8. El collar y la niebla
Mariel
El parque respira pesadamente y puedo sentir el aire, los movimientos y algo más que está fuera. La brisa trae hojas, voces lejanas, pasos que no logro descifrar.
Kael sostiene mi mirada con un filo que no hiere, pero corta. Su mirada se me cala en los huesos, en la piel, en la mente. ¿Cómo puedo sentirme así con un hombre que apenas conozco?
—Voy a buscar respuestas —dice, bajo—. Tengo que hablar con el alfa de otro clan. Me llevará un tiempo encontrarlo, pero te escribiré en cuanto pueda.
Se me tensa la espalda. Trato de que no se note. Imaginar que no lo veré y que él estará pensando en mí, me mueve por dentro. Escucho su respiración, su corazón. ¡Es intenso!
—¿Cuánto tiempo? —pregunto, como quien finge indiferencia.
—El necesario para volver con algo que no sea pura historia, preciosa. Hay ojos sobre nosotros. Humanos. Y otros. Si me quedo cerca, te expongo. No es lo que quiero, y te aseguro que tú tampoco. Confía en mí.
Mi cuerpo quiere pedirle que se quede. La cabeza no.