Isis fue una vez la curandera más tierna de su clan,quien tenía manos bendecidas por la Diosa de la Luna, así como un corazón que latía por el amor. Pero en una noche de luna llena, el destino la arrojó al infierno:la traición de su mejor amiga, la sangre de su amado, el frío Alfa y la sombra del trono. Cuando despertó de nuevo, ya no vivía para curar, sino para vengarse. Se convirtió en la "esposa" de un tirano,en una ficha de un peligroso trato. Pero a medida que él se despertaba gradualmente, ella comprendió:había heridas que incluso ella misma no podía sanar. Y a veces, el veneno más letal no era el odio, sino... el amor. —¿Quién demonios eres tú y qué haces en mis aposentos? —Soy Isis, tu esposa. —Yo no tengo una maldita esposa, y si estás coludida con mis enemigos lo vas a pagar muy caro. —Soy tu esposa, pero sólo de nombre, sólo en el papel, porque mi corazón le pertenece a otro. Sólo acepté este trato para que ustedes me ayudaran a vengarme de mis enemigos… pero no te amo, y nunca lo haré.
Leer másEl aire estaba impregnado de un nerviosismo palpable. Esa noche Marcus, nuestro alfa, anunciaría a la mujer que se convertiría en la Luna de la manada. El murmullo de los lobos, la expectación y la tensión recorrían cada rincón del claro. Yo no tenía dudas de que sería Amira, mi mejor amiga. Ella siempre había soñado con ese momento, y su corazón ardía de amor por Marcus desde que éramos niñas.
—Eres la sanadora de esta manada, cariño, debes lucir maravillosa —dijo mi madre mientras acomodaba el pesado vestido que me había hecho poner.
Lo miré con cierto fastidio; era demasiado ostentoso para mi gusto.
—No entiendo para qué, madre. La que debe resplandecer es Amira. Estoy segura de que ella será la elegida.
Mi madre suspiró, como si yo no entendiera lo obvio.
—No digas esas cosas. En ese caso, la elegida podrías ser tú.Un escalofrío me recorrió la espalda. Negué con la cabeza.
—La diosa no lo permita. Tú sabes que yo amo a Dorian. Él y yo solo estamos esperando el momento de solicitar la aprobación del alfa. Pero tenemos que aguardar a que primero elija a su pareja; sería de mal gusto celebrar nuestra unión antes.Mi padre, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, intervino con tono duro:
—Ese guerrero no es digno de ti, hija. Tú mereces a alguien de mayor rango.Lo miré con un nudo en el pecho.
—No me gusta que hables así, papito. Yo te quiero mucho, pero sabes que desde niña he estado enamorada de Dorian… y él de mí.Él se limitó a gruñir y hacer un gesto con la mano.
—Arréglate rápido. No queremos llegar tarde a la ceremonia del alfa.⸻
El claro estaba iluminado con antorchas y adornado con telas rojas y doradas. El aroma de la resina ardiendo se mezclaba con el de las flores frescas. Toda la manada estaba reunida. El murmullo de las voces era como un río constante que chocaba contra las piedras del silencio tenso.
Caminaba con paso inseguro, consciente de que demasiadas miradas se posaban en mí. Sentí que la sangre me subía a las mejillas. Fue entonces cuando la madre de Marcus se acercó, su porte elegante imponía respeto.
—Isis, luces realmente hermosa esta noche —dijo con una sonrisa cargada de algo que no supe descifrar.
Incliné la cabeza, tímida.
—Gracias, señora…Las miradas seguían, persiguiéndome como dagas invisibles. Me sentía incómoda, así que busqué a Amira entre la multitud. Cuando la encontré, sus ojos brillaban de felicidad.
—Esta noche, por fin, mi sueño será realidad, Isis —me dijo con un entusiasmo desbordado—. Me convertiré en la Luna de esta manada. Seré la esposa de Marcus, como siempre quise.
Sonreí por ella, tratando de ignorar el nudo en mi estómago.
—No te imaginas lo feliz que me siento por ti, amiga. Por fin las dos podremos estar con la pareja que queremos. Tú con Marcus… y yo con Dorian.Amira me miró de arriba abajo, con esa altivez que a veces asomaba en su carácter.
—Mi padre dice que el alfa no te elegirá por nuestro estatus. No es que tu familia no tenga un buen linaje, querida, pero de sobra sabes que el apellido de mi familia pesa más en esta manada.Fruncí el ceño, incómoda.
—No entiendo por qué dices eso. Yo no aspiro a la posición de Luna. Tú sabes que soy feliz siendo la sanadora.—Lo sé. Además, el alfa nunca te ha mirado de esa manera… ¿verdad? —preguntó con una sonrisa ladeada.
Tragué saliva. Un recuerdo me atravesó como un dardo: Marcus, demasiado cerca de mí en una reunión, su mirada fija en mis labios, su mano rozando la mía con una insistencia que me heló la piel. Aparté la idea de inmediato.
⸻
Los tambores resonaron con fuerza. La manada se reunió en el centro, los guerreros formaron un círculo perfecto, y los ancianos ocuparon sus asientos en primera fila. El silencio se extendió como un manto cuando Marcus apareció.
Su porte era imponente, sus ojos destellaban bajo la luz de la luna. Los vítores estallaron entre la multitud. Yo, en cambio, sentí un mal presentimiento que me apretaba el pecho.
—Esta noche es especial —anunció Marcus, su voz grave llenando cada rincón del lugar—. Hoy la manada Luna Roja no solo fortalecerá sus lazos, sino que se volverá aún más poderosa. Porque esta noche he de elegir a mi compañera, a mi Luna, aquella que caminará a mi lado y compartirá conmigo el peso del liderazgo.
El aire se tensó. Mis ojos buscaron los de Dorian entre la multitud. Su mirada se encontró con la Mía: preocupación, duda, miedo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza desbocada.
Marcus alzó una mano.
—He elegido a una loba muy especial. Una que todos admiran, que todos respetan, y cuyo valor es reconocido en cada rincón de nuestra manada.Cada palabra me oprimía más el pecho. Sentía que algo estaba a punto de quebrarse.
—Mi elegida es… Isis.
El mundo se derrumbó a mis pies. El silencio duró apenas un segundo antes de que la multitud estallara en vítores. Mi respiración se hizo entrecortada, y el suelo bajo mis pies comenzó a girar.
—No… —murmuré apenas, temblando.
Dorian abrió los ojos con incredulidad, como si tampoco pudiera creer lo que acababa de escuchar.
Mi padre me tomó de la mano con firmeza.
—Vamos, hija. Debes subir al estrado.—Padre, yo no puedo hacer esto —dije entre dientes, tratando de resistirme.
—¡Qué estupidez estás diciendo! —espetó, con la voz dura—. No puedes rechazar al alfa. Eres la elegida. Cumplirás con los designios de la diosa.
—Él no es mi pareja predestinada. ¡La elegida debía ser Amira, no yo!
—¡Basta! —mi padre me empujó suavemente hacia adelante—. ¿Acaso quieres que nos destierren? ¿Que nos condenen a ser simples esclavos? Subirás allí y aceptarás.
En ese instante vi a Amira. Sus ojos ya no brillaban de alegría. Se oscurecieron, llenos de furia. Salió corriendo, y antes de desaparecer, cruzó una mirada conmigo que me heló la sangre. Era odio puro.
Yo, con las piernas temblorosas, fui arrastrada hacia el destino que nunca había querido.
Los días se desdibujaron en un dolor sordo y una oscuridad abrumadora. flashes aparecían en mi memoria, golpeándome con una fuerza espeluznante. La sensación helada de unas sábanas de seda, voces bajas, el olor a hierbas medicinales. Estaba al borde. Lo supe. Sentía mi cuerpo como un cascarón vacío, y mi loba, Keyra, seguía en un silencio sepulcral, apenas un eco de vida. Los sanadores reales, con sus manos expertas, se afanaban, pero el daño de la plata y el trauma eran inmensos.Hubo un momento, un instante eterno, en el que sentí el peso de la muerte. Frío. No el frío del calabozo, sino el vacío absoluto, un tirón inexorable. Vi mi cuerpo desde arriba, inerte, y escuché a los sanadores susurrar, sus voces llenas de desesperación.—¡La estamos perdiendo! ¡Más esencia de lobo plateado! ¡Tenemos que estabilizarla!Me estaba yendo. Estaba en el limbo, un espacio gris y tranquilo donde el dolor se desvanecía. Y entonces, lo vi. Estaba allí, esperándome. Dorian. Tan real, tan hermos
El mundo se había disuelto en una neblina rojiza. Mi cuerpo, sin voluntad propia, se había rendido. La caída me arrancó el último aliento, dejándome tendida sobre la madera, con la espalda destrozada y el sabor a ceniza en la boca. Esperaba el siguiente golpe, el fin, el regalo de la inconsciencia total.Entonces, la voz. Fuerte, potente, irrumpió en mi agonía. Una voz femenina que tronó con autoridad, silenciando de golpe el bramido de la manada y el chirrido cruel del látigo.—¡Basta! ¡Detengan esta barbarie ahora mismo!El silencio fue más brutal que el ruido. Un vacío repentino donde antes solo había existido dolor y odio. Abrí mis ojos a duras penas, mis pestañas pegadas por la sangre y el sudor. Vi una figura abriéndose paso entre la multitud petrificada. Una mujer mayor, de una elegancia atemporal y una presencia que eclipsaba incluso al arrogante Marcus. Sus ropas eran ricas, y en su capa, en su broche, resplandecía el sello de la corona, el emblema real.—¡Qué monstruosidad e
Mis párpados pesaban como lápidas, pero mi mente se negaba a concederme el descanso. Llevaba tres días en esta oscuridad y el tiempo aquí era una burla, una tortura silenciosa. El frío del calabozo se había adherido a mis huesos, era una sensación constante y húmeda que penetraba más allá de la piel. Mis muñecas y tobillos ardían con el contacto de las cadenas. Plata. Lo sabía. Sentía como ese metal maldito devoraba mi fuerza, me debilitaba con cada minuto, y lo peor de todo, anulaba la precisión de mi don. Soy una Sanadora, mi sangre debería estar curando las grietas y los hematomas que Marcus, ese monstruo, dejó en mí, pero las cadenas ralentizaban el proceso hasta hacerlo casi inútil.Miraba mis manos, apenas visibles en la penumbra. Temblaba, no de frío. De dolor. De ese dolor que no se va, el que se había instalado en el centro de mi pecho y no me permitía respirar sin un gemido mudo. Dorian. Su nombre era un eco constante, una herida abierta que supuraba tristeza. Recuerdo
El viento nocturno azotaba los árboles como si advirtiera que algo terrible estaba por suceder. Corrí sin mirar atrás, con el corazón latiendo al borde de estallar. El camino de tierra, iluminado apenas por la pálida luz de la luna, nos conducía a la libertad. Y allí, en el punto acordado, me esperaba Dorian. Su silueta recortada contra la oscuridad me llenó de una esperanza frágil, casi imposible.—Isis… —susurró, extendiendo sus brazos hacia mí.Corrí hasta él y nos fundimos en un abrazo desesperado, como si nuestras almas hubieran encontrado un último refugio. Sus labios buscaron los míos con la urgencia de quien sabe que el tiempo se acaba.—Ya está, amor mío —dijo con un leve temblor en la voz—. Partimos juntos, nadie podrá detenernos.Pero apenas dio un paso hacia el bosque, un rugido ensordecedor quebró la ilusión.—¡Deténganse, malditos traidores!El alfa Marcus apareció con una decena de guerreros armados. El resplandor de las antorchas reveló su rostro deformado por la ira.
Subí al estrado con las piernas temblando, cada paso era un peso insoportable. Sentía cómo mi mundo se desmoronaba mientras todos a mi alrededor aplaudían con entusiasmo. Dorian, entre la multitud, me miraba con un dolor tan profundo que me atravesó como una daga. Quise gritar, correr hacia él, pero mi padre apretaba mi mano con firmeza, obligándome a seguir adelante.El alfa Marcus extendió su brazo hacia mí con una seguridad cruel. Me rodeó la cintura sin permiso, proclamando su victoria ante toda la manada. Sus dedos firmes sobre mi piel me hicieron estremecer.—Hoy la diosa ha hablado a través de mí —declaró con voz imponente—. Isis, nuestra sanadora, será mi Luna. Juntos haremos de esta manada la más fuerte, la más temida.Los vítores retumbaron como tambores en mi cabeza. No escuchaba palabras, solo el eco del dolor. Y antes de que pudiera apartarme, Marcus selló sus labios contra los míos en un beso frío y forzado. Temblé, sintiendo que mi alma se quebraba en mil pedazos.Mis p
El aire estaba impregnado de un nerviosismo palpable. Esa noche Marcus, nuestro alfa, anunciaría a la mujer que se convertiría en la Luna de la manada. El murmullo de los lobos, la expectación y la tensión recorrían cada rincón del claro. Yo no tenía dudas de que sería Amira, mi mejor amiga. Ella siempre había soñado con ese momento, y su corazón ardía de amor por Marcus desde que éramos niñas.—Eres la sanadora de esta manada, cariño, debes lucir maravillosa —dijo mi madre mientras acomodaba el pesado vestido que me había hecho poner.Lo miré con cierto fastidio; era demasiado ostentoso para mi gusto.—No entiendo para qué, madre. La que debe resplandecer es Amira. Estoy segura de que ella será la elegida.Mi madre suspiró, como si yo no entendiera lo obvio.—No digas esas cosas. En ese caso, la elegida podrías ser tú.Un escalofrío me recorrió la espalda. Negué con la cabeza.—La diosa no lo permita. Tú sabes que yo amo a Dorian. Él y yo solo estamos esperando el momento de solicita
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