3. Desgraciada.

Leonardo

Moví la cabeza sintiendo un leve mareo. Mis párpados pesaban,  abri los ojos lentamente. Cuando logré enfocar la vista, lo primero que vi fue el cuerpo desnudo de una mujer a mi lado.

—Maldita sea… —murmuré entre dientes, incorporándome de un tirón.

Sentí el estómago revuelto, la cabeza me daba vueltas. Caminé hasta la ducha, abrí la llave del agua fría y dejé que el líquido helado me golpeara el rostro. Necesitaba despejarme, recordar qué diablos había pasado anoche. No lo conseguí del todo. Lo único que tenía claro era que había bebido demasiado… y ella, por el estado en que la encontré, también debía estar ebria, quizá drogada.

Tal vez ser bailarina la ayudaba a usar su cuerpo como un arma para engatusar a cualquier hombre. Y yo, estúpidamente, había caído en su red. ¿Quien diablos será? Para que me preguntó eso, si no me interesa.

Respiré hondo, me sequé con la toalla y me vestí sin mirarla demasiado. Su respiración era tranquila, sus labios entreabiertos, completamente ajena a lo que yo sentía, una mezcla de fastidio, culpa y confusión. Saqué la billetera, dejé quinientos dólares sobre la mesa de noche.

—Para que se pague la noche —susurré con desprecio hacia mí mismo más que hacia ella.

Antes de salir, volví a verla. Tenía unas curvas formidables, el cabello castaño revuelto sobre la almohada y un lunar diminuto, justo detrás del hombro, era una media luna. Chasqueé los dientes y salí sin mirar atrás.

Marcos me esperaba con el coche listo. Apenas me vio, se enderezó y abrió la puerta del auto.

—No digas nada —le advertí con un gesto de la mano. No estaba de humor ni tenía cabeza para dar explicaciones.

Me dejé caer en el asiento trasero, recliné el respaldo y cerré los ojos. Necesitaba dormir, limpiar mi mente. Más tarde debía asistir a la reunión en la empresa y luego preparar mi viaje al exterior para presentar mis nuevas pinturas. Pero había algo que no lograba quitarme de la cabeza.

***

Cuando llegué a casa, el coche de Angélica estaba en la entrada. Bufé con fastidio. Lo último que quería era dar explicaciones o soportar sus preguntas. Sabía que era capaz de arrancarme la información hasta del aire si se lo proponía... porqué cuando ella me cansaba yo le decía hasta para morirse de celos.

Apenas bajé del auto, la vi venir hacia mí, sonriente, vestida con uno de esos trajes ajustados que sabía que me gustaban.

—Hola, cariño. Vine a verte. Te preparé sushi, pero me sorprendió no encontrarte, supe que no dormiste anoche en casa —dijo con un tono que pretendía ser dulce, aunque noté el reproche escondido.

La miré elevando una ceja, luego solté un suspiro.

—Angélica, por favor. Si vienes a interrogarme, no esperes respuestas. Hoy solo quiero dormir. Si vienes a estar conmigo, bienvenida… pero no empieces con tus preguntas.

Vi cómo se tensaba. Su orgullo herido quedó evidente frente a Marcos, que fingía no escuchar. Para suavizar la situación, la tomé de la mano y la conduje al interior de la casa.

Subimos a la habitación. Cerré la puerta y empecé a desvestirme. Apenas abrí la ducha, la sentí entrar detrás de mí.

—Debemos estar juntos, Leo… te noto estresado —susurró, deslizando sus manos por mi espalda. — Se que la muerte de tu hermano fue un golpe duro. Pero debes continuar con tu vida.

La miré por el espejo. Era hermosa, lo sabía, pero algo en mí estaba apagado. Aun así, la tomé de la cintura y la atraje hacia mí. La besé, toqué su piel, la sentí temblar. Pero mi cuerpo no respondió. Nada. Ni el más mínimo deseo.

Ella se estremecía entre mis manos, se dejaba llevar, pero yo estaba ausente. Cerré los ojos fingiendo que disfrutaba, hasta que la sentí llegar al clímax. Entonces me separé lentamente.

—Voy a darme una ducha. Puedes irte si quieres — repliqué con frialdad.

—¿Qué te sucede, Leonardo? —preguntó, molesta, cruzándose de brazos. Su tono reflejaba una mezcla de enojo y preocupación. Y tenía razón en sentirse así. Pero bueno odio los reclamos.

Pero no podía decirle que mi cuerpo aún recordaba la noche anterior con otra. Que mi mente seguía atrapada en la imagen de una desconocida... que disfrute sin ser consciente.

—No me siento bien —respondí, esquivando su mirada—. Estuve bebiendo toda la noche. Solo quiero dormir.

Ella suspiró, bajó la guardia y me acarició el rostro.

—Te acompaño a dormir, ¿sí?

Asentí, la atraje hacia mí y besé su hombro húmedo. Tal vez mañana me sentiría mejor. Tal vez, cuando despertara, podría borrar de mi mente el sabor de aquella mujer y volver a ser el Leonardo que todos esperaban ver. Y sobre todo empezar a planear mi venganza sobre la culpable de la muerte de mi hermano.

***

Me quedé tumbado junto a Angélica mientras ella trazaba con el dedo líneas lentas sobre mi pecho. No habíamos hecho el amor; la verdad, no tenía ganas. Mi mente divagaba, y la noche anterior —esa mujer desconocida, la forma en que todo ocurrió— permanecía borrosa. No podía recordar con nitidez qué había pasado. Sin embargo, otra cosa latía en mi pecho con fuerza. La sed de venganza. No había encontrado a esa mujer y necesitaba pistas. Una de ellas tenía que estar en la habitación de mi hermano; su móvil destrozado podía contener respuestas, pero no podíamos acceder a él. Esperaba al informático, podría rescatar la información del teléfono destruido de mi hermano; tal vez allí hallara algo sobre la bruja que lo arruinó.

—Estás muy pensativo, cariño — mencionó Angélica, y su voz intentó cubrir mi silencio.

—Solo pienso en el viaje que tengo —respondí, no quise decir más—. No pienso en nada… absolutamente nada.

Ella se incorporó, mostrando su desnudez. Se mordió el labio y se subió encima de mí. Intenté disimular y la besé con la esperanza de callar las preguntas que ella, por costumbre, no dejaba de lanzar. La quería, pero sus celos siempre me incomodaban. Mientras la besaba, mi cabeza no se aquietaba, la rabia seguía creciendo, como un incendio que pide aire. Nos fundimos en un momento de pasión, del que sinceramente no sentía.

Más tarde, me encontré con Marcos en el despacho.

—¿Tienes novedades? —le pregunté sin rodeos.

—Sí —dijo—. Hablé con Raúl. El técnico está reparando el móvil. Era uno de los mejores modelos de su gama; por eso resulta más complicado hackear la cuenta. Me pidió más tiempo, pero confía en que sacará la información.

—Tiene que ser cuanto antes —insistí—. No puedo perder más tiempo. Necesito encontrar a la asesina de mi hermano, quiero a hacerla pagar por lo que le hizo, cueste lo que cueste. Incluso si tengo que disfrazarme y actuar como si nada, lo haré, ella debe pagar por haberlo enamorado y luego desilusionarlo.

Marcos asintió, serio.

—Búscate paciencia, Leonardo. Raúl dice que habrá mucha información y que, quizá cuando menos te lo esperes, la tendrás en las manos.

Me agarré a esa promesa como a un clavo ardiendo. Sabía que, sin pruebas, todo sería sospecha y furia sin más. Si la mujer del club la que trabaja donde mi hermano solía frecuentar, quiza alguien podría dar su dirección.

—Busca la manera— Asintió con un leve asentimiento. Tengo la plena confianza en que el lograra encontrar a esa arpia, interesada

Cuando Marcos salió del despacho, me quedé recogiendo papeles. Entonces apareció mi hermana, venía con un libro en las manos, y con la mirada triste.

—¿Vas a salir hermano? —me preguntó—. ¿Quieres que te acompañe?

—No —contesté— Es un asunto de la empresa. ¿Y tu, cuando planeas viajar  a Francia?

—Me quedaré unos meses aquí contigo.

—Claro que si. Te dejare con, María mientras voy al viaje por la exposición.

Ella sonrió aliviada y me abrazó. Le besé la frente.

—Gracias hermanito. Solo me quedas tú y no me quiero alejar.

—No te preocupes hermanita. Quédate tranquila, te prefiero cerca que lejos de mi lado.

Mi hermana menor todavía lloraba por Andrés. Su pérdida la había dejado frágil; intenté convencerla de que la vida debía continuar, aunque yo mismo me sintiera atrapado por la venganza. La abracé más fuerte de lo que hubiera querido admitir.

Subí al segundo piso, respiré hondo sintiendo un deseo feroz de encontrar a esa tal Zaira. Su nombre esta anclado en mi cabeza. Por otro lado, tenía un viaje que hacer, pero la urgencia de aquel caso me quemaba por dentro. No podía desprenderme del todo del rencor; cada latido me recordaba la promesa que me había hecho, traer a esa mujer frente a mí y obligarla a pagar por lo que le hizo a Andrés. Mientras tanto, aguardaría a Raúl, a la información, a cualquier pista que me devolviera algún dato de la culpable.

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