4: Bajo la Luz de un Depredador

Nunca pensé que esta enorme mentira me doliera físicamente.

Como si cada palabra inventada raspara mi garganta.

La puerta del club se cerró detrás de Gael Hendrix con un leve clic, un sonido tan suave que, aun así, hizo que mis rodillas temblaran. Los guardias se apartaron al instante, rígidos, casi nerviosos. Y yo… yo me quedé allí, en el umbral, incapaz de moverme.

Él caminó hacia mí sin prisa.

Era un hombre que no necesitaba apresurarse para dominar una habitación. Cada paso parecía un veredicto.

—Entra. —Lo dijo sin matices, sin compasión. Una orden lisa, dura.

Me moví por reflejo.

La luz cálida del club bañaba sus bordes: sofás de cuero oscuro, madera negra, cristales brillando como filamentos dorados. Un lugar caro. Un lugar de esos que parecen hechos para personas como él.

Gael no me quitaba los ojos de encima.

Y yo sabía que no era porque creyera mi historia.

No.

Me miraba como quien intenta descifrar algo más.

Cuando los guardias se quedaron atrás, él habló por primera vez desde que me dejó entrar.

—Vuelve a decirlo. —Su voz tenía ese filo tranquilo de alguien que está acostumbrado a ser obedecido—. ¿Quién te sigue?

Me quedé helada.

Mentir otra vez.

Improvisar otra vez.

—N-no sé… eran dos hombres… me siguieron varias cuadras… yo… yo solo quise entrar para…

—Para refugiarte —completó él, sin creer una sola palabra.

Sus ojos eran precisos, intensos. No había un atisbo de suavidad en ellos. No daba la impresión de ser un hombre violento… pero sí uno capaz de romper a cualquiera sin subir la voz.

—¿Por qué nadie entró detrás de ti, Viatrix? —preguntó Gael, ladeando la cabeza—. Si te perseguían, debieron aparecer en la puerta.

Mi pecho subió y bajó en un temblor.

—Tal vez se quedaron afuera… o se fueron… o…

Gael dio un paso más.

Quedó lo suficientemente cerca como para que su presencia me envolviera.

Su olor —madera preciosa, whisky, algo masculino y mentolado— me llenó los pulmones de golpe.

Fui consciente de mi pulso.

De cómo mis piernas buscaban huir y mis ojos… no.

—Hablas mucho —murmuró él, como quien observa una grieta expandirse—. Pero dices poco.

Me quemé por dentro.

No sabía si era miedo o la extraña reacción que mi cuerpo tenía ante su voz.

Dios… no podía ser posible que un desconocido me afectara así.

No tenía derecho. Y me hizo sentir mal conmigo misma como mujer. ¿Una voz gruesa y ronca es suficiente para debilitar mis piernas?

—¿Estás sola? —preguntó.

Asentí.

—Dime la verdad, ¿por qué llorabas?

Porque estoy mintiendo.

Porque estoy traicionando mis propios conceptos.

Porque no debería estar aquí.

Pero dije:

—Tenía miedo.

Gael no comentó nada.

Solo me estudió.

Era como si analizara mis respiraciones, mis parpadeos, el temblor de mis dedos.

Y su veredicto parecía claro:

algo en mí no encajaba.

Cuando habló otra vez, lo hizo con una calma peligrosa.

—Si mientes, lo sabré.

Mi estómago se contrajo.

Él chasqueó los dedos hacia la barra, sin apartar la vista de mí.

—Agua. —ordenó a uno de los empleados.

Luego me señaló un sillón bajo, de cuero oscuro.

—Siéntate.

No era una invitación.

Era un comando.

Y como una idiota, me senté.

Porque mi cuerpo lo hizo solo.

Porque la fuerza que irradiaba ese hombre parecía empujarme desde adentro.

Él permaneció de pie frente a mí, manos en los bolsillos del pantalón, postura impecablemente relajada… pero listo para actuar en cualquier segundo.

El vaso de agua llegó.

Gael lo tomó antes de que yo pudiera moverme.

Me lo ofreció, pero sin amabilidad.

Como si dijera: no quiero tocarte más de lo necesario.

—Bebe.

Obedecí.

El agua estaba fría, pero mis manos temblaban tanto que el cristal tintineó.

—Estás nerviosa. —No fue una pregunta.

—Me siguieron —repetí.

—No —corrigió él—. Estás nerviosa por mí.

Tragué saliva con tanta fuerza que hasta el aire me raspó.

No podía negarlo.

No podía admitirlo.

Mi silencio fue suficiente para él.

Y luego…

Uno de los guardias murmuró algo detrás de mí.

Algo como:

—Las mujeres siempre inventan dramas para llamar la atención—

Gael lo cortó sin girarse siquiera.

—Calla. —Su tono fue un cuchillo seco—. No vuelvas a abrir la boca mientras yo hablo.

El guardia tragó y quedó inmóvil.

Mi piel se erizó.

Me he topado ya con mucha gente intimidante. Gente que te hace sentir pequeño o asustado, pero como él jamás. Quizás es porque sé que me he metido en la boca del lobo, porque estoy pisando hielo fino. Pero no puedo evitar la manera en que me intimida.

Mi teléfono vibró de pronto.

El sonido fue tan fuerte en ese silencio que casi solté el vaso.

Gael bajó la mirada hacia mi mano.

Hacia el teléfono.

Hacia mi reacción instantánea: cubrir la pantalla con la palma.

No quería que viera el nombre.

No quería que viera a Damian.

—¿Quién es? —preguntó él, sin emoción.

Mi garganta se cerró.

—N-nadie.

—Otra mentira.

Mi respiración se rompió.

Me levanté de golpe, aferrando el teléfono como si fuera un arma o un salvavidas.

—Tengo que irme —dije, despacio, casi en un susurro.

Él no intentó detenerme… pero tampoco dio un paso atrás.

—Puedes irte —concedió Gael, como quien permite que un insecto cruce una mesa—. Pero escucha algo, Viatrix...

Mi nombre en su boca…

Dios.

¿Cómo podía sonar tan… definitivo?

Me quedé quieta.

Gael inclinó apenas el rostro, lo suficiente para que su sombra me cubriera.

—Si te vuelves a cruzar en mi camino mintiendo… haré que te arrepientas.

Contuve el aliento. Un escalofrío me recorrió hasta la columna.

No esperó respuesta.

No pidió explicación.

Simplemente se giró y se alejó, dueño absoluto del lugar, y de cada latido fuera de control que me dejó en el pecho.

Salí del club con la respiración desgarrada. Caminé sin mirar atrás.

Sentía la culpa clavarse en mi piel, en mis huesos, en cada palabra que no debí decir.

Era la primera vez que mentía para entrar a su vida.

Y su advertencia me dejó claro algo:

Si volvía a hacerlo…

No habría segunda oportunidad.

¿Cómo pude creer que yo lograría seducirlo? Él está en un nivel muy diferente al mío. Solo soy una camarera jugando a ser una cazadora. Y terminaré siendo la presa.

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