—¿Por qué escondías tu identidad de millonaria y permanecías callada y humilde frente a un marido que nunca te aprecía? —Por amor, amiga mía. No lo entiendes. Si amas a un hombre, lo más importante que debes hacer es proteger su orgullo. Alicia era demasiado inocente en ese momento. Soñaba con encontrar el amor en los brazos de Axel, pero su matrimonio se convirtió en una lucha constante contra el desprecio y la frialdad de su esposo. Quien es un hombre tan imponente como impenetrable, y no está dispuesto a mostrar vulnerabilidad ni ceder el control que ejerce sobre su esposa. A medida que el conflicto se intensifica, el orgullo y el dolor los llevan al límite. Alicia está decidida a demostrar su valor y obtener el respeto que merece, mientras Axel debe enfrentar sentimientos que no sabe cómo manejar. En un juego de poder y emociones reprimidas, la sorpresa de convertirse en padres por primera vez les añade más desafíos. ¿Es posible reconstruir un amor cuando las heridas son tan profundas como el orgullo que las alimenta?
Leer másAlicia sostenía la taza de té con delicadeza, observando cómo el líquido ámbar formaba círculos diminutos al girar. La luz del atardecer que atravesaba la ventana del elegante café caía sobre su rostro, pero las grandes gafas de sol que llevaba ocultaban cualquier emoción que pudiera delatarse en sus ojos.
Frente a ella, Lola, su mejor amiga desde la infancia, movía la cuchara dentro de su propia taza, creando un tintineo constante que delataba su impaciencia. —No entiendo por qué insistes en vivir de esa manera —dijo Lola finalmente, dejando caer la cuchara con un sonido seco—. Tienes una fortuna que cualquier persona envidiaría, pero prefieres esconderte detrás de esas gafas y fingir que no tienes nada, para recibir humillaciones de esa gente —siseó dejando en evidencia su molestia. Alicia sonrió, aunque la sonrisa apenas rozó sus labios. Bajó la taza y apoyó los dedos en el borde del plato. —Es necesario, eso es lo que mi marido cree —respondió con voz tranquila—. Que vengo de una familia pobre y que mis padres están muertos debido a él. No puedo permitir, bajo ninguna circunstancia, que descubra la verdad, de que mis padres supuestamente "muertos" están creciendo en sus negocios en otro país. Lola arqueó una ceja, mirando a su amiga con reprobación. —¿Y por qué sigues permitiendo que lo crea? Si supiera la verdad, no se atrevería a ignorarte y tratarte como lo hace. Alicia inclinó la cabeza ligeramente, sus labios curvándose en una sonrisa que no llegó a sus ojos. —No lo entiendes, Lola. Lo amo y todo lo que hago es por ese amor que siento por él. Lola soltó una risa breve y amarga. —¿Amor? —repitió, recargando los codos en la mesa para mirarla directamente—. ¿Llamas amor a lo que él te da? ¡Eso no es amor, Alicia! Perdóname, para mí eso es masoquismo. Alicia desvió la mirada, observando las pequeñas burbujas que subían a la superficie de su té. —Cuando te enamores, te darás cuentas de que, si amas a un hombre, debes mantener siempre su autoestima alta —murmuró—. Incluso… —¿Incluso qué? —insistió Lola, inclinándose hacia adelante con curiosidad. —Incluso usar algunas mentiras —respondió Alicia, levantándose con gracia y alisando la falda de su vestido. Sin decir más, llamó al camarero con un movimiento de cabeza. Pagó la cuenta rápidamente, ignorando las miradas de las otras personas en el café, y recogió su bolso. —Nos vemos después, Lola, tengo prisa. Mientras Alicia se alejaba, su amiga se quedó sentada, observándola con una mezcla de frustración y compasión. Alicia, como siempre, se aferraba a sus secretos como un escudo, dejando fuera a cualquiera que intentara penetrar su coraza. Cuando salió del café, el sol brillaba con fuerza, pero Alicia no se quitó las gafas. Caminó con pasos tranquilos hacia el auto estacionado al otro lado de la calle. Era un vehículo destartalado, de segunda mano, con la pintura deslucida y varias abolladuras en la carrocería. Axel se lo había regalado como una especie de "caridad", aunque lo había disfrazado como un gesto generoso. Se sentó al volante y encendió el motor, que rugió como un animal herido antes de estabilizarse. Mientras esperaba a que el tráfico avanzara, sus pensamientos comenzaron a vagar. Era su aniversario. Había preparado una cena especial y se había esforzado por crear un ambiente acogedor en la fría casa que compartían. Pero lo que realmente ocupaba su mente era la noticia que debía darle esa noche. Instintivamente, llevó una mano a su vientre. Era un gesto inconsciente, pero cada vez más frecuente en los últimos días. Cerró los ojos por un momento y suspiró. El peso de lo que tenía que decirle a Axel era abrumador. El tráfico avanzó lentamente, y Alicia maniobró con cuidado, aunque su mente estaba en otro lugar. Recordaba el día en que se casaron, cuando todavía albergaba la esperanza de que su matrimonio podría ser algo más que un rescate compasivo, aunque pronto había comprendió que todo eso habían sido ilusiones, porque Axel no la amaba en absoluto, e incluso la odiaba por lo que había pasado entre sus padres y él. Sin embargo, a pesar de todo, ella se había enamorado de él. No sabía en qué momento exacto ocurrió, pero lo aceptó como una verdad innegable. Amaba a Axel, incluso si él nunca le devolvía ese amor. Mientras pensaba en esto, sus dedos volvieron a posarse en su vientre, como si buscaran consuelo en la pequeña vida que crecía dentro de ella. Esa noche, le diría la verdad. No toda, pero sí la parte que importaba. Porque aunque Axel la tratara con frialdad, aunque su relación estuviera llena de silencios y heridas no resueltas, Alicia todavía creía en la posibilidad de algo mejor. Creía que este nuevo comienzo podría ser el puente que los conectara, aunque fuera solo un poco. Esa noche era su aniversario. Y estaba segura de que esa noche, todo cambiaría. Cuando finalmente llegó a casa, estacionó el auto frente a la entrada y apagó el motor. La casa estaba oscura, como siempre, y el silencio que la envolvía era casi opresivo. Alicia respiró hondo antes de salir del auto, ajustándose las gafas y alisando su vestido una vez más. Entró al vestíbulo y dejó las llaves en la mesa. El eco de sus pasos resonó en el pasillo mientras se dirigió directamente a la cocina para revisar la cena. Todo estaba en su lugar, desde las velas encendidas hasta los platos perfectamente dispuestos en la mesa. De pronto escuchó la risa obsequiosa proveniente del salón de fiesta de la gran casa, frunció el ceño y caminó hacia allí. Como era de esperar, se encontró una mujer con mucho maquillaje sentada en el regazo de su marido y apoyando sus brazos en él. No importa cuántas veces haya sucedido, estas escenas todavía hacían que ella se sintiera desconsolada y le produjera... náuseas.Tres años después. El tiempo pasó volando. Antes de que se dieran cuenta, ya habían transcurrido dos años desde aquel incidente en la playa. La mansión Thorne estaba iluminada y llena de risas. Era el cumpleaños número tres de los mellizos de Axel y Alicia, y toda la familia se había reunido para celebrar. En el jardín, decorado con globos y serpentinas, los niños correteaban entre risas. Leonel, con su cabello oscuro y ojos penetrantes como los de su padre, perseguía a su hermana Celia, quien había heredado la dulzura en la mirada de Alicia. Hope, ahora una niña de tres años, jugaba con ellos, su risa melodiosa llenando el aire y Matías tenía cinco. Stella la observaba con una sonrisa, apoyada en el hombro de Guillermo. —¿Quién diría que después de todo lo que pasamos, estaríamos aquí? —murmuró Stella. Guillermo besó su frente con ternura. —Yo siempre lo supe. Estábamos destinados a esto. No lejos de allí, Clara ayudaba a Samuel a colgar un cartel de "Feliz cumpleaños". Su vie
El aire era denso. La tensión se extendía como un manto invisible, cuando el hombre con un movimiento se removió, aún jadeante y con las marcas de los golpes en el rostro, bajo el agarre de los guardias. Sin embargo, su instinto de supervivencia era más fuerte, en un solo movimiento, pateó con fuerza el suelo, creando el impulso necesario para zafarse del agarre de uno de los guardias. Su codo impactó con brutalidad en la mandíbula del otro, logrando liberarse.Los ojos de Guillermo se encendieron con furia.—¡Deténganlo! —bramó, pero el hombre ya se había echado a correr.Guillermo no lo pensó dos veces y corrió tras él.Mientras el otro corría con la desesperación de un animal acorralado, moviendo las piernas con torpeza mientras zigzagueaba entre los callejones que rodeaban el hotel. Sin embargo, Guillermo estaba entrenando en persecución, sus pasos eran precisos, su cuerpo impulsado con una fuerza calculada, no en vano había sido soldado del ejército.Los latidos de su corazón r
El sonido de las olas rompiéndose suavemente contra la orilla creaba una melodía hipnótica. El sol del atardecer teñía el cielo de tonalidades doradas y naranjas, mientras la brisa marina traía consigo la fragancia salada del océano.Stella y Guillermo caminaban descalzos por la arena húmeda, con los dedos entrelazados. Era su luna de miel, un viaje soñado después de la boda. Decidieron llevar a los niños con ellos, con la ayuda de una niñera, para no separarse ni un solo día.—No puedo creer que ya estamos aquí —susurró Stella, contemplando el horizonte—. Todo ha pasado tan rápido…Guillermo sonrió, mirándola con devoción.—¿Te arrepientes?Stella giró la cabeza y lo miró con incredulidad.—Por supuesto que no —respondió con suavidad—. ¿Cómo podría?Guillermo le acarició el rostro, deslizando los dedos por su mejilla con ternura.—No sabes cuánto me alegra escuchar eso. Porque yo tampoco cambiaría nada —su voz era firme, pero en sus ojos había algo más—. No importa lo que pase, Stell
El amanecer tiñó el cielo de tonos dorados cuando Samuel se levantó para llevarla. Aunque ella tenía pereza de levantarse, quería llegar a su casa antes de que llegara su hermano.Una hora después, Samuel estacionó el auto frente a la casa que Clara compartía con su madre y Guillermo antes de mudarse con Stella.La ciudad ya se había despertado, el aire de la mañana estaba impregnado de la fragancia fresca de los árboles y la promesa de un nuevo día.Clara, aún con la emoción de la noche anterior latiendo en su pecho, se giró para mirar a Samuel. Sus ojos se encontraron en un instante que se sintió eterno.—Gracias por todo, me encantó —susurró ella, apretando ligeramente su mano.Samuel sonrió y llevó su mano a sus labios, depositando un beso suave en su piel.—No tienes que agradecerme nada —murmuró—. Eres mi futura esposa. Mi única tarea es hacerte feliz. No tienes idea de la emoción que tengo al saber que me aceptaste en tu vida.Clara sintió una calidez expandirse en su pecho. To
El resplandor de las luces flotando en el cielo se reflejaba en los ojos de Clara, quien apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo. Su corazón latía con una intensidad que casi le dolía en el pecho.Samuel, aún sujetando su mano con firmeza, se arrodilló frente a ella.—Clara… —Su voz era profunda, pero tenía un leve temblor que delataba su emoción—. Desde el momento en que te vi por primera vez, supe que eras la mujer perfecta para mí. Que eras la clase de mujer con la que vale la pena compartir cada instante, cada sonrisa y cada sueño.Clara sintió cómo sus labios se entreabrían, incapaz de encontrar palabras para interrumpirlo.—He esperado este momento con ansias, pero también con certeza. Porque no tengo dudas de que eres la persona con la que quiero despertar cada día. —Samuel sacó una pequeña caja aterciopelada de su bolsillo, y lo abrió, dejando ver el hermoso anillo de diamantes.Los murmullos entre los demás comensales que se habían asomado para ver el espectáculo de dr
Un par de meses después.Samuel observó su reflejo en el espejo mientras ajustaba su corbata. No recordaba la última vez que había sentido la necesidad de prepararse con tanto esmero para una cita, pero esta vez era diferente. Clara era la mujer ideal.Desde su primer encuentro, hubo algo en ella que lo atrajo de manera irremediable. Su sonrisa reservada, la calma que transmitía con cada palabra y la manera en que observaba el mundo como si escondiera secretos que solo ella entendía. No era una mujer que se deslumbrara fácilmente, lo supo desde el principio. Y tal vez por eso mismo, sentía la necesidad de demostrarle que valía la pena confiar en él.Inspiró profundamente y tomó las llaves. Hoy quería que todo fuera perfecto.Clara, por su parte, intentaba estar serena, como si esa salida fuera una más, pero su reflejo en el espejo la delataba.Se había cambiado de vestido tres veces, algo poco común en ella. Al final, eligió uno sencillo, de tela fluida y un color que resaltaba la c
Último capítulo