31. Entre piedra y aliento
Mariel
El camino hasta la guarida subterránea se me hace largo, pero no doloroso. La luz del amanecer todavía vibra bajo mi piel. Me he curado por completo. ¡Es increíble! El resto es cansancio. Solo eso. El tipo de cansancio que llega cuando algo profundo cambia dentro de ti.
Kael me sostiene por la cintura mientras avanzamos entre raíces gruesas. No porque esté herida, sino porque él no confía en el terreno y porque no quiere soltarme. Sinceramente, tampoco yo lo quiero. Me quedaría así entre sus brazos todo el timpo.
—Por aquí —murmura, guiándome por una abertura escondida entre los troncos.
A primera vista parece una grieta más en el bosque. Pero cuando él empuja una roca disimulada entre musgo, un pasadizo se abre hacia abajo.
La oscuridad respira. Un aire frío sube desde el interior, cargado de olor a piedra antigua, humedad y algo metálico. Royer y Danien entran primero. Mis padres adoptivos, agotados pero vivos, bajan después. Kael no me suelta ni un segundo.
La guarida subter