2. ¿Quien es ella?

Empecé a lanzar todo lo que encontraba a mi paso, los papeles de mi escritorio, computadora mis dibujos. Todo lo que me hacía soltar la rabia que tenia.

No soportaba la sensación de impotencia; no había salvado a mi hermano y la furia me quemaba por dentro. Mi corazón golpeaba el pecho como si quisiera salir y hacer justicia por sí solo.

Golpeé el saco de boxeo hasta que mis manos ardieron, imaginando su rostro en la lona: su sonrisa hipócrita, su aire de dueña del mundo. Me repetía que jamás la iba a dejar en paz, que no habría piedad, que todo lo que viniera lo merecía. Cerca de la lápida de mi hermano, me había prometido que haría pagar esa culpa con sangre. Me quedé inmóvil un momento, y volví a mirar la foto; la observó bien, cada detalle, su sonrisa me pareció ahora una mueca cruel. Solté un suspiro cargado de odio y, con la imagen de mi hermano clavada en la mente, me dormí sobre la mesa, exhausto.

UNA SEMANA DESPUÉS

Estaba prepararando un cuadro para el plan de entrega en el museo, aunque no acababa de convencerme cómo quedaba. Tocaron la puerta; di permiso y entraron Marcos mi guardaespaldas y un hombre de aspecto severo, como detective encubierto. Traían información, eso era 100% seguro.

—Señor, hemos confirmado que ella trabajó en un club nocturno— aseguró mientras dejaba las imágenes sobre la mesa. Sonreí frío al verlas; el rostro no estaba completamente claro en todas, pero era ella.

—¿Estás seguro?— pregunté.

—Sí, señor. Es una bailarina exótica y una de las mas codiciada por muchos.

Mi voz sonó baja, cortada por el control que me obligaba a ejercer.

—Perfecto. Ya han pasado más de una semana desde la muerte de mi hermano. Ya me he recuperado del dolor por su perdida—le dije—. Tengo fuerzas para empezar mi venganza.

Marcos asintió, sin prisa.

—Su hora de entrada es a las diez de la noche. Ella hace sesiones exóticas y cobra bastante.— Hice un gesto de fastidio.

—Prepárame el coche para esta noche. Nos vemos después de las diez,  quiero verla.

—Como ordene, señor.— Cuando se marcho me quedé mirando las fotografías hasta que mis ojos se cansaron. Me pregunté qué demonios le hizo a mi hermano, para que se tirara al vacío por esta maldita mujer. No tiene idea del veneno interno que le voy a dar, la empujare a que desee morir, por haberse cruzado en el, camino de mi hermano.

Deje mi ensimismamiento, cuando mi teléfono vibró. Era Ángela. Contesté, intentando sonar lo menos odioso posible.

—Hola, ¿cómo estás?

—¿Cómo crees que voy a estar si acabo de perder a un hermano? —respondí sin rodeos, la voz más dura de lo que sentía. Vaya nunca cambiare. Ella suspiró al otro lado y dijo que quería verme esa noche. Negué con la voz.

—No estoy disponible.

—No podrás —insistió—. Llevamos tiempo sin vernos desde que volviste de Italia. Por favor, necesito verte.

—Ángela, entiende que ahora estoy demasiado ocupado… —Mi paciencia se agotaba—. Si no puedes respetarlo, entonces no tiene sentido intentar juntarnos.

Hablo suavemente; antes de cortar la llamada.

—Te amo, cuídate — Yo solté una risita cansada y respondí.

—Cuídate tú también

Apagué el teléfono y me quedé en silencio. A veces el silencio vale más que las palabras. Con las fotografías en la mano, cerré los ojos y decidí que, cuando llegara la noche, nada me detendría.

***

Estaba preparado para conocer a esa cualquiera.

Mi automóvil se detuvo frente a un edificio impecable, uno de esos lugares donde los hombres de cierto nivel social van a distraerse sin imaginar la clase de podredumbre que se oculta tras estas mujeres. Por fuera parecía un templo de lujo, pero sabía que dentro no había más que miseria disfrazada de elegancia.

Apagué el motor, ajusté mi chaqueta y respiré hondo. Marcos, mi guardaespaldas y compañero de confianza, me observó en silencio.

—Prepárate para cualquier cosa —le advertí.

Entramos, el lugar era un extremo bullicio, las luces de neón, música demasiado alta, risas falsas. Mujeres con vestidos diminutos se movían entre las mesas buscando atención.

Nos sentamos cerca de la barra. Una de ellas, de aspecto vulgar y mirada insinuante, se acercó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—¿Qué desea tomar, caballero? —preguntó, inclinándose demasiado.

La miré sin interés.

—Tráenos dos vodkas selladas.

—Enseguida, señor —respondió, mordiéndose el labio antes de alejarse.

Marcos frunció el ceño.

—Señor… yo no puedo beber. Debo cuidar de usted, ese es mi deber y este lugar no me gusta.

—Te di una orden, Marcos —le corté, con firmeza—. Si te digo que bebamos, bebemos.

Asintió sin discutir. Cuando la mujer volvió, colocó la botella y los vasos frente a nosotros. Examiné el sello con detenimiento antes de abrirla. No confiaba en nadie, y menos en un sitio como este. Vertí el licor, observé el líquido transparente, y bebí un sorbo que me quemó la garganta y sin saber porqué me terminé dos botellas más y Marcos solo una.

De pronto, las luces se atenuaron. Un locutor comenzó a presentar a las mujeres que subirían al escenario. Cada una llevaba una máscara distinta, pero mi atención se detuvo en una en particular.

Una figura de movimientos seguros, envuelta en un vestido negro, con un antifaz plateado que cubría parte de su rostro me llamo la atención y esa traidora tenia el cabello rubio tal y como esta.

¿Será ella? Esa cualquiera que había matado a mi hermano.

¿Quizá no o quizá si? No tengo idea que sea ella, eran varias mujeres bailando y todas usában antifaces.

Sin emabargo una de ellas lo era, mi corazón me dio un vuelco. La rabia me atravesó como una daga. Las veo bailar con una elegancia venenosa, como si cada movimiento fuera una burla hacia la memoria de mi sangre.

—Maldita sea… —murmuré, apretando los puños.

Pasaron mas de dos horas. El vodka comenzó a calentarme la sangre y a nublar mi juicio. Me levanté con el pretexto de ir al baño.

—Ya vendré.

—No se preocupe, señor, estaré pendiente —dijo Marcos.

Le hice una seña y me alejé.

El pasillo estaba casi vacío. Pero entonces escuché un sollozo. Me detuve. Al girar, vi a una mujer recostada contra la pared, vomitando, temblando.

Me acerqué.

—¿Se encuentra bien? —pregunté.

Ella levantó la mirada. Llevaba un antifaz como las demas que había visto en el escenario pero no era la misma esta chica tenia el cabello negro.

—Por favor… ayúdame —susurró, con la voz rota—. Sáquenme de aquí…

Sin pensar, la sostuve. Su cuerpo estaba frío, su respiración entrecortada. Antes de que pudiera decir algo más, Marcos apareció.

—¿Qué sucede, señor?

—Esta chica me pidió ayuda. No sé si está ebria o drogada, pero no la dejaré aquí.

—No deberíamos involucrarnos… —advirtió.

—Tranquilo —respondí, cortante—. Vamos... yo estaba ebrio igual que ella, así que mas da.

Le pregunté a la mujer adónde quería que la llevara. Ella movió la cabeza, su cabello le cubrió el rostro… y, sin previo aviso, me besó.

Marcos dio un paso hacia adelante, pero le hice una seña para que no interviniera. El sabor del licor mezclado con su perfume me confundió. Mi mente gritaba que la apartara, pero mi cuerpo… no obedeció.

—¿Por qué haces esto? —le susurré.

Ella no respondió. Solo respiraba con dificultad, apoyada contra mi pecho.

—Necesito que me ayude a quitarme este deseo...

Nuevamente me beso y sentí su piel errizarse, un calor extraño me recorrió, una mezcla de deseo y fiebre. Algo no estaba bien.

—Señor, ¿a dónde vamos? —preguntó Marcos.

—¿Me llevaras contigo?— Pregunto la desconocida. Tal vez si la dejo aquí tirada otra podría hacerle daño entonces seria mejor llevarla conmigo.

—Señor, Leonardo... usted ya esta tomando y esta mujer también.

—Vamos a un hotel —dije, casi sin reconocer mi propia voz—. Déjame ahí con ella.

Marcos dudó, pero sabía que discutir era inútil. Subimos al auto. Ella se recostó a mi lado, temblando. Su aroma era intenso, dulce y perturbador.

Mientras avanzábamos, la miré. No sabía si estaba ayudando a una víctima… o cayendo en la trampa, sin embargo ya era tarde para pensar.

***

Llegamos al autohotel de lujo. Entramos directamente con el auto; el lugar estaba envuelto en una luz rojiza que parecía querer ocultar todo lo que sucedia en las noches.

No recuerdo bien en qué momento dejé que el impulso me dominara. El alcohol me había nublado el juicio y mi mente era un torbellino de deseo, rabia y vacío. Todo parecía confuso, su mirada, mis manos temblorosas, la sensación de estar cayendo en un abismo del que no quería salir.

—Espera... —susurró ella con la voz entrecortada, pero mi cabeza ya no distinguía entre realidad y deseo.

—Si quieres me detengo ahora mismo.

Ella ni siquiera tenia fuerza para detenerme, así que decidi dejar esto atras, pero me dejo asombrado cuando se quito el pequeño vestido que tenia puesto y luego su sostén chiante y su ropa interior.

—Hagamoslo— Fue lo que dijo para que yo la devorara sin miramientos. Porqué la habitación estaba oscura y el alcohol en mi sistema con constó me mantenía en pie, pero mis deseos de hombre no me ayudaban a pensar con claridad. Quizá el día de mañana me arrepentiría por esta estupidez.

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