Desde su nacimiento, Kelyra ha estado marcada por un símbolo que arde cada noche sin explicación. Sueña con un hombre de ojos dorados y voz antigua que la llama por su nombre, como si la conociera de otra vida. Lo que no sabe es que su alma ha pertenecido, durante siglos, a “Lucien”, un demonio inmortal que desafió al cielo por ella. En cada una de sus reencarnaciones, él la ha buscado. En todas… la ha perdido. Esta vez, sin embargo, Lucien está dispuesto a romper todas las leyes del tiempo y del infierno para reclamarla de nuevo. Pero Kelyra ha olvidado todo. Y el mundo al que pertenece está lleno de sombras, secretos y peligros que podrían volver a separarlos para siempre. ¿Puede un amor condenado renacer una vez más? ¿Y qué sucederá cuando Kelyra recuerde quién es él… y quién es ella en realidad?
Leer másKELYRA
Desde que tengo memoria, he soñado con él.
Siempre está ahí, en el límite entre el sueño y la pesadilla. Un hombre de irreales ojos dorados, con voz grave y dominante al mismo tiempo, que pronuncia mi nombre como si fuera una oración o una condena.
—Kelyra… —susurra cada noche—. Ya casi estás lista para mí.
Y entonces despierto, empapada en sudor, con el corazón golpeando como un tambor roto, y la misma sensación ardiente en la muñeca izquierda. No hay explicación médica. Ninguna lógica.
Solo una marca.
Una especie de símbolo antiguo, como si hubieran quemado en mi piel un sello que no me pertenece. Una media luna invertida rodeada de runas que ningún libro ha sabido descifrar. Lo curioso es que aparece solo en las madrugadas. Es invisible durante el día… pero en las madrugadas, justo a las 3:33, brilla en rojo como si acabara de ser grabada a fuego.
He intentado ignorarlo. Fingir que todo es fruto del estrés, de mi imaginación o de esa eterna sensación de no encajar en este mundo. Pero hoy, algo ha cambiado. Hoy cumplí veintiún años. Y cuando abrí los ojos esta mañana, no estaba en mi cama. Estaba en el suelo. Rodeada de cenizas. Mis sábanas intactas. Mi ventana cerrada. Pero el cuaderno en el que escribo mis sueños para no olvidarlos… estaba completamente carbonizado.
Otra vez.
Trabajo en una biblioteca antigua, en el centro de la ciudad. No por vocación, sino porque allí encuentro una paz que en ninguna parte del mundo he logrado alcanzar. Rodeada de libros viejos, me siento menos sola. Como si alguien me observara con ternura desde otro plano.
Mi jefa, la señora Arleth, es una mujer excéntrica, de cabello blanco y gafas enormes. Dice que tengo “energía vieja”, lo cual no sé si es un cumplido o una forma elegante de llamarme rara.
—Hay cajas nuevas en el archivo subterráneo, Key —me dijo esta mañana. Key era el diminutivo que las personas cercanas a mí utilizaban, y no me molestaba—. Nadie las ha tocado en décadas. Te vendrá bien distraerte con algo polvoriento.
No discutí.
Las escaleras de piedra que llevan al archivo bajo la biblioteca siempre me han producido una especie de vértigo. Como si en vez de descender, estuviera atravesando una membrana invisible. Un umbral. Allí abajo, el aire es denso, y huele a humedad, a madera vieja… y a algo que no sé nombrar.
Las cajas estaban apiladas como ataúdes sin nombre. Algunas cubiertas de polvo, otras selladas con cuerdas corroídas. Me detuve frente a una que parecía casi palpitante. El candado que la sellaba se abrió con solo tocarlo. No giré la llave. No ejercí fuerza. Se abrió solo.
Dentro, envuelto en trapos deteriorados, descansaba un libro.
Lo supe antes de verlo. Mi muñeca ardió, como si la marca hubiese reconocido al objeto antes que yo. Un fuego interior subió por mi brazo, no doloroso, pero sí urgente. El cuero era negro, opaco, marcado en el centro con una media luna invertida rodeada por las mismas runas de mi piel. No tenía título. Ni autor. Solo… la sensación de que me esperaba.
Lo tomé entre mis manos. El peso era extraño, como si contuviera algo más que páginas. Como si al abrirlo, algo pudiera romperse en el aire.
La primera página estaba en blanco. La segunda, también. Pero en la tercera, una frase emergía como si hubiera sido escrita hacía apenas segundos:
“Cuando estés lista, me recordarás.”
Y debajo, una firma. Un nombre que no reconocí.
Pero al leerlo, algo en mi pecho se contrajo. El aire pareció espesarse. El mundo se detuvo. La tinta aún brillaba en rojo. No entendí por qué, pero ese nombre tenía un peso que me dejó sin aliento. Como si alguna parte enterrada en mí… ya lo conociera. Entonces, el archivo crujió. Me giré. Estaba sola. Pero no me sentía sola.
Volví a subir con el libro en brazos. No pedí permiso para llevármelo. La señora Arleth no dijo nada. Solo me observó… como si ya supiera. Como si todo esto estuviera ocurriendo una vez màs.
Esa noche, dormí con el libro bajo la almohada. Y volví a soñar con él. Pero esta vez, no se sintió como un sueño.
Estábamos en un lugar que no conocía, pero que me resultaba inquietantemente familiar: mármol blanco cubierto de sangre, rosas negras cayendo desde el cielo, y él.
Él. Alto, de cabello blanco, ojos dorados como el sol al morir… con alas. Alas inmensas, quemadas, como las de un ángel que cayó del cielo y arrastró el infierno consigo.
—Kelyra —dijo—. Al fin.
—¿Quién eres? —pregunté, aunque intuía que algo dentro de mi ya lo sabía.
—Soy quien te ha amado más allá de todas tus muertes. Soy quien esperó cada reencarnación, cada forma tuya. Soy quien desobedeció al cielo… solo para poder tocarte otra vez.
Quise correr, gritar, despertar. Pero él me tocó la mejilla con la punta de sus dedos, y fue como recibir una descarga eléctrica como si mi alma entera lo reconociera.
—Tú me perteneces —dijo con su voz ronca, autoritaria, con violencia, como una certeza ancestral—. Y esta vez… no dejaré que nadie nos separe.
Desperté temblando y con lágrimas en los ojos. Y con el nombre que había visto en el libro… ahora grabado en mi cuaderno. Escrito con tinta roja. Aunque no recordaba haberlo escrito.
El libro ya no estaba. Ni en mi mochila, ni en mi habitación.
Pero la marca en mi muñeca seguía ardiendo. Y en el espejo, juraría que por un segundo… mis ojos brillaron en tono dorado, como si algo en mi interior estuviera a punto de despertar.
¿Qué soy yo para él? ¿Una promesa? ¿Una maldición? ¿Un alma que vuelve una y otra vez, solo para ser suya?. Y ¿Qué es él para mi?
Lo único que sospecho… es que esta historia no comenzó en esta vida. Y tampoco terminará aquí. Lo peor es que no se si estoy preparada para las respuestas que con tanta insistencia me empeño en encontrar.
KELYRANo supe en qué momento mi pecho dejó de doler y empezó a arder.Lucien seguía ahí, estático, contemplando el charco oscuro del cáliz derramado como si contemplara los restos de su esperanza. Pero yo no podía mirarlo más. Me dolía. Me dolía tanto que me faltaba el aire. Que mis huesos crujían bajo la presión de algo que no entendía. Algo que bullía… dentro de mí.No era ira. Era traición. Era el quebranto más antiguo, el grito de algo sellado mucho antes de que yo tuviera memoria. Me alejé un paso, luego otro. La sala se volvió más fría. El aire, más denso.—¿Eso era todo? —escupí, con voz temblorosa—. ¿Todo lo que me diste, todo lo que fingiste sentir… solo para recuperar a otra?Lucien no respondió. No podía. Sus ojos dorados fuego se clavaron en mí con esa calma asesina que dolía más que mil gritos.—¿Quién soy para ti entonces? —insistí, con el alma en carne viva—. ¿Un cuerpo vacío? ¿Un ataúd para tu amor muerto?El silencio fue su única respuesta. Y fue peor que cualquier p
KELYRALucien no volvió a hablarme después de lo que sucedió en los corredores prohibidos. Pero su silencio pesaba más que cualquier grito. En el castillo, todo ardía con una nueva tensión: los demonios bajaban la mirada cuando pasaba, los susurros se multiplicaban en cada sala. Y mi piel... ardía.Desde aquella noche, algo se había encendido en mí. No era solo deseo. Era como si una fuerza antigua me recorriera las venas, como si su marca me reclamara de una forma que no entendía. Esa mañana, decidí hacer algo que probablemente me costaría caro. Entré en la biblioteca prohibida. Las puertas estaban cerradas con una cadena negra, forjada en fuego demoníaco. Pero cuando posé la mano sobre ella, el metal se volvió tibio. Luego líquido. Y se deshizo entre mis dedos como si me reconociera.—¿Qué… demonios? —susurré.Dentro, el aire era más frío que en el resto del castillo. Polvo de siglos danzaba entre los estantes infinitos. Y en el centro, un pedestal. Una piedra rota. Un libro encade
LUCIENLa primera vez que esta versión de Kelyra me miró… no vi lo que esperaba.No vi la sumisión de otras vidas, esa mirada rota que se arrodillaba ante el deber impuesto por la sangre. No vi la niña que lloraba entre ruinas, ni la joven que alguna vez me suplicó entre sollozos que no se la llevaran. No vi las lágrimas, ni el miedo, ni siquiera la curiosidad. Esa vez, no hubo temblor. No hubo rastro del alma quebrada que conocí siglos atrás.Vi rabia.Vi hambre.Una chispa que no había sentido en siglos —no desde la guerra negra, no desde la última vez que su fuego se apagó entre mis brazos—. Fue como un latigazo seco contra el pecho. Como si algo muy antiguo dentro de mí, algo que creía petrificado, se hubiese quebrado con el peso de su mirada.Hay fuego en ella.Una llama salvaje que ni el infierno podría apagar. Lo noté en la forma en que sus pupilas se clavaron en mí con desprecio. En cómo sus labios se fruncieron con la furia contenida de quien ha sido arrancada del mundo que l
KELYRALas puertas prohibidas no estaban cerradas con llave.Eso fue lo primero que pensé cuando, en mitad de la noche, encontré aquel pasillo lateral sin guardias, sin fuego mágico, sin advertencias escritas en sangre. Solo piedra antigua, aire helado y un silencio tan espeso que dolía respirarlo. Como si el castillo me estuviera dando permiso. O desafiándome.Había dicho que me marcharía. Que huiría. Y lo intentaría.Caminé con paso sigiloso, envuelta en una capa que robé del guardarropa de Lucien. El tejido aún olía a él, lo cual me irritaba más de lo que debería. Bajé escaleras ocultas, crucé galerías donde los espejos susurraban nombres que no quería oír. Y finalmente llegué a una sala subterránea, en ruinas, donde el mármol se mezclaba con oscuridad viva.Y allí estaba él.No Lucien.Otro.Un hombre alto, de piel de bronce bruñido, torso desnudo, alas de obsidiana que parecían latir con vida propia. Ojos como carbones encendidos. Una sonrisa que mentía mejor que cualquier palabr
KELYRA Las puertas se cerraron detrás de él con un susurro que pareció arrancado de otro tiempo. Y yo... no podía moverme.Me quedé inmóvil, clavada al suelo, como si el beso que había marcado mi boca fuera una especie de sortilegio. Aún sentía sus labios sobre los míos. Aún sentía su aliento, su calor, su voz cuando me susurró que un día suplicaría por él. Y lo peor era que no sabía si lo odiaba por eso... o si lo deseaba.El cuarto olía a él. A fuego y a sombras, a cuero empapado de lluvia, a un perfume de resina antigua que se colaba por mis sentidos como un veneno dulce. El aire tenía la densidad de una tormenta a punto de estallar, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. Como si el castillo entero esperara mi siguiente paso.Mi corazón golpeaba con violencia. Cada latido era un latigazo contra mis costillas. El eco de su gemido, ese sonido gutural que le había arrancado mi caricia, me recorría el cuerpo como una memoria indecente. Había algo salvaje en mí que habí
KELYRAEl castillo había cambiado.Las paredes, antes frías y pulidas como vidrio antiguo, ahora parecían respirar oscuridad. Una niebla sin forma se arrastraba por los corredores, cargada de un eco que no pertenecía a este tiempo. Era como si la piedra llevara impresa una rabia antigua. Como si el lugar entero hubiese sentido algo... romperse.Y yo también lo sentía.Una presión invisible me apretaba el pecho. No era miedo. Era ese tipo de presentimiento que te despierta en medio de la noche, sin saber por qué. Como si una parte olvidada de tu alma supiera que alguien, en algún rincón del mundo, acababa de derrumbarse.Mis pasos me guiaron sin razón. O tal vez sí: la marca en mi muñeca ardía. Palpitaba. Llamándome. No con palabras, sino con fuego.Fuego por él. Lucien.La puerta estaba entreabierta. Nunca había estado en esa sala. Oscura, enorme, silenciosa. Las antorchas chispeaban con una luz violácea que lanzaba sombras vivas sobre las paredes. El aire sabía a hierro, a magia, a t
Último capítulo