Inicio / Romance / LA MADRASTRA CURVY DEL PLAYBOY / EL BESO QUE ENCENDIÓ LA TORMENTA
EL BESO QUE ENCENDIÓ LA TORMENTA

Esa noche no pude dormir.

Por más que lo intenté, el sueño no llegaba. Cada vez que cerraba los ojos, la voz de Larry volvía a retumbar en mi cabeza: “Entonces tendré que decirle a Dominic dónde estás.”

Esa amenaza me heló el alma. Pasé horas mirando el techo, abrazando la almohada como si pudiera protegerme de los fantasmas del pasado. Sophie dormía profundamente en la habitación contigua, ajena a todo, y yo solo podía pensar en la posibilidad de que Dominic reapareciera… de que cruzara esa puerta y me arrebatara otra vez todo lo que había logrado reconstruir.

Me levanté varias veces, caminé por el pasillo, serví café, aunque ya era la tercera taza de la madrugada. Afuera, la ciudad seguía viva, iluminada por el ruido constante de los autos, como si el mundo no tuviera idea del miedo que me devoraba por dentro.

¿Y si Larry realmente lo contactaba? ¿Y si Dominic nunca se había ido tan lejos como yo creía?

El pensamiento me oprimía el pecho. Todo lo que había conseguido —mi trabajo, la estabilidad de Sophie, mi paz— pendía de un hilo.

Cuando por fin los primeros rayos del amanecer se filtraron por la ventana, sentí que había envejecido diez años en una sola noche. Me duché, preparé el desayuno para Sophie y la dejé en el colegio fingiendo que todo estaba bien. Pero por dentro, era un caos.

No habían pasado ni dos horas desde que regresé a casa cuando escuché el golpe seco en la puerta. Tres toques duros, impacientes.

Mi estómago se contrajo.

Por un segundo pensé que podría ser Larry… o peor. Me acerqué con cautela, el corazón golpeando con una fuerza que me resultó ajena. Pero no era Dominic. Era Viktor.

Desde el primer instante en que mis ojos se cruzaron con los suyos, algo dentro de mí se quebró y se encendió al mismo tiempo. Lo niego, incluso ahora, pero esa primera mirada me dejó sin aire. Sus ojos azules eran un abismo frío y profundo, tan hipnóticos que sentí que, si seguía observándolos un segundo más, me perdería sin remedio. Tenía el cabello negro, revuelto, con ese descuido perfecto que solo acentuaba su atractivo salvaje. Su presencia era tan intensa que el aire pareció volverse más denso a su alrededor.

Sentí una mezcla extraña de miedo y fascinación. Miedo, porque sabía que alguien así podía derrumbar mis defensas sin siquiera proponérselo. Fascinación, porque cada movimiento suyo tenía una elegancia inconsciente, una seguridad que me desarmaba. Era como si el mundo se hubiera detenido solo para permitirle entrar en mi vida, y yo no pudiera hacer otra cosa más que observarlo.

Intenté ignorar aquella sensación. Me obligué a mirar hacia otro lado, a fingir indiferencia, pero era inútil. Lo sentía cerca, incluso cuando no estaba. Su voz grave, su forma de mirarme, la manera en que sus labios parecían dibujar una sonrisa apenas contenida… todo en él era una provocación silenciosa.

En un principio quise mantener la distancia, convencerme de que era solo una atracción pasajera, un reflejo de lo prohibido. Pero Viktor siempre encontraba la forma de acercarse: una palabra dicha al oído, una mirada sostenida un segundo más de lo debido, un roce accidental que dejaba mi piel ardiendo.

Abrí con cierta duda, apenas lo vi, supe que algo andaba mal.  Se lanzó sobre mí, me arrinconó contra la pared, robándome un beso de esos que no te dejan respirar.

La puerta se cerró de golpe con un ruido sordo, como si el mundo entero hubiera dejado de existir.

Viktor no me dio tiempo a reaccionar. Sus manos, cálidas, se aferraron a mi cintura, arrastrándome hacia él con una urgencia que me dejó sin aliento. El sabor a menta de su boca se mezcló con el mío, y por un instante, todo lo demás —el miedo, las amenazas, el pasado— se desvaneció bajo el peso de su cuerpo contra el mío.

—¿Qué estás haciendo?— logré susurrar entre besos, aunque mi voz sonó más como un gemido que como una protesta. Mis dedos se enredaron en su cabello, tirando de él sin querer soltar.

—No puedo más, joder— gruñó.

En cuestión de segundos mi cuerpo desnudo quedó expuesto ante él.

—¡Detente por favor! Yo… no quiero que esto sea un error del cual te puedas arrepentir.

—Claro, ahora lo entiendo —escupió—. Como no soy mi padre, por eso me rechazas. ¡Eres una descarada, una maldita arribista!

Me quedé inmóvil.

—¿Perdón?

—¡No te hagas la inocente, Catalina! —sentencio señalándome con el dedo—. Me rechazaste durante años, fingiendo ser una santa, una mujer intocable… cuando en realidad tu objetivo siempre fue mi padre.

—¿Qué estás diciendo? —traté de mantener la calma, aunque su mirada me intimidaba.

—¡No te hagas la víctima! —gritó—. Ahora entiendo por qué te hacías la difícil. No era que no te interesara yo, es que estabas cazando un pez más grande. ¡Mi padre!

Tragué saliva. Las palabras me golpearon más de lo que esperaba.

—No tienes idea de lo que dices, Viktor.

—¿Ah, no? —rio con ironía —. ¿Crees que no sé lo que pasa en el hospital? Todos lo comentan. Que papá se ha encariñado contigo, que eres su “confidente”. Pero claro, ahora entiendo por qué. —Su voz bajó, cargada de desprecio—. Eres más lista de lo que aparentas. Te ganaste su confianza… para quedarte con todo.

Me quedé mirándolo, sorprendida por la crudeza de sus palabras. Por dentro, hervía de rabia, pero también de dolor.

—No te atrevas a hablarme así —le respondí finalmente, con firmeza—. No sabes nada de mí ni de lo que he vivido.

—Solo sé que eres igual que todas —respondió con los ojos llenos de resentimiento—. Una cazafortunas más.

—Tu padre me ofreció algo que jamás pedí —dije, respirando hondo—. No te debo explicaciones, pero créeme, lo último que quiero en mi vida es otro hombre que intente controlarme.

Por un instante, pareció dudar. Su mirada titubeó, como si no esperara esa respuesta. Pero enseguida endureció el rostro otra vez.

—Si crees que voy a permitir que te aproveches de él, estás muy equivocada. —Su voz se volvió más baja, casi un murmullo amenazante—. No permitiré que destruyas a mi familia.

Me quedé en silencio. Lo observé marcharse, con los hombros tensos y el orgullo herido, mientras una sensación amarga se instalaba en mi pecho.

Cerré la puerta lentamente, recostándome contra ella.

No sabía quién me daba más miedo en ese momento: Larry, con su chantaje… o Viktor, con su odio.

Pero lo que sí sabía era que, una vez más, el pasado estaba tocando a mi puerta.

Y esta vez… no pensaba dejar que me destruyera.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP