Mundo ficciónIniciar sesiónCatalina Fuentes creyó que había escapado del infierno. Tras huir de su exesposo golpeador, solo deseaba comenzar una nueva vida junto a su pequeña Sophie, lejos del dolor y del miedo. Pero la paz que tanto anhelaba se derrumba cuando conoce a Larry Green y a su hijo Viktor. Larry parece un hombre noble, alguien en quien por fin puede confiar... hasta que las apariencias se rompen. Enfermo y obsesionado con ella, Larry la manipula emocionalmente y la obliga a aceptar un matrimonio que no desea. Peor aún, amenaza con contactar a Dominic —su violento exmarido— para arrebatarle a su hija si se niega. Ahora Catalina se encuentra atrapada entre la desesperación y el amor prohibido. Porque al casarse con Larry… se convertirá en la madrastra del hombre que ama: Viktor, el mismo que lleva más de cuatro años amándola en silencio, dispuesto a desafiarlo todo —incluso a su propio padre— por ella.
Leer másPov Catalina
Renacer no es tan fácil como muchos lo hacen parecer. Después de haber luchado incontables veces, las fuerzas se agotan… y llega un punto en el que sientes que ya nada tiene sentido.
Recibí mi título como doctora en 2014. Un años después, decidí mudarme a Nueva York junto a mi pareja de ese entonces, Fernando García, a quien había conocido, cuando estaba en la universidad.
Desde la primera vez que me vio, Dominic supo que sería una presa fácil para él. No le tomó mucho tiempo conquistarme. Durante el noviazgo se mostró como un hombre dulce, atento y comprensivo. Su actuación fue tan convincente, que jamás imaginé el oscuro plan que escondía detrás de esa sonrisa perfecta. Lo que realmente quería era encerrarme… tenerme completamente a su merced.
Cuando me propuso irnos a vivir a Nueva York, dudé. Tenía miedo. Pero él, con su habilidad para manipular, terminó convenciéndome. Yo creí que empezar una nueva vida junto al hombre que amaba sería mi salvación. No sabía que estaba a punto de entrar en el peor calvario de mi vida.
Con el paso de los meses, el mostró su verdadero rostro: manipulador, celoso y violento. En un país completamente desconocido para mí, busqué ayuda en Augusto García, su padre, quien nos había conseguido todos los papales necesarios para entrar como ciudadanos legales a Estados Unidos. Pero en lugar de ayudarme, Augusto me despreció.
Recuerdo perfectamente esa tarde. El cielo estaba gris, como si supiera lo que iba a ocurrir. Llame a Augusto con la esperanza de encontrar un poco de consuelo, o al menos comprensión. Había pasado otra noche sin dormir, con los brazos llenos de moretones que intentaba cubrir.
—¿Catalina? —dijo al reconocer mi voz, con ese tono que usaba cuando algo le incomodaba—. ¿Por qué molestas tan temprano?
—Necesito hablar con usted, señor García. Es sobre Fernando.
Pude sentir como suspiro con fastidio.
—No sé cómo decir esto… —balbuceé, sintiendo que las palabras se me quebraban—. Fernando… él no está bien. Me grita, me insulta, a veces… —me detuve antes de decirlo—. A veces me hace daño. No sé qué hacer. Yo solo quiero entender por qué…
—Mira, Catalina —dijo—. Las mujeres como tú siempre creen que pueden cambiar a un hombre. Pero dime, ¿qué esperabas? Te metiste con alguien que está muy por encima de ti.
—No entiendo… yo lo amo, solo quiero que pare, que me escuche…
—¿Amor? —rio con una amargura seca—. No hables de amor cuando lo que hiciste fue aprovecharte de su debilidad. Una muchacha sin apellido, sin clase, creyendo que puede pertenecer a esta familia.
Sentí un nudo en la garganta.
—Yo no me aproveché de nadie. He trabajado duro, estudié, me gané mi lugar— respondí, aunque mi voz temblaba.
—Tu lugar, Catalina, está donde te dejen estar. Y si mi hijo te eligió, es su problema. Pero no esperes que yo te proteja de las consecuencias. Una mujer provocadora siempre encuentra su propio castigo.
Las palabras me atravesaron como cuchillas. No supe qué responder. Solo sentí que algo dentro de mí se apagaba lentamente.
Al terminar ella llamada, comprendí que estaba completamente sola. Cargar con la vergüenza de ser una mujer profesional, con la capacidad de abrirme paso y, aun así, estar atrapada en una relación tan destructiva, me destrozaba. No quería mostrar mi fragilidad. No quería dar pie a que la sociedad me juzgara. Así que decidí resistir. Callar. Soportar.
Pero no solo fueron los golpes ni las humillaciones. En manos de Dominic, volví a ser víctima de abuso sexual… tal como me ocurrió cuando tenía trece años.
Mi autoestima estaba hecha pedazos, y terminé normalizando todo. Aguanté más de dos años de maltratos, pensando que no merecía algo mejor. Hasta que, como consecuencia de tantas agresiones, quedé embarazada.
En 2017 nació mi hija Sophie, y fue ella quien me dio el valor para decir basta. Estando en el hospital, lo denuncié. Pero, gracias a las influencias de su padre, Dominic quedó en libertad y desapareció de nuestras vidas.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí una sensación de libertad. Decidí empezar de nuevo, solo con mi hija en brazos. Una trabajadora social del hospital me ayudó a contactar con una fundación para mujeres maltratadas. Permanecí allí nueve meses, recibiendo terapia y reconstruyendo poco a poco los pedazos de mi vida.
Cuando por fin me sentí lista, me mudé a un pequeño vecindario en Manhattan. Los primeros meses no fueron fáciles. No encontraba trabajo, y la ayuda económica que me había dado la fundación se estaba acabando. Hubo días en los que me sentí completamente derrotada, pero bastaba mirar a Sophie para recordar que tenía una razón para seguir adelante.
Seguí buscando empleo por todos los medios, hasta que, tiempo después y —gracias a la intervención de Ágata Walker, directora de la fundación—, fui contratada en el hospital Monson Center, por Larry Green director general.
Han pasado ocho años desde que llegué al Monson Center, y aún recuerdo el miedo con el que crucé esas puertas por primera vez. Hoy soy la jefa del área de urgencias, una posición que me gané con esfuerzo, noches sin dormir y una voluntad que solo una madre desesperada puede tener.
Hoy es el cumpleaños de Sophie. Así que me levante temprano para sorprenderla.
—¡Mamá, no mires! —me grita desde la sala, intentando cubrir el pastel con sus pequeñas manos.
—Pero si tú eres la cumpleañera —le respondo sonriendo—. Yo debería ser quien te sorprenda, no al revés.
Ella suelta una risa traviesa, esa que siempre consigue ablandarme el corazón. Me acerco despacio, fingiendo no ver nada, mientras acomodo los globos que colgué anoche. La cocina huele a chocolate y a esperanza. Hice su pastel favorita —bizcocho de tres chocolates con trocitos de fresa—, aunque me tardé más de la cuenta. No soy buena cocinera, pero ella dice que mis pasteles “saben a amor”, y eso basta.
Recuerdo las noches en que dormía abrazando mi vientre, con miedo, pensando que mi hija nacería en medio de la oscuridad. Pero ella llegó con luz. Con su primer llanto, me devolvió el aire. Sophie fue la razón por la que me atreví a denunciar, por la que decidí no seguir callando.
—Mami, ¿puedo poner las velas yo? —me pregunta de pronto, sacándome de mis pensamientos.
—Claro, princesa. Pero ten cuidado, ¿sí?
La miro con ternura mientras acomoda las velitas rosadas en el pastel. Sus manitas tiemblan un poco, pero su sonrisa ilumina todo el lugar. Cada gesto suyo me recuerda que la vida, pese a todo, puede ser hermosa.
Enciendo las luces del salón y preparo mi celular para grabar el momento. La música de fondo —una canción infantil que ella adora— suena bajito, y el eco de su risa me llena el alma.
—¡Feliz cumpleaños, mi amor! —le digo mientras comienzo a aplaudir.
Sophie cierra los ojos, junta las manos y sopla las velas.
—¿Qué pediste? —le pregunto con curiosidad.
—Un deseo secreto —responde con una sonrisa pícara—. Pero te doy una pista: tiene que ver contigo.
Y ahí, frente a esa niña que nació en medio de la tormenta, siento que todo valió la pena. Las cicatrices siguen ahí, invisibles a veces, latentes otras. Pero ya no me duelen igual. Han pasado ocho años desde que entré al hospital Monson Center con miedo y temblor. Hoy, soy la jefa del área de urgencias. He salvado vidas, pero ninguna tan importante como la mía y la de Sophie.
Ella corre hacia mí, se lanza a mis brazos y me envuelve con su abrazo cálido.
—Te amo, mamá —susurra con su vocecita dulce.
—Y yo a ti, mi cielo. Más de lo que imaginas.
La beso en la frente y cierro los ojos. Por un instante, todo el ruido del pasado desaparece. Ya no hay gritos, ni miedo, ni dolor. Solo ella y yo. Dos sobrevivientes celebrando la vida.
—¿Sabes, Sophie? —le digo mientras le sirvo un pedazo de pastel—. Cuando naciste, creí que había vuelto a nacer contigo. Y no me equivoqué. Tú eres mi renacer.
Ella ríe, con el rostro manchado de chocolate, y me abraza de nuevo.
—Bueno amor, es hora de arreglarnos —le digo—. Te prometo que este fin de semana, te llevare de paseo.
—¡Yupi! —exclamó ella con emoción.
Ambas nos duchamos. Y cuando estuvimos listas salimos, deje a mi hija como siempre en la puerta del colegio. subí a mi auto, y conduje hasta llegar al hospital, al entrar quise saludar a Blanca llevamos más de tres años siendo amigas. Pero me fue imposible hablar con ella. Poque de inmediato fui llamada por Larry.
Lo encontré sentado frente a su enorme escritorio de roble, con la mirada perdida y un sobre en la mano. No era el mismo hombre fuerte, enérgico y autoritario de siempre. Su rostro se veía pálido, los ojos hundidos, y la voz… temblaba.
—Siéntate, Catalina —me dijo con un tono tan grave que me erizó la piel.
Obedecí, intentando descifrar lo que ocurría.
—¿Todo bien, señor Green? —pregunté, rompiendo el silencio.
Él soltó un suspiro largo, apoyó los codos sobre el escritorio y se frotó el rostro con cansancio.
—No. No, Catalina… no está bien. Me han diagnosticado un cáncer terminal. Dicen que no hay nada que hacer. —Su voz se quebró al pronunciarlo.
Por un momento no supe qué decir. Larry siempre había sido una figura firme, casi invencible. Escuchar eso fue como ver desmoronarse una montaña.
—Lo siento mucho —murmuré sinceramente, con un nudo en la garganta.
—Gracias… —asintió débilmente—. Pero no te llamé solo para eso. Necesito pedirte algo. Algo importante.
Tragué saliva, nerviosa. Su tono me inquietó.
—Lo que necesite, sabe que puede contar conmigo.
Él me miró fijamente, con esa mirada penetrante que usaba cuando estaba a punto de decir algo que cambiaría las reglas del juego.
—He tomado una decisión, Catalina. Viktor, mi hijo no está listo para asumir nada. Ese muchacho solo piensa en fiestas, mujeres y dinero. Si muero ahora, todo lo que construí quedará en sus manos… y se irá a la ruina.
—Larry, eso no tiene nada que ver conmigo… —empecé a decir, nerviosa.
—Sí tiene. —Su mirada se clavó en la mía—. Quiero que te cases conmigo.
El aire se me escapó del pecho.
—¿Qué… qué está diciendo?
—Lo que oíste. Necesito a alguien que cuide de mi apellido, de mis empresas y, sobre todo, de Viktor. Eres la única persona en la que confío.
—No puedo aceptar eso. Sería…
—Escúchame bien, Catalina —me interrumpió, con una dureza que no le conocía—. No te estoy dando una opción.
Mi corazón empezó a latir estrepitosamente.
—Larry, yo lo respeto, le tengo aprecio, pero casarme con usted… eso no tiene sentido.
Él se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio. Su mirada se volvió fría.
—Entonces tendré que decirle a Dominic dónde estás.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.
—¿Qué? —murmuré, apenas respirando—. ¿Cómo es que sabe sobre él? Yo…
—Para mí no hay recursos, antes de contratarte la directora me contó todo sobre ti. Sabes que tengo los medios para encontrarlo. Y si lo hago, vendrá por ti… y por Sophie. ¿Eso quieres?
El silencio se volvió insoportable. Las lágrimas comenzaron a picarme los ojos, pero me obligué a mantenerme firme.
—¿Por qué me hace esto? —pregunté con la voz quebrada.
—Porque eres la única que puede mantener esto en pie cuando yo me vaya —respondió con una mezcla de desesperación y autoridad—. No quiero dejarlo todo en manos de un idiota, ni permitir que mi legado desaparezca.
Aparté la mirada, intentando procesar sus palabras. No podía creer lo que escuchaba. Larry, el hombre que me dio una oportunidad, me estaba chantajeando con lo más sagrado que tenía: mi hija.
—Piénsalo bien, Catalina. No tienes mucho tiempo —añadió con voz baja—. Yo tampoco.
Me levanté despacio, con el corazón hecho pedazos. Antes de salir, me giré hacia él.
—No sé qué clase de persona se ha convertido, Larry… pero le aseguro que no voy a permitir que nadie vuelva a controlar mi vida.
Cerré la puerta con fuerza, sabiendo que ese día… mi mundo volvía a tambalearse.
En ese instante, comprendí que el infierno no siempre tiene forma de puños o gritos… a veces viene disfrazado de promesas y chantajes.
Pov CatalinaNo soporté quedarme un minuto más en casa.Después del enfrentamiento con Viktor, necesitaba respuestas. No podía permitir que todo se saliera de control, no otra vez.Conduje hasta el hospital con las manos temblando sobre el volante, intentando calmar la furia y el miedo que me devoraban por dentro.Larry Green había cruzado una línea… y yo no estaba dispuesta a quedarme callada.Cuando llegué, subí directo a su oficina. La secretaria intentó detenerme, pero ni siquiera la escuché. Abrí la puerta de golpe, sin anunciarme.Larry estaba de pie junto a la ventana, mirando la ciudad. Tenía el teléfono en una mano y una copa en la otra.—Tenemos que hablar —dije con voz firme.Se giró despacio, como si hubiera estado esperándome.—Vaya, qué coincidencia —murmuró con un deje de ironía—. Justo estaba pensando en ti.—¿Le dijiste algo a Viktor? —pregunté sin rodeos.—Solo la verdad —respondió, con una tranquilidad que me enfureció—. Que te respeto, que te valoro… y que serás mi
La primera vez que la vi en el hospital, algo en mi pecho se detuvo por un segundo. Llevaba el uniforme blanco impecable, ceñido justo lo suficiente para delinear las curvas generosas de su cuerpo: caderas anchas y voluptuosas que se movían con una seguridad natural, un busto pleno que tensaba ligeramente la tela sin ser ostentoso, todo en ella gritaba feminidad sin esfuerzo. Su cabello castaño medio, largo y semi ondulado, estaba recogido en una coleta alta que dejaba al descubierto el cuello delicado y algunos mechones rebeldes que caían sobre su rostro como si se negaran a ser contenidos.Pero fueron sus ojos los que me atraparon de inmediato: marrones profundos, intensos, con esa frialdad profesional que parecía una barrera impenetrable, como si guardaran secretos que nadie tenía permiso de tocar. Y luego esos labios carnosos, llenos, que se curvaban apenas cuando hablaba con alguien, prometiendo una calidez que contrastaba con su distancia.Todos sus compañeros la miraban con adm
Esa noche no pude dormir.Por más que lo intenté, el sueño no llegaba. Cada vez que cerraba los ojos, la voz de Larry volvía a retumbar en mi cabeza: “Entonces tendré que decirle a Dominic dónde estás.”Esa amenaza me heló el alma. Pasé horas mirando el techo, abrazando la almohada como si pudiera protegerme de los fantasmas del pasado. Sophie dormía profundamente en la habitación contigua, ajena a todo, y yo solo podía pensar en la posibilidad de que Dominic reapareciera… de que cruzara esa puerta y me arrebatara otra vez todo lo que había logrado reconstruir.Me levanté varias veces, caminé por el pasillo, serví café, aunque ya era la tercera taza de la madrugada. Afuera, la ciudad seguía viva, iluminada por el ruido constante de los autos, como si el mundo no tuviera idea del miedo que me devoraba por dentro.¿Y si Larry realmente lo contactaba? ¿Y si Dominic nunca se había ido tan lejos como yo creía?El pensamiento me oprimía el pecho. Todo lo que había conseguido —mi trabajo, la
Pov Catalina Renacer no es tan fácil como muchos lo hacen parecer. Después de haber luchado incontables veces, las fuerzas se agotan… y llega un punto en el que sientes que ya nada tiene sentido.Recibí mi título como doctora en 2014. Un años después, decidí mudarme a Nueva York junto a mi pareja de ese entonces, Fernando García, a quien había conocido, cuando estaba en la universidad.Desde la primera vez que me vio, Dominic supo que sería una presa fácil para él. No le tomó mucho tiempo conquistarme. Durante el noviazgo se mostró como un hombre dulce, atento y comprensivo. Su actuación fue tan convincente, que jamás imaginé el oscuro plan que escondía detrás de esa sonrisa perfecta. Lo que realmente quería era encerrarme… tenerme completamente a su merced.Cuando me propuso irnos a vivir a Nueva York, dudé. Tenía miedo. Pero él, con su habilidad para manipular, terminó convenciéndome. Yo creí que empezar una nueva vida junto al hombre que amaba sería mi salvación. No sabía que esta





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