.

Fruncí el ceño, incómoda.

—No entiendo por qué dices eso. Yo no aspiro a la posición de Luna. Tú sabes que soy feliz siendo la sanadora.

—Lo sé. Además, el alfa nunca te ha mirado de esa manera… ¿verdad? —preguntó con una sonrisa ladeada.

Tragué saliva. Un recuerdo me atravesó como un dardo: Marcus, demasiado cerca de mí en una reunión, su mirada fija en mis labios, su mano rozando la mía con una insistencia que me heló la piel. Aparté la idea de inmediato.

Los tambores resonaron con fuerza. La manada se reunió en el centro, los guerreros formaron un círculo perfecto, y los ancianos ocuparon sus asientos en primera fila. El silencio se extendió como un manto cuando Marcus apareció.

Su porte era imponente, sus ojos destellaban bajo la luz de la luna. Los vítores estallaron entre la multitud. Yo, en cambio, sentí un mal presentimiento que me apretaba el pecho.

—Esta noche es especial —anunció Marcus, su voz grave llenando cada rincón del lugar—. Hoy la manada Luna Roja no solo fortalecerá sus lazos, sino que se volverá aún más poderosa. Porque esta noche he de elegir a mi compañera, a mi Luna, aquella que caminará a mi lado y compartirá conmigo el peso del liderazgo.

El aire se tensó. Mis ojos  buscaron los de Dorian entre la multitud. Su  mirada se encontró con la Mía: preocupación, duda, miedo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza desbocada.

Marcus alzó una mano.

—He elegido a una loba muy especial. Una que todos admiran, que todos respetan, y cuyo valor es reconocido en cada rincón de nuestra manada.

Cada palabra me oprimía más el pecho. Sentía que algo estaba a punto de quebrarse.

—Mi elegida es… Isis.

El mundo se derrumbó a mis pies. El silencio duró apenas un segundo antes de que la multitud estallara en vítores. Mi respiración se hizo entrecortada, y el suelo bajo mis pies comenzó a girar.

—No… —murmuré apenas, temblando.

Dorian abrió los ojos con incredulidad, como si tampoco pudiera creer lo que acababa de escuchar.

Mi padre me tomó de la mano con firmeza.

—Vamos, hija. Debes subir al estrado.

—Padre, yo no puedo hacer esto —dije entre dientes, tratando de resistirme.

—¡Qué estupidez estás diciendo! —espetó, con la voz dura—. No puedes rechazar al alfa. Eres la elegida. Cumplirás con los designios de la diosa.

—Él no es mi pareja predestinada. ¡La elegida debía ser Amira, no yo!

—¡Basta! —mi padre me empujó suavemente hacia adelante—. ¿Acaso quieres que nos destierren? ¿Que nos condenen a ser simples esclavos? Subirás allí y aceptarás.

En ese instante vi a Amira. Sus ojos ya no brillaban de alegría. Se oscurecieron, llenos de furia. Salió corriendo, y antes de desaparecer, cruzó una mirada conmigo que me heló la sangre. Era odio puro.

Yo, con las piernas temblorosas, fui arrastrada hacia el destino que nunca había querido.

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