Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl banco está lleno, huele a café recién colado Extraño en estos lugares, que siempre huele a limpio y monótono. Me vine preparada para pasar aquí todo el día, hasta cuando me toque el turno. Hoy es emocionante, debo revisar mis cuentas y pedir información para el proyecto que me ronda en la cabeza. Una idea que puede ser grande, pero que necesita respaldo.
Camino hacia el área de atención, las sillas están casi ocupadas. Tomo mi lugar en el asiento que me corresponde. Coloco mi carpeta y el libro sobre mis piernas. Ahora a esperar mi turno. Definitivamente, pasaré todo el día aquí.
Abro mi libro y me olvido de todos allí, leyendo y sumergiéndome en la novela. Se me escapa una risita. Esta parte es tremenda. Toda una loca la protagonista.
De pronto, llegan dos tipos altos. Me doy cuenta porque los demás empiezan a quejarse de que estos piensan ser atendidos antes que todos nosotros. Me da igual, mientras me atiendan.
Pero de los dos, hay uno que me llama la atención. Alto. De complexión atlética. Bien vestido. El tipo de hombre que parece ocupar el aire entero con solo estar de pie.
No se sienta. Espera de pie, como si supiera que nadie puede ignorarlo. Su piel morena brilla bajo la luz blanca del techo. Su cabello oscuro cae con orden calculado. Y sus ojos, ¡Dios! Sus ojos verdes me atraviesan a pesar de que aún no me mira. Se respira fuerza en él. Se respira poder.
Mis dedos buscan mi libreta. La abro. Es automático. Soy escritora, y lo que veo lo transformo en palabras. Una grandiosa idea se me ocurre y no puedo evitar escribirla.
«Un hombre imposible. De mirada que quema, de manos que pueden arrancarte un gemido con solo rozar tu piel. Un hombre que huele a peligro y a deseo. El protagonista de un cuento que no sabes si va a salvarte o a destruirte.
»Él la mira como si nadie más existiera para él. Sus ojos se rozan, sus manos se tocan, sus labios se acercan y las respiraciones se confunden. Los labios de él recorren el cuello de ella, quien no lo evita y se siente excitada por él.
»Una historia que no puede detenerse, la pasión, el deseo y el amor hacen un torbellino en la vida de cada uno.»
Mientras escribo, siento un cosquilleo recorrerme los brazos, bajar hasta mi vientre. Cada palabra es un roce, un beso, una caricia que no existe pero que mi cuerpo reconoce. Me arden las mejillas. Cierro las piernas con discreción. ¿Qué diablos me pasa?
Él se mueve. Da un paso hacia adelante. Como si supiera mi secreto. Y entonces me mira. Directo. Sus ojos se clavan en mí como si supiera lo que pienso, lo que escribo, lo que deseo.
Trago saliva. Intento seguir escribiendo, pero mi mano tiembla. No puedo. Me quedo inmóvil, como si él me hubiese atrapado sin tocarme.
Se acerca. Su andar es lento, medido, como el de un depredador que no necesita correr para atrapar a su presa. A su lado, un hombre más bajo, trajeado, con la pinta de abogado o administrador, revisa papeles sin darle importancia a nada más. Él no siente lo que yo siento. Solo él, solo esos ojos verdes que me desnudan.
—¿Quién eres? —me pregunta, con voz grave, profunda, la voz de alguien que no pide, sino que ordena.
Me estremezco. ¿Quién soy? ¿Por qué tendría que decirle? Enderezo los hombros, tratando de sonar firme, aunque mi cuerpo tiemble.
—¿Y a ti qué te importa? No te conozco.
Él sonríe apenas, ladeando la cabeza. Su mano se extiende hacia mí, imponente.
—Me llamo Edrien.
Lo miro, incrédula. Todos alrededor nos observan. No quiero parecer grosera, no quiero que parezca que me ha intimidado. Así que, contra todo instinto, le doy la mano. Y en ese instante, el calor me recorre desde los dedos hasta la nuca.
—Mi nombre es Mariel. Mucho gusto.
Me inclina hacia él, tan cerca que su aliento me acaricia la oreja.
—Espérame cuando salgas. No te vayas. Necesito hablar contigo.
Mi piel se eriza. Siento que todo el banco puede escuchar el latido de mi corazón. Retrocedo apenas, confundida, casi molesta conmigo misma por lo que me provoca.
—No —respondo, más rápido de lo que pienso.
Él no se inmuta. Su mirada se clava en la mía. ¿Qué le pasa?
—Sí. Sé que lo harás.
Y se marcha. Tranquilo. Como si la certeza fuera suficiente. Como por arte de magia, ambos son atendidos antes que todos, pero con un administrador diferente. Casi nunca lo veo atendiendo. Creo que es el sub gerente de la sucursal. ¡Qué rayos!
Me quedo allí, con la libreta abierta sobre mis rodillas, incapaz de escribir otra palabra. Paso la siguiente hora pensando en él, en su mirada, en el calor de su voz contra mi piel.
Cuando por fin me atienden y termino mis gestiones, salgo del banco. Lo busco con los ojos. Afuera, la calle bulle con gente y ruido. Pero él no está. No hay rastro.
Me abrazo a la carpeta, sintiendo un vacío extraño, una incomodidad que no debería estar allí. ¿Por qué me afecta tanto un desconocido? ¿Por qué siento que algo empezó hoy y no sé si quiero o no quiero que continúe?
Camino hacia la avenida, intentando sacarlo de mi cabeza. Pero ya está escrito en mí. Lo vi. Lo olí. Lo sentí. Y sé que él también lo hizo.
Edrien. Ese nombre me queda grabado. Y algo me dice que no será la última vez que lo vea.







