30. Cuando amanece algo cambia
Mariel
No recuerdo cuándo dejé de caminar. Solo sé que la piedra fría del túnel se soltó de debajo de mí y ahora todo lo que siento es el movimiento firme del cuerpo de Kael cargándome.
Su brazo bajo mis piernas. Su otra mano está detrás de mi espalda. Su pecho está pegado a mi rostro. Y mi respiración, que a veces tropieza, otras se corta, y otras simplemente no aparece cuando más la necesito.
El bosque se abre sobre nosotros. Puedo oír las hojas. Puedo oír los pasos del clan detrás. Pero todo está lejos, como si yo no perteneciera del todo aquí.
—Mariel —la voz de Kael atraviesa la niebla de mi mente—. Aguanta. No te vayas.
Quiero responder. Lo intento. Pero mi garganta solo produce aire. Mi sien late como un tambor húmedo. Mis costillas me queman. Y hay algo más, algo más profundo, como un tirón en el centro de mi pecho, un eco que no es mío y que me drena por dentro.
Cada tanto, la conciencia regresa como una bofetada. Puedo sentir cómo Kael aprieta los brazos a mi alrededor cuand