La Amante Cautiva del Magnate Obstinado
La Amante Cautiva del Magnate Obstinado
Por: Salyspears
1. Deseo de encontrarla.

Leonardo

Llueve con la furia de quien intenta borrar todo lo sucedido. Mis lágrimas ya no se distinguen del agua que golpea la tierra fresca; ambas se mezclan y hacen barro en el que centellea, como si la noche misma estuviera llorando conmigo en este mismo instante. Me apoyo con los nudillos en la lápida aún tibia y siento que la oscuridad me traga los huesos. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo pudo morirse mi hermano? Solo por la traición de una mujer a la que ahora maldigo con cada aliento.

Me llamo Leonardo Valverde y prometo vengarme de esa malnacida.

El ataúd bajaba lento, como si la tierra se negara a acogerlo. Vi su rostro una última vez. Pálido, tranquilo, ajeno a todo dolor. Y en mi pecho algo se rompió, tan profundo que me dio vértigo

—¿¡Cómo pudiste!?—grité y la lluvia me pegó en la cara, fría, despiadada. Sentí la necesidad de arrancarme la piel para sacar de mi pecho ese dolor, esa rabia sorda que ahora se encendía como una brasa. Me dolía su muerte, era mi hermano menor, tenia mucho por vivir y por una mujer decidió terminar con su vida de la peor manera.

Manuel mi mayordomo y él mismo que hemos tenido toda la vida cuando las cosas se ponen difíciles. Me puso el paraguas sobre y  yo lo aparté con brusquedad

—No quiero—le dije—. No quiero taparme. No ves que ya estoy empapado.

Él no respondió. Sé que entiende cuando yo hablo sin palabras. Me miró con esa mezcla de pena y lealtad. Abrió la puerta de la camioneta y esperó a que subiera. Antes de entrar, me volví una vez más hacia la tumba. Juré en voz baja,

—No descansaré hasta que todo se devuelva en la misma moneda.

No se trata de odio simple. Es algo más frío, más calculado, la promesa de que cada lágrima que yo derrame se multiplique por cien en la vida de quien le hizo esto a mi querido hermano. No quiero que su muerte quede impune. No quiero que su nombre quede en el olvido de esa mujer.

Me vengare de esa traidora.

Mientras la camioneta arrancaba, mis pensamientos hacia esa carta en la que mi hermano decía que iba morir si no tenía en amor de esa tal Zaira me carcomian por dentro. Ese nombre me quema la lengua y me dan deseos de matarla.

No soy un santo y no pretendo serlo. Si la venganza me transforma en algo terrible, que así sea. Prefiero convertirme en monstruo a vivir eternamente con la mirada vacía frente a su fotografía.

No me importa, si tengo que jugar a la ruleta rusa con mi propia alma para que ella pague.

Manuel rompió el silencio

—Hemos llegado mi señor, Leonardo.

Asentí bajando de la camioneta.

Al entrar a la casa grande, vi a Griselda salir disparada, la cara desencajada. Corrió hacia mí y me abrazó con  fuerzas.

—¿Por qué no me dijiste? —gritó, con la voz rota, el calor de su cuerpo temblando contra el mío—. ¿Como sucedió?

No supe qué responder. Sus manos me arañaban la camisa, buscando algo estable, alguna respuesta que yo no tenía. Ella se dejó caer de rodillas y la levanté como pude, con torpeza, porque no había palabras que arreglaran lo que estaba roto.

—No lo sé —le respondí —. Vamos adentro.

Ella seguía llorando. Al entrar al interior de la casa. Le hable a la doméstica.

—Maria lleva a Griselda, prepara un té.— Le ordeno y luego veo a mi hermana y le habló. —Ve a descansar, el viaje fue pesado, toma un té relajante.

Ella sólo asintió sin decir nada mas. Cuando se retiró junto a Maria, caí en la silla cansado.

Angélica vino hacia mí con esa mezcla teatralidad que siempre la caracterizó. Se acercó y rozó mis labios con los suyos en un gesto rápido, más de consuelo que de pasión.

—Te estábamos esperando — mencionó con una sonrisa clavada que no alcanzó sus ojos—. No quisimos interrumpirte cuando decidiste quedarte.

Respiré hondo y, con la voz cansada repliqué

—A todos, los presentes, lamento mucho lo que le pasó a mi hermano. Fue una noticia que nos golpeó. Ahora pueden irse, ya su cuerpo no está presente aquí —Replique echando a todos de mi casa.

Angélica insistió, queriendo convencerme de quedarse, de que no estaba solo. Mis tías me saludaron con un gesto antes de irse. Sabía que no era momento para más conversaciones, para besos hipócritas ni para frases hechas. Solo necesitaba que me dejaran en paz.

—Lamentamos todo lo que sucedió Sobrino.— dijo mi tío y solo asentí. Cuando se retiró, Angélica me tomo del brazo.

—Cariño, puedo quedarme contigo.

—No deseo estar con nadie. Ahora mismo soy la peor compañía — declare asustando a mi prometida.

Subí a mi cuarto con los sentidos en llamas. Antes de cruzar la puerta de la habitación de mi hermano, me detuve; abrí sin ruido y recorrí su espacio con la mirada. La cama hecha a medias, sus libros, una camiseta doblada encima de una silla. Busqué y no hallé lo que necesitaba.

Ningún audio, ninguna nota aparte de la carta y sin que explicar el porqué de todo—. Pero en su mesa de noche encontré un cuaderno que era como un diario para él. No sé qué esperaba, tal vez una confesión, una pista de ¿Como era ella o de que familia venía?

Dentro del diario había una fotografía junto a una frase.

«Solo querías mi dinero, a cambio recibi tu traición. Prefiero morir que verte con otro»

Apreté el papel con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos.

La sostuve entre los dedos y fue como si el mundo se fuera a negro por un segundo. Era una foto pequeña, arrugada en las puntas; supe, sin pensar, que aquella imagen iba a cambiar mi vida. La apreté contra mi pecho y las lágrimas, que habían estado contenidas salieron sin pedir permiso. Recorrí su rostro con la mirada un millón de veces, logré ver un poco su rostro ese que enamoro a mi hermano hasta matarlo.

Sonreí de lado, una mueca que no era sonrisa sino amenaza. El odio se me encendió en el pecho como un fuego que ya no podía apagar. Juré con voz ronca, con la garganta cerrada, que encontraría a esa mujer y me vengaria de ella de la peor manera.

Me fui a buscar el saco de boxeo en la habitación de entrenamiento, era como si golpear aire me ayudara a ordenar la rabia. Cerré el puño y lancé golpes imaginarios contra la realidad que me había arrebatado a mi hermano.

Me quedé sentado en la penumbra de mi cuarto, oyendo mi propia respiración.

—Te juro que te voy a encontrar —susurré a la foto, como si hablarle a un pedazo de papel fuera a mover el mundo—. Y cuando te encuentre, vas a pagar por lo que le hiciste a mi hermano maldita traidora e interesada.

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