Mundo ficciónIniciar sesiónVladislav Drakos, el líder alfa de una poderosa manada de lobos, ha sido acusado de un asesinato que no cometió. Desesperado, coincide con Adara Văduva, una abogada híbrida (descendiente de lobos y elfos), quien inducida por el enemigo, acepta su defensa. Aunque ambos sienten una extraña conexión desde su nacimiento, nunca se habían reconocido hasta ahora. Lo que comienza como un simple caso legal pronto se convierte en una peligrosa lucha entre el deseo, el poder y el destino. A medida que la atracción entre ellos se intensifica, descubren que están unidos por algo mucho más grande y oscuro de lo que imaginan: la Luna Azul, un fenómeno sobrenatural que determinará si su vínculo los salvará o los destruirá. En un mundo de secretos, mentiras y pasiones desbordadas, ¿estarán dispuestos a aceptar su destino o se dejarán consumir por el caos? Un misterio ancestral se devela, y todo lo que creen saber sobre ellos mismos podría cambiar para siempre.
Leer más—No te lo niego, con solo ver esto hasta dan ganas de casarse —comentó Ionela con una sonrisa burlona, observando a Adara a través del espejo, vestida con el elegante vestido blanco.
Adara apenas se miró, pero cuando lo hizo, algo dentro de ella se movió. Al instante vio a otra mujer en el reflejo: una mujer feliz, ilusionada, ante el paso que estaba a punto de dar. En su mente, podía visualizar la expresión de Christian al verla aparecer en el altar, como si fuera el momento más esperado durante tanto tiempo. Estaba segura de que él también lo esperaba con esa misma emoción e ilusión que ahora ella sentía.
—Dios, ¿cómo se hace para tener esa expresión tan estúpida en el rostro? —inquirió Ionela con tono sarcástico, evaluando a Adara con una risa divertida—. ¿Cuándo llegan tus padres?
Adara se giró un poco, ajustando su vestido y sonriendo, mientras el corazón aún le latía con fuerza, una sensación de expectativa dominaba cada parte de su ser.
—Mañana después de mediodía —respondió con entusiasmo—. El vuelo llega a las tres. Con suerte, ya todo estará listo y mi mamá no tendrá que hacer nada.
—¿Y los suegros? —preguntó Ionela con mirada curiosa, pero también un tanto crítica.
Adara frunció el ceño, un atisbo de incertidumbre apareció en su rostro.
—La verdad, no sé. Christian no ha hablado mucho de ellos estos días. Y yo, con tanto trabajo y los preparativos no le he preguntado —confesó Adara con un tono de su voz que se suavizó al recordar cómo él se había concentrado en asegurar los pagos relacionados con el evento.
—¡Qué injustos! Ni el hijo ni los padres te ayudaron con esta corredera. Así, no me caso, imagínate. Si es así de desentendido de novios, no quiero ni imaginarme cómo será después de la boda —se quejó Ionela, con una risa amarga—. Si no fuera por todo el dinero que aportó para este circo, te diría que es un conchudo abusador.
Adara se sintió un poco incómoda, pero sabía que no podía permitir que las palabras de Ionela empañaran su momento de felicidad.
—No hables así de él, es responsable. Pero vamos, seamos realistas, no tiene tiempo para nada de esto —explicó Adara, ajustándose un poco el vestido, mientras la certeza de que por el trabajo Christian tenía sus propios motivos para no involucrarse con los detalles del evento.
—Deja de defenderlo —replicó Ionela con una sonrisa entre dientes—. Una boda es una responsabilidad compartida, igual que el matrimonio…
En ese momento, la diseñadora apareció, interrumpiendo la conversación.
—Creo que ya está listo, te quedó hermoso —admiró la diseñadora con una sonrisa de satisfacción—. Aquí están los zapatos y los accesorios.
Le entregó un par de bolsas cuidadosamente.
Cuando la diseñadora se despidió y salieron de la boutique, Ionela la detuvo con una mano en el hombro, como si tuviera prisa.
—Te acompañara hasta tu departamento, pero tengo una cita en… —Ionela miró su reloj, algo apresurada—. En una hora. — Sacó la mano y llamó a un taxi, con rapidez.
—Tranquila, estoy cerca —respondió Adara antes de que Ionela abordara el taxi alejarse.
Se quedó allí viéndola alejarse un poco más, con una sensación creciente de ilusión y emociones encontradas por lo que estaba por venir.
Caminó lentamente hacia su departamento, mientras la imagen del vestido aún estaba fresco en su mente, y una tensión suave abrazaba su pecho. Estaba emocionada, ansiosa, pero había algo que rondaba en su mente, algo que no podía ignorar.
De repente, al cruzar una calle, una sensación extraña la golpeó como un rayo. Fue extraña, y se sintió como si algo dentro de ella la hubiera empujado a recordar algo que nunca había querido recordar.
Vladislav Drakos.
El nombre apareció en su mente como un eco profundo, ardiendo, como si existiera una conexión invisible con este nombre. Un recordatorio de lo que hasta sintió como un huracán en su vida.
—¿Cómo es esto posible? —se preguntó, confundida, mientras el pulso de su corazón aumentaba sin razón aparente.
La descarga eléctrica que recorrió su cuerpo la dejó sin aliento por un momento, y algo mágico la invadió alrededor, un efecto inexplicable encendiendo algo en su interior, como si una chispa que le recorría la piel. Algo marcado. Algo más profundo de lo que su mente podría entender.
«¿Por qué me siento así?», pensó. Su mente no dejaba de darle vueltas. «¿Por qué pensar en ese nombre me afecta tanto?»
De repente, una voz en su interior, tan clara como un susurro, respondió:
«No hay nada que entender, Adara. Es destino. Solo destino».
Un escalofrío recorrió su columna vertebral al escuchar esas palabras, y su corazón comenzó a latir con más fuerza. En ese instante supo que algo dentro de ella se despertó.
La pregunta era: ¿Qué era?¿ y ¿Qué haría con ello?
Y con esa duda en su mente, Adara continuó avanzando hacia su departamento, más perdida que nunca, mientras la tensión emocional se apoderaba de ella, como una fuerza oscura que no podía resistir.
Adara aceptó que, tal vez lo que estaba sintiendo solo era parte de la emoción por la proximidad de la celebración del matrimonio. Estaba segura de que la sensación de conexión de ese momento era algo sin importancia.
Al llegar a su departamento, Adara soltó el vestido sobre un sillón y dejó las bolsas sobre la mesa. Se dejó caer sobre el sofá, echándose hacia atrás, cerrando los ojos, trataba de procesar todo lo que acababa de suceder. Su mente aún daba vueltas, atrapada en los recuerdo de ese nombre:
«Vladislav Drakos», repitió sin entender esa extraña tensión.
No entiende el porque de solo pensarlo se siente afectada. No recuerda haber tenido relación o contacto alguno con alguien con ese nombre. Alguien que sin conocerlo la abrumaba. Cerró los ojos y la sensación fue mayor: la intensidad de unos ojos oscuros, hicieron que su corazón latiera con una fuerza que no estaba dispuesta a admitir. Se sintió extraña, vulnerable. No supo la razón, pero esa mirada la atravesó como un rayo. Tampoco supo pero el pensamiento de que estaba a dos días de casarse, con un hombre que, según todo lo que había planeado, era el amor de su vida, se interpuso entre ella y esa mirada.
Abrió los ojos de golpe.
—Cálmate, Adara, no te dejes llevar por esto —se dijo a sí misma, intentando calmar el torbellino emocional que la invadía—. Estás nerviosa.
Buscaba calmarse. Pero en lo más profundo de su ser, algo le decía que no debería ignorar lo que sentía.
Horas después, en otra parte de la ciudad, Vladislav Drakos no podía dormir. Su mente no dejaba de dar vueltas. Aunque no había tenido el sueño que normalmente se presenta con la misma mujer, algo lo perturbaba, Varkar, su lobo lo tenía ansioso, con una inquietud inusual en él, no dejaba de empujarlo, a hacer algo que no comprendía, y un rostro familiar invadió sus recuerdos.
«Lia… Lia», repitió su nombre en sus pensamientos, el eco de la mujer que había llenado sus días… y sus noches. La mujer que había sido su todo, pero que ya no pertenecía a su vida por culpa de unos desgraciados.
—¿Por qué no puedes dejarme tranquilo? —gruñó Vlad en voz baja, mirando al techo, sintiendo la presión de Varkar dentro de él. La bestia, esa parte oscura, deseaba liberarse, romper las barreras y actuar según lo que su naturaleza dictaba.
Varkar, respondió en su mente, calmado pero firme.
«Ella ya no está… la otra sí. Ya es el momento. Te niegas a aceptar la realidad».
Vlad sintió cómo su cuerpo temblaba, una oleada de deseo lo recorrió. Similar al que siente cuando sueña con ella… la desconocida.
En su mente se libró una batalla ¿Por qué le afectaba tanto alguien que solo ha visto en sueños?
«No puedo dejarme llevar. No lo haré», pensó Vlad, apretando los puños, tratando de reprimir el deseo y la confusión que sentía.
A la mañana siguiente, Adara, ansiosa por los detalles de la boda, marcó al número de Christian, no obtuvo respuesta, decidió ir a buscarlo a su departamento. Con la ilusión de verlo, abordó un taxi.
Minutos después, llegó al departamento de Christian con el corazón lleno de expectativa. Pero algo en su interior le susurraba que nada estaba bien. Abrió la puerta con sus propias llaves, como había hecho mil veces antes.
Cuando entró al apartamento, el sonido inconfundible de la respiración agitada de alguien la detuvo en seco. Su corazón comenzó a latir más rápido, el estómago se le contrajo. Estaba a punto de girar la esquina del vestíbulo hacia la sala, cuando una visión la dejó paralizada. Allí, en el centro del espacioso salón, Christian y otra mujer estaban entrelazados en una escena asquerosa. Adara lo vio sin que él notara su presencia.
La mujer, sobre el cuerpo de Christian, se movía frenética, mientras él, extasiado, le exigía más.
—Dame más... más... Eso es, me estás llevando a las nubes... quiero más, —le pidió Christian.
Adara se quedó congelada en la columna, su cuerpo fue invadido por una mezcla de ira y dolor.
—Claro que sí, cariño. Te voy a dar todo lo que quieras —respondió la mujer con picardía y una sonrisa descarada.
—¡Más, por favor! —Christian insistió, casi como un niño mimado, disfrutando cada segundo.
Adara, incapaz de moverse o gritar, estaba impactada. Su corazón no podía creer lo que su mente ya había aceptado. Christian, el hombre con el que había planeado pasar su vida, con el que suponía iba a casarse en dos días, estaba follándose a otra.
Finalmente, la mujer lo miró, y una sonrisa burlona se dibujó en su rostro al verla ahí, callada, sorprendida.
—Oye, cariño, si tu prometida no te da lo que deseas y necesitas, no te preocupes, estaré aquí para darte lo que te falte —dijo con malicia mientras miraba a Adara, sin importarle el dolor que su comentario causaba.
Presenciar esto, fue como un puñal directo al corazón.
«¿Qué hice para merecer esto? ¿Cómo pudo engañarme?»
El sonido de sus sollozos no fue lo suficientemente fuerte como para interrumpir la escena. Cuando finalmente Christian se dio cuenta que estaba allí, se desprendió de la mujer de inmediato, y un destello de pánico cruzó sus ojos.
—Adara, espera —Le pidió.
Desesperado y sin importarle su desnudez, se acercó a ella.
—Déjame explicarte. Es que soy un hombre, Adara. Y tú nunca me das lo que necesito, lo que merezco.
Adara lo miró incrédula, el dolor y la rabia eran completamente visibles en sus ojos.
«¿Cómo se atreve a justificar lo que ha hecho con una excusa tan baja?»
—No sé qué estás diciendo… —Le dijo sintiéndose débil. No podía dejar de llorar, y el asco que sentía se apoderó de su alma—. ¿Es esto lo que me vas a dar toda nuestra vida juntos?
—No, no es eso. Después de todo este tiempo, sabes que los hombres necesitamos más... tú sabes... —trataba de explicarse, pero sus palabras ya no tenían peso para Adara.
—¿Por qué me haces esto? Yo… te… amaba —Adara sollozó—. Lo que necesito es respeto, Christian, no promesas vacías.
Christian intentó atraparla para evitar que se fuera.
—Yo también te amo, pequeña —le dijo en un tono de voz que le resultó falso.
—No sigas —gritó con la voz quebrada.
En ese momento, su loba intentó emerger en su mente.
«No lo necesitas. Esto solo muestra tu orgullo herido. Él no es tu mate, Adara. Él no te pertenece. No le sigas el juego»
Ignoró las palabras de lo que creía su conciencia. No podía procesar lo que había sucedido.
Con lágrimas corriendo por su rostro, se dio la vuelta y salió del departamento. En su mente todo era un torbellino: amor, traición, dolor y rechazo.
Abatida, abordó un taxi sin decir una palabra. No sabía qué hacer con su vida en ese momento.
Y Vladislav sintió, por primera vez en siglos, algo parecido al verdadero miedo.Mientras tanto a Ionela y Adara, el bosque las recibió como si hubiese estado aguardándolas desde antes de que nacieran.El aire cambió apenas cruzaron la primera línea de árboles: más denso, más vivo, cargado de una vibración que parecía fluir desde la tierra misma. Ionela avanzaba con pasos seguros, como si recordara un camino que nunca había transitado.—Esto es nuevo para mí —dijo Ionela—. Espero que estés segura a donde vamos.Adara la seguía en silencio, pero su respiración aún estaba temblorosa. No por cansancio.Por lo que había dejado atrás. Por lo que estaba empezando a admitir.—Pierde cuidado, no lo tengo claro, Io, pero algo dentro de mi me dices que avancemos. Llegaremos a un lugar seguro.Finalmente, Ionela se detuvo en un claro estrecho, casi un bolsillo entre raíces retorcidas. El lugar parecía haber sido moldeado por la luna misma: ramas entrelazadas en forma circular, un centro despejad
El silencio que siguió a la desaparición de la entidad no fue alivio. Fue un vacío tenso, pesado, como si el aire se hubiese espesado alrededor de todos. Adara permanecía en el centro, respirando hondo, casi de forma mecánica, mientras la realidad recuperaba sus bordes.Ionela se acercó un paso, cautelosa, como si temiera romper algo más frágil que la calma.—Adara… —susurró.Pero Adara levantó la mano, silenciándola. No con brusquedad, sino con una determinación que heló a todos.—Me voy.Blade frunció el ceño. Eryndor giró apenas el rostro, como si hubiese escuchado una revelación peligrosa. Y Vladislav… Vladislav dio un paso hacia ella sin pensarlo.—No —la palabra salió grave, ronca, casi primitiva—. No en este estado. No sola. No ahora.Adara lo miró directo y firme, y esa simple mirada lo dejó sin aliento: no había furia en ella, pero sí un cansancio profundo, lleno de grietas, como si cada parte de sí se hubiera desgastado luchando contra algo que nadie más lograba ver.—No es
Adara no sintió un tirón, ni un salto, ni un desgarro entre mundos. Simplemente dejó de estar donde estaba. Un segundo antes, había sombras, voces, dolor, el eco insistente de Christian reclamándola, la confusión carcomiéndole la mente como un fuego invisible, y al siguiente… silencio.Un silencio tan puro que casi dolía.Abrió los ojos. No había oscuridad, tampoco luz. Era un espacio suspendido, un horizonte sin forma donde todo parecía hecho de un blanco suave, como si el aire mismo estuviera formado por plumas. No había techo ni suelo. Solo un vacío cálido, pacífico, inmenso.Por primera vez en días, el miedo no existía.Adara dio un paso —o sintió que lo daba, porque no había suelo real bajo sus pies— y el movimiento generó un eco leve, como si el espacio respirara con ella.—No tengas miedo. —La voz llegó desde todas partes. Y a la vez, desde ninguna.Adara se quedó inmóvil.La voz era femenina, cálida, casi angelical. Pero llevaba un peso antiguo, como si proviniera de algo que
En la mansión de Christian, las ventanas temblaron. No por viento, ni por la tormenta… Por él.Christian se había quedado quieto durante exactamente tres segundos. Solamente tres. Ese fue el tiempo que tardó en recuperar la respiración después de sentirlo.Después de sentir que Adara había desaparecido por completo de su radar, como si alguien hubiera arrancado su presencia de la existencia misma. No fue un bloqueo, tampoco un hechizo de ocultación.Fue un vacío, un apagón total.La copa que sostenía estalló entre sus dedos. La sangre le resbaló hasta la muñeca, pero no la sintió.—¿Qué… fue eso…? —murmuró, con una voz que no parecía humana.Kam se asomó desde la escalera, desconcertado.—¿Se… rompió algo?Christian giró la cabeza hacia él con un movimiento demasiado lento, demasiado preciso, y los ojos completamente negros. Kam dio un paso atrás.—Ella —susurró Christian—. Ella no está. No la siento. No existe.Kam abrió la boca para decir algo, pero Christian ya no estaba escuchando
El portal vibró como si hubiera recibido un golpe desde el interior. Eryndor dio un paso atrás, alarmado.—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Blade, tensando la mandíbula.Vladislav no respondió. No podía.Su conexión con Adara lo había atravesado como un relámpago. Ella había estallado en luz, había invocado algo… y luego, de pronto, silencio. Un silencio tan abrupto y total que le arrancó un gruñido desde el centro del pecho.—Algo la tocó —murmuró, casi sin voz—. Algo… que no debería haber podido.El portal volvió a agitarse. Esta vez, un borde de luz se desgarró como una tela vieja y destensada.Eryndor frunció el ceño y dio un paso al frente, extendiendo ambas manos hacia el umbral.—Esto no es normal. Ella liberó demasiada energía. La entidad que atacó a Ionela era antigua, Vlad. Cuando Adara la repelió, rompió el equilibrio entre este lado y el suyo.—¿Puedes abrirlo? —preguntó Vladislav con un gruñido, ya casi sin controlar su forma—. No… para ver. Para entrar.—No es tan simple
Ionela caminaba rápido, pero no lo suficiente como para calmar la sensación de que la sombra de Christian aún la seguía.Habían pasado solo dos horas desde el encuentro en la calle. Dos horas desde que había sentido la muerte frente a ella —no la física, sino una muerte más profunda, que arrancaba la voluntad— y solo la intervención de Eryndor había evitado que Christian la quebrara.Ahora, cada vez que la luz de una farola parpadeaba, su corazón se detenía un latido.No se atrevía a mirar hacia atrás.—Mantén la cabeza baja… —susurró para sí misma—. No entres en pánico. No entres en pánico.Sabía que Christian podía oler el miedo como un animal hambriento.Y aunque Eryndor había cerrado momentáneamente su presencia, no había garantías de cuánto tiempo podría mantenerse fuera del radar.El edificio de Adara estaba cerca. A solo dos calles. Pero cada paso hacía que los sentidos de Ionela se tensaran más.Sonidos extraños, susurros que no estaban allí, dientes invisibles recorriendo su
Último capítulo