LA DUDA DE ADARA (PARTE 1)

Parte 1: Traición y Manipulación

El despacho de Adara estaba envuelto en la penumbra de la noche, iluminada solo por las tenues luces del escritorio. El sonido del reloj de pared que marcaba el paso de los minutos era el único testigo de la inquietud que dominaba a Adara. Frente a ella descansaba el expediente de Vladislav Drakos, el hombre que había irrumpido en su vida de la manera más inesperada y desconcertante.

El aire estaba cargado de una tensión palpable. La incomodidad que llevaba días experimentando en ese preciso instante era diferente, no solo se trataba de la extraña sensación que el encuentro con Drakos le dejó, aunado al sentimiento de pérdida y traición que había estado arrastrando desde que encontró a Christian con esa mujer, que de por sí, de solo pensarlo le hacía revivir asco y dolor profundo cada vez que su mente insistía en buscar respuestas a lo que él le hizo; pero para su pesar, ni siquiera todas situaciones juntas estaban cerca de de afectarla de la manera que un no sé qué estaba asentándose en su pecho y su mente, le estaba anunciando. 

Lo que estaba sintiendo era como si algo invisible y peligroso se estuviera acercando, acechándola en las sombras. Cada página del expediente que pasaba sin detenerse en alguna de ellas le hacía sentir más atrapada en una telaraña que había sido tejida sin que ella lo supiera. No podía evitar la sensación de que algo mucho más grande que ella misma estaba en juego. 

«¿Por qué me siento tan extraña?», se preguntó rascando su párpado izquierdo en un gesto nervioso.

Algo en su interior se removió, queriendo salir de golpe. Tal como experimentó el día en el que el nombre de Vladislav Drakos vino a su mente días antes de conocerlo. Pero esta vez no había un nombre, ni una mínima señal que le anunciara lo que estaba por venir.

«No lo escuches. Lo que te diga no te debe…», escuchó una voz en su cabeza, como un susurro que se negó a dejar entrar.

El sonido de pasos afuera de su despacho interrumpió sus pensamientos. La puerta se abrió con suavidad, y allí estaba él: Christian. Al verlo, cerró y abrió los ojos, para encontrarse con su rostro, tan frío y arrogante como siempre, solo que hasta ese momento aceptaba quien era en realidad. Esto hizo que Adara sintiera una punzada superior en el pecho, bajó la mirada. Christian se acercó a su escritorio con paso firme, cada uno de sus movimientos irradiaban esa confianza que tan a menudo la había cautivado, y en ese instante le incomodaba. Su presencia era innegable, como un peso en el aire, y Adara, por un momento, se sintió pequeña, vulnerable.

—¿Todo bien? —preguntó Christian con un tono de voz suave, pero cargada de una amenaza silenciosa. Pasó sus dedos por su mentón para rascar su barba cuidadosamente recortada, mientras le clavaba su mirada escrutadora. Su lobo estaba inquieto.

Adara levantó la vista y lo miró con firmeza, aunque por dentro sentía cómo su corazón palpitaba con fuerza. Sabía que este enfrentamiento no era simplemente una conversación entre colegas, era una batalla emocional que podría decidir el rumbo de su vida.

—Todo bien —respondió ella, dejando que su tono de voz sonara más calmado de lo que realmente se sentía.

Christian sonrió, le dejó ver esa sonrisa que en el pasado —días atrás— la enamoraba, esa que siempre tenía la capacidad de lograr de ella una respuesta positiva; pero en su presente, le irritaba, le hacía sentir observada como un objeto. No sabía si lamentarlo o agradecer, y, por qué no reconocerlo, a tiempo de caer en el precipicio, entendió que solo era eso para él, un objeto, una más del montón. Lo vio inclinarse un poco sobre el escritorio, como si estuviera a punto de impartir una lección. Ella no se contuvo.

—Mejor que nunca —agregó en voz baja pero firme.

Se hizo un silencio momentáneo.

—¿Sabías que me molesta que no me respondas el teléfono? Y sin embargo, has insistido en ignorarme —dijo con esa voz suave y peligrosa, que tan bien conocía que usaba muchas veces, pero con otros.

La frustración se acumuló en el estómago de Adara, pero mantuvo la compostura. No iba a ceder. No esta vez.

—¿Y a mí qué me importa, Christian? —respondió tajante y fría. 

Era el momento de enfrentarlo.

Christian cerró la puerta con tranquilidad, como si ya estuviera seguro de que el control estaba nuevamente en sus manos. Dio unos pasos hacia ella, y a pesar de la distancia, su presencia llenaba el espacio con una energía que siempre intimidaba. En cambio, en ese momento Adara se sentía diferente.

—No me respondas de esa manera —dijo él con un dejo de sarcasmo en su voz—. Sabes que me molesta cuando te pones en tu modo “abogada fría”. No es necesario que juegues a ser tan distante. Ya sabemos lo que hay entre nosotros.

Adara lo observó, sin cambiar su expresión. Lo que había entre ellos ya no era lo que él pensaba. Ya no era trabajo y la fachada de una relación. Las cosas habían cambiado, y la verdad era que el veneno de su engaño aún recorría sus venas.

—No sé qué crees que hay entre nosotros a estas alturas, Christian, pero se acabó —dijo Adara, desafiándolo con la mirada. La rabia en su interior no hacía más que crecer. Se obligó a mantener la calma—. Eres un descarado, te encontré entre las piernas de esa mujer y aún así ¿pretendes actuar como si nada sucedió=

La sonrisa en los labios de Christian se curvó en una expresión de superioridad. Sabía lo que había hecho, y sabía cómo manipular la situación. Se acercó aún más, hasta quedar a unos pasos de ella, observándola de manera calculadora.

—No me hagas reír, Adara —su tono de voz se volvió más suave, casi como una amenaza disfrazada de cariño—. Sabes que ahí no sucedió nada…. por lo menos, nada de importancia. Fue solo sexo, una necesidad fisiológica. Fue algo pasajero. Tú y yo somos realidad, no puedes huir de esto. Yo te elegí porque sé lo que puedes darme. Y tú me necesitas, lo sabes muy bien. No te engañes. Nos amamos.

Adara no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espina dorsal. La arrogancia de Christian era como un veneno, un eco de su cinismo que se instalaba en cada rincón de su mente. 

En ese momento, algo comenzó a retumbar en lo más profundo de su ser, algo que nunca había querido reconocer. Un impulso salvaje, primitivo, se agazapaba en las sombras de su conciencia, como una bestia deseando liberarse. La presión en su pecho aumentó, como si algo dentro de ella intentara romper la superficie.

Era su loba. La misma que siempre había ignorado, la misma a la que nunca le había permitido existir. Pero justo ahí al ver esa sonrisa fría y dominante de Christian, su instinto se alzó con fuerza. 

«Destrúyelo». Esa voz, tenue pero creciente, surgió en su interior como un rugido silenciado. «No permitas que te humille. No eres su juguete».

El deseo de gritar, de lanzarse hacia él y desafiarlo con la furia que ardía en su estómago, la golpeó con una intensidad que nunca había sentido. El calor subió por sus venas, el mismo calor que sentía cuando algo se rompía dentro de ella. Su control, esa fina capa de civilización que siempre había mantenido, comenzaba a desmoronarse.

El roce de su propia ira se volvió tan fuerte que sus sentidos parecían agudizarse. Sus pupilas se dilataron, ante el poder que buscaba despertarse dentro de ella.

«No eres débil. No lo eres. Deja que te vea como realmente eres», agregó la voz en su cabeza.

Pero Adara, que desconocía lo que le sucedía, asumió que solo estaba cargada por la rabia,  luchaba contra el torrente que amenazaba con arrastrarla, se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. 

«No», se dijo. «No dejaré que me controle. No voy a ser su juguete», se dijo a sí misma en la mente buscando darse calma.

El animal dentro de ella gruñó, frustrado, pero Adara se mantuvo firme, resistiendo la tentación de ceder. Con una voluntad de hierro, contuvo el impulso y lo enterró, como había hecho tantas veces antes. Aunque su cuerpo vibraba con la necesidad de liberarse, de ese no sé qué, la idea de perder el control ante Christian la aterraba. 

«No voy a caer en su juego», pensó, repitiéndolo como un mantra, mientras su cuerpo se tensaba, luchando por mantenerse serena.

Pero la sensación de lo que ella consideraba una emoción mal manejada, que en realidad era su la loba queriendo terminar de despertar, persistió. Cada palabra de Christian era como una chispa que avivaba la furia. 

«Una mentira... todo esto es una mentira», pensó Adara, mientras su mente se inundaba de una rabia ciega que nunca había reconocido. Pero en su pecho, su loba seguía gruñendo, exigiendo ser reconocida, deseando marcar su territorio, y, sin saberlo, reclamando la libertad que había estado sofocada durante tanto tiempo.

—¿Crees que esto es una cuestión de necesidad? —le dijo, casi burlándose de sí misma. —No, Christian, es una cuestión de control. Y me cansé de que todo lo que hagas gire en torno a eso. Me irrespetaste y eso no te lo voy a perdonar.

Christian la miró fijamente, y por un momento, su rostro dejó de mostrar esa sonrisa arrogante. Hubo algo en sus ojos que, por un instante, pareció encenderse, ladeo la cabeza a los lados para relajar a su lobo. Pero no fue más que un parpadeo, y la máscara volvió a caer. Reconoció que no le convenía dejarse ir con ella.

—Ya se te pasará el enojo, estaré esperándote —expresó con un tono de voz seguro y de suficiencia—. Mientras tanto, seguiremos trabajando…. “juntos”. Solo es cuestión que te decidas y celebraremos la ceremonía.

Adara entrecerró los ojos. Respiró profundo para dejar pasar el mal sabor que le dejaba escuchar sus respuestas mezquinas.

Él se acercó, y sin previo aviso, tomó su mentón con firmeza, obligándola a mirarlo a los ojos. Era la misma mirada de siempre: controladora, arrogante, dominante, pero esta vez iba dirigida a ella con toda intención de enviar un claro mensaje.

—Ya lo sabes, Adara. —La frialdad en su tono de voz hizo que su corazón se acelerara—. Te asigné el caso de Drakos porque ya lo habías atendido. No hay nadie más en el bufete que tenga más conocimiento sobre él que tú. No puedes rechazarlo. Y tampoco puedes irte, ante todo somos profesionales.

El contacto físico, la proximidad de su cuerpo, hizo que Adara tuviera que contenerse para no apartarse de él. Pero algo dentro de ella se revelaba contra la sensación de estar atrapada entre sus manos. Él era hábil, sabía como acercarse justo cuando ella estaba a punto de romperse.

—¡Ese caso es tuyo! —exclamó Adara, alzando la voz por primera vez, con la ira contenida explotando de golpe—. ¡Tú deberías encargarte de Drakos, no yo!

Christian soltó una pequeña risa, y con la mirada fija en ella.

—¿Qué pasa, Adara? ¿No te has dado cuenta aún? —Su tono de voz fue más bajo, peligroso—. Soy el que decide quién se queda con qué. Siempre ha sido así… Me extraña que no lo recuerdes. Eres mía, aunque no lo niegues. Si no fueras tan testaruda, verías que lo que hago es por tu propio bien… lo que pasó con esa chica fue para no forzarte a ceder antes de la noche de bodas —dijo con una naturalidad que le dio asco a Adara—. Volviendo al trabajo… quien asigna los casos soy yo, siempre ha sido así, eso acordamos. Es lo que corresponde. Tú y yo sabemos cómo funciona esto… Y no te voy a dejar ir. Nunca.

Con esas palabras, se dio la vuelta y salió de la oficina.

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