EL LOBO Y LA LEY HUMANA

Dos días después, en su mansión, el eco de su pensamiento furioso, obligó a Vladislav Drakos a girar hacia la ventana. Varkar, su lobo, gruñó desde lo más profundo de su ser, exigiendo respuestas. 

«¿Cómo puedes, tú Vladislav Drakos, el líder más temido de la manada Drakos, estar buscando ayuda de un simple mortal?», gruñó Varkar en su interior exigiendo respuestas. 

Mientras Vlad pensaba en la forma en que sus enemigos se reirían de su situación, Varkar iba más allá, se sentía frustrado al ver como Vlad pretendía dejar en manos de otro, para colmo, humano una batalla que podrían resolver con un simple asalto de lobos. 

«¡Un abogado humano!», bufaba su lobo, atormentándolo «¿Cómo vas a permitir que tu poder sea reducido a eso?»

En ese preciso momento, la puerta se abrió, y Florin, su Beta, su mano derecha, entró sin dudar. Éste sabía cómo lidiar con los momentos difíciles; era el único capaz de calmar la tormenta en la mente de Vlad, pero incluso aceptaba que esta vez sería complicado.

—Vlad —habló Florin, con calma, mientras cerraba la puerta detrás de él—, he logrado concertar la reunión.

Vlad se giró a verlo. lo miró con el ceño fruncido, reflejando su nivel de enfado. 

—¿Una reunión? —Su voz retumbó en la sala. 

«¿Con quien carajo?», cuestionó Varkar.

Florin, acostumbrado a la furia de Vlad, mantuvo la compostura. Sabía que la situación era tensa. Había logrado su objetivo, contactó con la secretaría de la abogada más importante en el país. No la conocía, pero las referencias que le habían dado no dejaban lugar a dudas de que era la única persona capaz de sacar a Vlad de ese problema. 

—Conseguí una cita con una de las abogados más influyentes del país —adujo Florin con tranquilidad.

Para Florin esta era la solución idónea, la ideal para sacar al Alfa de ese embrollo, y como le dijeron, por la puerta grande, porque supo que si algo tenía la abogada Văduva, era la capacidad de dejar a su contraparte hecha añicos, no había un caso del que no saliera victoriosa, y el de Vlad era un caso no solo emblemático por la importancia de Vladislav Drakos en el mundo empresarial, sino también porque de sacarlo de esto lo haría intocable, lo que terminaría de afianzarlo entre quienes se ganaron su odio en el pasado, la raza humana.   

—¿Escuche bien? —preguntó Vlad, incrédulo—. No solo es un maldito ser humano, sino ¿Una mujer? 

Florin ya estaba preparado para esta reacción. Se mantuvo tranquilo.

—Es la mejor en el país, olvida su género —respondió Florin con firmeza—. Me dieron referencias cabronas de ella. No hay quién se le iguale. 

—Deja de decir pendejadas, no pienso someterme a lo que una mujer diga —dijo Vlad en un tono de voz tajante.

Florin por unos segundos, decidió guardar silencio para dejarlo reflexionar. 

—Aquí te dejo un dossier sobre el trabajo de la licenciada —dijo Florin colocando una carpeta de cuero sobre el escritorio—.  Se llama Adara Văduva. Nos recibirá mañana a las tres de la tarde. Es nuestra única oportunidad. 

Florin era objetivo, sabía que en este caso Vlad debía darle prioridad a su lado racional, lo cual era difícil porque su naturaleza de lobo siempre primaba.

Varkar, gruñó violentamente en su interior, lleno de furia. 

«¿Por qué una mujer?», reclamó en un rugido.

El lobo de Vlad también se sentía humillado. Vlad apretó los dientes, y la ira recorrió su cuerpo como veneno.

—Una mujer —repitió Vlad con la voz vibrante—. ¿¡UNA MUJER!? —Golpeó la superficie del escritorio. La rabia era tan intensa que las venas de su cuello se marcaron de manera visible, sus ojos se tornaron brillantes, amarillentos—. Florin, ¡¿por qué no avisaste que buscarías a una maldita mujer?!

Varkar rugió en su mente, y Vlad sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo. La bestia dentro de él quería liberarse, anhelaba destruir, pero Vlad sabía que si lo permitía, perdería todo. La fuerza que la manada y su organización había forjado durante tantos años se tambaleaba.

—No tiene sentido, Florin. —Su voz sonó grave, con desprecio—. Esto es una aberración. Una mujer que ni siquiera sabe con quién se está metiendo, es inaceptable. —Vlad negó agitado—. ¡NO! No voy a permitir que esto pase.

Florin se acercó lentamente, viendo la lucha interna en los ojos de su líder. Sabía que Varkar estaba presionando fuertemente para salir.

—Vlad, escúchame. Ella no tiene por qué saber quien eres realmente. Basta con que resuelva. Siempre tendrás la última palabra, eres el Alfa, aceptaré lo que decidas, pero no tenemos otra opción —dijo Florin en un tono de voz bajo—. La situación sobre el caso de Onicescu está empeorando. Si no conseguimos una defensa legal que nos ayude, podríamos perder todo si logran sentenciarte. Esto alterará a toda la manada y la paz terminará —recalcó con crudeza—. Esta abogada es... diferente. —Su mirada se endureció—. Presiento que ella es más de lo que parece.

Al día siguiente, en una lucha interna con Varkar, Vlad, el Alfa de la manada Drakos, el líder imponente y temido, avanzaba a través de la entrada del bufete de abogados con pasos firmes, pero el aire que lo rodeaba estaba cargado de una tensión palpable. 

La ira por la acusación, la impotencia de ser señalado públicamente como un criminal y la humillación de tener que pedir ayuda a los humanos, y a una mujer, lo desbordaban. 

La cita con la abogada Adara Văduva lo dejaba con una sensación de predisposición. Ningún hombre había logrado que su fuerza se sintiera tan frágil. Ni su lobo podía ignorar la intensidad de lo que se venía.

Segundos antes, la loba de Adara rugió inquieta:

«Ya viene», Adara no entendió ese pensamiento, y a los pocos segundos de que Vlad tocó, la puerta del bufete se abrió. 

En el momento en que sus ojos se encontraron con los de Adara, el aire cambió. Su mirada verde intenso lo atravesó, y Vlad sintió como si un relámpago invisible hubiera sacudido su cuerpo. La sensación fue instantánea, como si una energía —que no comprendía— se desbordaba entre ellos, llenando el espacio con algo tan palpable que Varkar gruñó en su mente, inquieto, ansioso.

«Es ella»

Vlad, vio seriedad en su rostro, esa que solo podría ser producto de alguien que había enfrentado lo desconocido tantas veces. Pero en sus ojos había algo más. Confusión, quizás, o el reflejo de lo mismo que él sentía: una atracción incontrolable y peligrosa.

—Licenciada Văduva —La voz de Vlad, fue más grave de lo habitual. 

Ella lo miró de arriba abajo, con una calma calculada, intentó disimular, pero su corazón se aceleró al sentir lo que el Alfa desprendía. Un poder inexplicable, la misma sensación de choque la invadió. Un vago sentimiento de que todo lo que había conocido hasta ese momento no era suficiente para comprender la intensidad de lo que estaba sucediendo.

—¿Señor Drakos? —preguntó ella, con voz suave pero firme. 

El desprecio implícito en su tono de voz era claro, pero no pudo evitar la tensión que se reflejaba en su rostro.

Vlad dio un paso al frente, desafiando lo que sentía y tratando de reprimir la descarga de energía en su cuerpo. Sabía que no podía perder el control, pero sus instintos, los de lobo, no dejaban de darle órdenes. Su mirada se tornó más intensa. No podía apartarla de Adara.

—Tengo… —carraspeó su garganta, miró a los lados— …una cita con usted —agregó con una firmeza que intentaba controlar la intranquilidad de su cuerpo—. Verá, estoy siendo acusado de algo que no he hecho y necesito que este... problema... desaparezca. 

Adara lo observó en silencio durante un segundo que pareció durar una eternidad, su mente trataba de procesar lo que extrañamente ocurría. La energía entre ellos seguía ahí, fuerte, como una presencia invisible que había cruzado la línea que los separaba. No podía ignorarlo, pero tampoco quería aceptarlo.

—Adelante señor, Drakos —respondió haciéndose a un lado—. Sígame.

Vlad frunció el ceño, saludó a su secretaria y la siguió por un pasillo hasta entrar a una enorme oficina. Su mirada no podía despegarse del vaivén de sus caderas, ni el ondear de su larga y rubia cabellera en cada paso, era torturador. No estaba acostumbrado a sentirse tan expuesto. Sin embargo, algo en su interior volvió a rebelarse. El lobo dentro de él pulsaba, queriendo romper las barreras, pero él se obligó a mantener la compostura.

—Tome asiento y cuénteme —exigió Adara imitándolo. 

Vald percibió en su postura aires de superioridad, y aun así, mirándola fijamente, en tensión por las emociones que recorrían su cuerpo, respiró profundo y luego le dio un resumen. 

Mientras él hablaba, Adara lo observaba como si buscara la verdad en sus gestos. Por primera vez se vio luchando por intentar saber qué pensaba, no tuvo éxito. Se sintió extraña. Sacudió la cabeza al sentirse con las manos vacías, era la primera vez que le sucedía.

«No prestes atención a ello, que no te afecte», escuchó una voz en su interior. Batió sus pestañas buscando reaccionar ante el desconcierto. 

—¿Sabe quién puede estar detrás de esto? —preguntó desconcertada—. Sé quién es usted, he leído artículos sobre su trayectoria, ¿Tiene algún enemigo? 

Vlad sintió irritación, la consideraba arrogante, pero había algo más que estaba comenzando a despertar en él, tal como en los sueños, una especie de deseo que ni él quería admitir. Al principio, pensó que sentía era solo rabia, un rechazo a su naturaleza humana, pero observándola, algo más instintivo lo frenó. Un deseo de dominarla que se estaba desbordando dentro de él.

La atmósfera entre los dos se volvió más espesa, peligrosa. El aire cargado de electricidad provocó que ambos se sintieran desbordados. Ninguno lo comprendía, pero ambos lo sentían con tal fuerza que el lobo dentro de Vlad rugió con fuerza, hambriento, deseando tomar el control.

Adara, al mismo tiempo, sintió algo mucho más profundo dentro de sí, algo que no entendía. Su loba —a quien jamás había reconocido, era algo desconocido— se despertó, algo que ella intentó rechazar con todas sus fuerzas. 

Vlad la hizo vulnerable, no podía sentir eso por alguien como él, no podía dejarse llevar por lo que estaba surgiendo entre ellos.

El despacho se llenó de un resplandor fugaz, una energía vibrante que iluminó brevemente el espacio entre ellos. Adara cerró los ojos, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba a esa energía sobrenatural, rápidamente espantó la sensación. Le negó a su loba estar.

—Todos tenemos a alguien a quien no le agradamos —La respuesta de Vlad fue ambigua, pero era una forma de espantar lo que sentía—. Aquí está la notificación que me enviaron —Extendió un sobre sobre el escritorio.

Adara detuvo su mirada en sus dedos largos y toscos que la atrajeron de forma extraña. 

«¿Qué te pasa?», se cuestionó en la mente.

—Tomaré su respuesta como que no sabe de dónde viene el golpe —le dijo Adara luego de mirar hacia el sobre para aclarar su mente.

No entendía lo que sucedía, pero estaba segura que lo que fuera, representaba un peligro para ella, se sentía débil y extrañamente atraída por este desconocido. 

—Y yo asumiré que acepta mi defensa —respondió Vlad poniéndose de pie y mirándola con arrogancia al tiempo que se arreglaba la chaqueta del traje. 

—Lamento decepcionarle, señor Drakos, pero debemos revisar las ventajas del bufete antes de responderle.

Recordó que este caso era de Christian. No le tocaba decidir. La tristeza volvió.

Vlad respiró profundamente, no le gustó su respuesta ni el tono de su voz.  

—No hay nada que revisar, este caso tiene más ventajas que pérdidas —respondió seguro de sí mismo.

Adara, sin dejar de mirarlo, apretó los dientes. La mezcla de tristeza, rechazo y deseo dentro de ella la estaba consumiendo.

—Le responderemos en breve —dijo seca.

Molesto, Vlad le dio la espalda.

—Espero ansioso su llamada —dijo frío—. Créame nos volveremos a ver.

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