5. No planeado.

Zaira.

El trabajo me consume cada día. Llevo más de quince días sintiéndome agotada. Supe que el hombre con quien me fui aquella noche era un magnate millonario. Al parecer Karen logro darse cuenta porqué el hombre habia dejado una tarjeta sobre la mesa. No tengo idea de como logre coicidir con ese desconocido. 

Me quito el traje de baile, limpio el maquillaje de mi rostro y me pongo mi ropa, junto con mi chamarra 

Karen entra al camerino y me sonríe.

—Tuviste muy buenos bonos esta noche —me dice con entusiasmo.

La miro con cansancio.

—Sí… —respondo apenas.

—El jefe dice que quiere que bailes extra esta semana.

Niego con la cabeza, bajando la mirada. Siento el cuerpo tan cansado que ni siquiera deseo seguir viniendo. Lo que quiero es huir. Esto no es lo mío, pero lo hago por necesidad, por mi madre.

Guardo mis cosas en el bolso y salgo al encuentro con mi jefe. Él me mira satisfecho y me entrega un sobre con el dinero.

—Felicidades, Zaira. De verdad bailas muy bien, atraes a muchos clientes. Me gustaría que te quedaras más tiempo en las noches, así ganarías más.

Suelto un suspiro y niego.

—Por ahora no puedo. Necesito dedicarle tiempo a mi madre. Con lo que estoy ganando me conformo.

Mi jefe niega y coloca su mano en mi brazo. Lo miro incómoda.

—Nada es suficiente en estos tiempos, y menos con la condición de tu madre —dice con voz fría—. Recuerda la deuda que tienes aquí.

Aprieto los puños, sintiendo la indignación subir por mi pecho.

—Como le he dicho, estoy pagando cada mes. Pero no puedo seguir haciendo horas extra, mi cuerpo también necesita descanso, señor.

Miguel me mira de mala manera y niega con impaciencia.

—No entiendes, Zaira. Es una exigencia. Si trabajas más, pagarás más rápido esa deuda. No puedo esperarte mucho tiempo.

—Déjeme pensarlo, por favor. Pero por hoy ya no quiero más, estoy cansada.

Dicho eso, salgo rápidamente del club. El aire frío de la noche me golpea el rostro. Me coloco la chamarra y camino a toda prisa hasta tomar un taxi. Siento cómo mi cuerpo se debilita cada día más sin entender por qué. Últimamente me he sentido fatal…

Cuando llego a casa, miro la hora pasa de la una de la madrugada. De pronto, unas náuseas me invaden con tanta fuerza que corro al baño y me inclino sobre el retrete, vomitando lo poco que había cenado.

Me levanto temblando, me enjuago la boca y me miro al espejo. Me veo pálida, peor que de costumbre.

Y entonces recuerdo algo que me hiela la sangre; hace semanas que no me baja el periodo.

Revuelvo entre las cosas de mi hermana y encuentro un paquete sellado con una prueba de embarazo. Con las manos temblorosas, lo abro y decido hacerme el test. No puedo seguir ignorando lo que mi cuerpo me está diciendo. Las náuseas, el cansancio, la falta de apetito…

Mientras espero el resultado, el corazón me late con fuerza. Siento miedo, un miedo que me oprime el pecho.

No puedo estar embarazada no ahora. Apenas puedo ayudar a mi madre con sus medicamentos, a mi sobrino con su escuela pública, y ahora ¿un bebé? Sería lo peor que podría pasarme en este momento.

Miro la prueba y mi respiración se corta.

Dos rayas.

Me muerdo el labio y las lágrimas comienzan a caer sin control.

—No puede ser...—susurro con un nudo en la garganta.

Esto no puede ser real. Debe ser un error. Tal vez la prueba está vencida.

Tiro el test a la basura, me dejo caer en la cama y cierro los ojos con fuerza, aferrándome a la idea de que todo ha sido un malentendido. Pero en el fondo, sé que no lo es.

Por la mañana me levanté rápidamente. Me puse un pantalón para calmar el frio, una camiseta sencilla, busqué mi bolsa y dejé un poco de dinero sobre la mesa. Mi sobrinito ya estaba sentado viendo la televisión; lo observé por un momento y luego le entregué un vaso de leche junto con unos pancitos.

—Cariño, regreso más tarde. No despiertes a mamá, ¿sí? Come esto y llénate —le dije con suavidad.

Él sonrió, mostrándome sus dientecitos, y eso me arrancó una pequeña sonrisa también. Me aseguré de que todo quedara bien cerrado antes de salir de la casa a toda prisa. No puedo negar que un sentimiento de miedo me invade. Miro la hora, y siento que en cualquier momento mi corazón podría detenerse. El temor de recibir una respuesta positiva me consume.

Después de lo que pareció una interminable hora, llegué a la clínica y pedí hacerme una prueba de embarazo.

Cuando me sacaron un poco de sangre, me quedé sentada observando a la gente entrar y salir. Mi mente, sin embargo, volaba lejos, imaginando miles de posibilidades. ¿Y si realmente estoy embarazada? ¿Qué haría yo, una mujer sin un trabajo digno, apenas sobreviviendo, y sin saber con certeza quién podría ser el padre? Mi situación económica ya es difícil…

Y si lo estoy, ¿qué haría? La idea del aborto cruza por mi mente, aunque de inmediato la rechazo. Nunca podría hacerlo. Ni siquiera cuando mi hermana quiso hacerlo, yo la animé a tener a su hijo. ¿Cómo podría ahora ir contra mis propios principios? No tengo ese corazón.

Mis pensamientos se disuelven cuando escucho mi nombre. Me levanto de la silla como un resorte y me acerco a la enfermera que me entrega un sobre.

—Aquí tiene su prueba, señorita —me dice con una sonrisa profesional.

Suelto un suspiro, observo el sobre, y aunque muero de curiosidad por abrirlo, decido guardarlo. No quiero hacerlo aqui. No estoy preparada. Subo al metro y me siento en silencio, mientras mis manos tiemblan y arden por abrir el resultado. No lo hago. Las calles de la ciudad pasan frente a mis ojos como si estuviera atrapada en una máquina del tiempo, sin rumbo ni respuestas.

Al llegar a casa, encuentro a mamá en la cocina, preparando la comida. Al verme, se acerca y me da un beso en la mejilla.

—Hija, cuando desperte, supe que no estabas. Pensé que habías ido al mercado —me dice.

Le sonrío débilmente, inventando una excusa.

—Solo fui a buscar unas cosas, pero no las encontré. Iba a preparar unos dibujos —miento, evitando mirarla directamente.

—Entiendo, cariño. Pero ya has comido, ¿verdad?

—Por ahora no tengo hambre, mamá. Solo estaré haciendo algo en mi habitación.

—Está bien, hija. Ve —me responde con dulzura.

Entro a mi habitación y cierro la puerta con rapidez. Mis manos tiemblan mientras saco el sobre de mi bolso. Me quedo un momento observándolo, respirando con dificultad. Finalmente, lo abro.

En cuanto leo el resultado, siento que el mundo se me viene encima. Positivo.

Un grito ahogado se me escapa. Estoy embarazada. Realmente lo estoy. Y ahora estoy fregada. No sé qué será de mí, de mi vida, de todo.

Un bebé no planeado mas en mi situación económica.

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