LUCIEN
La primera vez que esta versión de Kelyra me miró… no vi lo que esperaba.
No vi la sumisión de otras vidas, esa mirada rota que se arrodillaba ante el deber impuesto por la sangre. No vi la niña que lloraba entre ruinas, ni la joven que alguna vez me suplicó entre sollozos que no se la llevaran. No vi las lágrimas, ni el miedo, ni siquiera la curiosidad. Esa vez, no hubo temblor. No hubo rastro del alma quebrada que conocí siglos atrás.
Vi rabia.
Vi hambre.
Una chispa que no había sentido en siglos —no desde la guerra negra, no desde la última vez que su fuego se apagó entre mis brazos—. Fue como un latigazo seco contra el pecho. Como si algo muy antiguo dentro de mí, algo que creía petrificado, se hubiese quebrado con el peso de su mirada.
Hay fuego en ella.
Una llama salvaje que ni el infierno podría apagar. Lo noté en la forma en que sus pupilas se clavaron en mí con desprecio. En cómo sus labios se fruncieron con la furia contenida de quien ha sido arrancada del mundo que l