KELYRA
No dormí. Otra vez. Pero esta vez no fue por miedo… sino por algo más oscuro. Algo más antiguo.
Las paredes de cristal parecían latir con un pulso que no pertenecía a este mundo. Como si aquella torre —alta, gélida, atrapada en la frontera entre los reinos— no fuera solo una prisión, sino un ser vivo que respiraba conmigo… o contra mí.
El aire estaba cargado de electricidad. Las sombras se movían cuando no miraba. Y el silencio ya no era silencio. Era susurro.
Primero fue una frase. Un eco leve, como el roce de una pluma contra la nuca.
—Despierta…
Me congelé. Volteé en redondo, pero no había nadie. Solo mi reflejo deformado en los cristales oscuros, multiplicado hasta el infinito. Mis ojos brillaban en tonos extraños otra vez: violeta, con vetas doradas. Los ojos de una criatura que aún no sabía lo que era.
Volví a escucharla. Esa voz.
—Despierta, Kelyra. No eres lo que te dijeron.
Tragué saliva. Me abracé a mí misma, como si eso fuera suficiente para detener el temblor. No er