KELYRA
Las puertas se cerraron detrás de él con un susurro que pareció arrancado de otro tiempo. Y yo... no podía moverme.
Me quedé inmóvil, clavada al suelo, como si el beso que había marcado mi boca fuera una especie de sortilegio. Aún sentía sus labios sobre los míos. Aún sentía su aliento, su calor, su voz cuando me susurró que un día suplicaría por él. Y lo peor era que no sabía si lo odiaba por eso... o si lo deseaba.
El cuarto olía a él. A fuego y a sombras, a cuero empapado de lluvia, a un perfume de resina antigua que se colaba por mis sentidos como un veneno dulce. El aire tenía la densidad de una tormenta a punto de estallar, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. Como si el castillo entero esperara mi siguiente paso.
Mi corazón golpeaba con violencia. Cada latido era un latigazo contra mis costillas. El eco de su gemido, ese sonido gutural que le había arrancado mi caricia, me recorría el cuerpo como una memoria indecente. Había algo salvaje en mí que habí