Inicio / Romance / LA PROMETIDA DEL DEMONIO INMORTAL / Capítulo 6: El beso que quema
Capítulo 6: El beso que quema

KELYRA

Las paredes aún respiraban fuego.

Mis rodillas estaban marcadas por la piedra caliente, la marca en mi muñeca ardía como una estrella encadenada, y mis ojos… Mis ojos ya no eran míos. Brillaban en tonos violáceos y dorados, como si mi alma se estuviera tiñendo desde dentro.

El guardián había desaparecido entre cenizas. O tal vez simplemente se había fundido con las sombras. Yo no sabía quién era.

Y, sin embargo, Lucien sí.

Él apareció en el umbral de la sala rota como si hubiese estado esperándome desde el inicio de los tiempos. Como si supiera que este momento —mi incendio, mi crisis, mi despertar— era inevitable.

Vestía de negro. Como siempre. Pero esa vez, había algo distinto en él Tenía los ojos encendidos. La boca tensa. Las alas extendidas. Y su poder… Su poder llenó la habitación antes de que dijera una sola palabra.

—Te estás rompiendo —dijo con esa voz suya, de piedra y tormenta.

—No. Me estoy descubriendo —susurré, sintiéndome al borde de algo inmenso.

Lucien caminó hacia mí, atravesando los restos del fuego como si no lo tocara. Como si no le temiera. O peor: como si me desafiara a quemarlo.

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunté—. ¿Por qué no me dijiste lo que soy?

Él se inclinó hacia mí, con los ojos clavados en mi alma.

—Porque una parte de ti tenía que elegirme. No por destino. No por el pacto. Sino por deseo.

Sus palabras me atraparon. Pero era su cercanía lo que me devoraba. Cada centímetro que acortaba entre nosotros hacía que mi sangre vibrara con más fuerza. Como si mi cuerpo reconociera el suyo antes que mi mente. Como si mi alma, partida por siglos, supiera que él era la pieza perdida.

—¿Y si no te elijo? —le dije, aunque incluso al pronunciarlo… me temblaban las piernas.

Lucien alzó una ceja. Su rostro era bello como el pecado, pero ya no intentaba ocultar la oscuridad detrás. No ahora. No conmigo. Sus pupilas eran llamas. Sus labios, un peligro.

—Entonces arderemos juntos —dijo Lucien, con esa voz suya que parecía una orden del destino—. Pero jamás te dejaré ir.

No esperó mi respuesta. Se lanzó sobre mí como una tormenta.

Su mano sujetó mi rostro, firme, helada, como si el universo entero se hubiera contraído entre nosotros. Y sus labios se estrellaron contra los míos con una violencia desesperada. No fue un beso. Fue una invasión.

Mi cuerpo se tensó. No por sorpresa, sino por ira. Y sin pensarlo… lo abofeteé. Con fuerza. El sonido seco de la palmada cortó el aire como una grieta en el silencio.

Lucien retrocedió apenas un paso. Me miró. Y sonrió. No una sonrisa dulce. No una sonrisa humana.

—Ahí estás —murmuró con una mezcla de humor y orgullo—. La mía.

Y entonces, con una lentitud casi reverente, levantó la mano y me quitó las gafas.

Lo hizo sin violencia, como si conociera su peso simbólico. Sus dedos rozaron mis sienes, y por un segundo, me sentí desnuda. Vulnerable. Pero no por lo físico, sino porque las gafas siempre fueron mi escudo. Mi barrera contra el mundo.

—En otras vidas —dijo él, mirándome a los ojos desnudos—, nunca las necesitaste para verme. Siempre me viste tal como soy. Aunque el mundo intentara cegarte.

No me dio tiempo a responder. Me volvió a besar.

Esta vez, yo ya no estaba paralizada. Esta vez, respondí con fuego.

Literalmente.

La energía brotó de mi interior como un latigazo. El calor salió disparado desde mis palmas en una llamarada violácea que lo golpeó de lleno. El impacto lo arrojó contra el muro. Una columna entera se resquebrajó detrás de él.

—¡No soy tuya! —grité, jadeando, con la mano aún ardiendo—. ¡No me beses como si lo fuera!

Lucien se incorporó lentamente, con el cabello blanco sobre los ojos y el torso manchado de cenizas. Su abrigo estaba quemado en un costado. La piel de su cuello, agrietada por el fuego.

Pero…

Se curó.

Ante mis ojos. La piel regenerándose. La sangre desapareciendo. Como si nada.

—¿Crees que ese fuego me asusta? —preguntó, con voz grave, la mandíbula apretada—. Yo soy el fuego. Yo dejaría de existir por él. Y por ti.

Sus ojos brillaron. Oro líquido y oscuridad. Y entonces me atrapó otra vez. Con una fuerza feroz. Sus manos tomaron mis muñecas, sintiendo la energía que aún chispeaba en mi piel, y me besó con todo lo que era: su hambre, su dolor, su deseo, su rabia, su amor maldito.

—¡Déjame! —grité contra su boca.

—No —murmuró sobre mis labios con la respiración agitada—. No hasta que recuerdes. No hasta que ardas por mí como yo por ti.

Quise resistirme. Lo juro. Pero sus labios, ¡Dioses! eran el recuerdo de mil vidas. Y ese beso… ese beso era fuego mezclado con pecado. Con castigo. Con perdón. Con deseo. Con muerte.

Al principio, mi cuerpo se negó. Cada fibra tensándose, cada músculo rebelándose. Pero su boca era un conjuro. Y sus manos, una jaula. Y cuando me besó por tercera vez… algo dentro de mí se rompió. Y algo más despertó.

Lo besé de vuelta. No porque me venciera. Sino porque… yo también lo necesitaba.

No fue dulzura lo que compartimos. Fue deseo. Fue antiguo. Salvaje. Ardiente. Un beso con sabor a ruina y eternidad.

Cuando nos separamos, su frente descansó en la mía. Ambos respirábamos como si hubiéramos cruzado una batalla.

—Cada vez que mueres, olvidas lo que significa tocarme —susurró, con la voz quebrada—. Y cada vez que vuelves… tengo que arrancarte el olvido con mis labios.

Mis ojos aún brillaban. Mis manos temblaban.

—¿Cuántas veces… me has obligado a recordarte así?

—No las suficientes —respondió, y por primera vez, pareció dolerle decirlo.

El silencio entre nosotros no era paz. Era… contención. Deseo aún vivo. Furia aún hirviendo.

—Algo dentro de mí te odia —confesé.

—Y algo dentro de mí… lo ama —dijo él—. Y no me importa cuál gane. Te quiero entera. Luz y sombra. Rabia y deseo. Humana o no.

Mis labios aún ardían. La marca en mi muñeca no era solo un símbolo: era una estrella encendida, un sol personal grabado en la carne. Palpitaba con cada latido como si llevara el eco de su nombre… aunque aún me negara a pronunciarlo.

Y en lo más profundo de mí, lo supe. Ese no sería el último beso que me rompería. Ni el último al que intentaría sobrevivir. Porque algo dentro de mí quería resistirse. Y algo más… quería ceder.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP