Mundo ficciónIniciar sesiónMi conversación con Gael no se extiende más allá, porque uno de sus familiares lo llama a acercarse a ellos. Cuando me quedo sola de nuevo, repaso mentalmente la sonrisa que practiqué frente al espejo: dulce, curiosa, ligeramente torpe…
“Inocente, Viatrix. Inocente y sin malicia.” El papel perfecto para no despertar sospechas. Pero al parecer no me está saliendo nada bien. Cuando la cena finalmente termina, Damian se ofrece a llevarme a casa, pero su mirada es tan impaciente, tan calculadora, que casi me ahoga. No tolero verlo así. —Puedo ir sola —le digo, sin ganas de escucharlo respirar un minuto más. Él me observa, pensando si discutirme o dejarlo pasar. Al final solo hace un gesto de indiferencia, como si no le importara en lo más mínimo que salga sola a la noche. Y quizá no le importa. Aunque el viejo él no permitiría que corriera esa clase de peligro. El frío de la noche se me pega a la piel cuando salgo de la mansión. Es un alivio, de algún modo. Como si el viento fuera lo único sincero que me ha tocado hoy. Respiro hondo y me alejo del palacio de mármol, velas caras y mentiras envueltas en champán. La mansión está en una zona residencial donde nadie a pie necesita taxis. Donde los autos son más caros que mi educación. Donde estar parada en la calle se siente casi ilegal. Espero diez minutos. Ningún taxi. Mis pies empiezan a protestar por los tacones, y yo por existir. Así que empiezo a caminar, apretando los dientes, alejándome de las calles de ricos hasta que la ciudad verdadera vuelve a aparecer: asfalto imperfecto, restaurantes cerrados, luces en edificios viejos. Aquí, al menos, los taxis pasan. Me apoyo en una esquina, frotándome los brazos para espantar el frío, cuando un auto oscuro se detiene delante de mí. Vidrios polarizados. Motor ronco. Algo en mi pecho se encoge. Retrocedo un paso sin pensarlo. Las puertas se abren. Dos hombres bajan tambaleándose y con el aliento tan cargado de alcohol que casi puedo sentirlo desde donde estoy. —Oye, muñeca… —dice el que viene más cerca, con una sonrisa repugnante—. ¿Cuánto cobras? Parpadeo, confundida al principio. Luego lo entiendo. Su sucia sugerencia no pasa desapercibida. Quisiera arrancarme la piel por la rabia, pero me controlo tanto como puedo. —No estoy vendiendo nada —escupo con desprecio—. Solo espero un taxi. Lárguense. El otro suelta una carcajada que me da náuseas. —Te llevamos nosotros, preciosa. Gratis… si quieres. —No. —Mi voz es hielo. El primero se acerca más. Demasiado. Huele a cerveza rancia y cigarrillos. Y antes de que pueda retroceder, me agarra del brazo. —No te hagas la difícil… Me da un tirón brusco. Intenta arrastrarme hacia el auto. Mi corazón da un salto violento. Empiezo a forcejear, pero está borracho, no muerto. Sus dedos se clavan en mi piel, su sonrisa se vuelve más salvaje. A pesar de su estado, es fuerte. —Te dije que te largues —protesto mientras intento soltarme. Pero él aprieta más y mi paciencia comienza a acabarse. De repente veo un faro iluminar la escena. Un auto viene despacio y se detiene frente a nosotros. La puerta se abre. Y Gael emerge de la sombra como si la noche fuera su aliada. Mi respiración se corta al verlo. El hombre que me agarra, ni siquiera lo nota hasta que Gael ya está a nuestro lado. Frío. Preciso. Sin una palabra innecesaria, apoya un arma en la sien de mi atacante. —Tienes tres segundos para soltarla —dice con un control que me hace temblar por dentro. El tipo, borracho y estúpido, se ríe. —Oh, vamos… ¿qué vas a…? —Gael —lo interrumpo, con el pulso acelerado—, yo me encargo. Él me mira, incrédulo. Su ceja se arquea. —¿Cómo te vas a encargar, Viatrix? Porque cada vez que apareces estás angustiada o metida en un problema. —Soy más que una chica angustiada. Y antes de que pueda procesarlo, me giro, me suelto del agarre del borracho y le estampo el codo en la mandíbula con toda mi fuerza. El crack seco resuena en la calle. El hombre cae de espaldas, casi inconsciente. El amigo da un paso hacia mí, alarmado. —¿Pero qué…? No le doy tiempo. Un puntapié directo al pecho lo lanza al suelo. Y cuando cae, me inclino sobre él, lo agarro de la camisa y le estampo otro golpe con la punta del zapato en la cara. —Levántate —le gruño—. Recoge a tu basura de amigo y lárgate antes de que decida dejarte igual que él. El tipo, tambaleándose, arrastra a su compañero. Casi se caen. Casi lloran. Suben al auto y se van dando bandazos. El silencio que queda atrás es denso. Casi peligroso. Gael se queda de pie, mirándome como si acabara de revelarle un secreto que él no sabía que necesitaba. —Interesante —dice al fin—. Definitivamente eres más dura de lo que aparentas… lo cual hace que me pregunte por qué diablos te gusta jugar a víctima. Le lanzo una mirada cortante. —Porque a los hombres como tú les impresionan las mujeres que se victimizan. Gael sonríe de medio lado. No es amable. No es bonita. Es peligrosa. —¿Quieres impresionarme, Viatrix? Mi corazón tropieza. Mi garganta se cierra. No sé qué decir. No sé si debo decir algo. Todo esto se vuelve demasiado real. Gael mira su auto y luego a mí. —Sube. Te llevaré a tu casa. No suena a petición, es una orden. Me subo. El chofer abre la puerta trasera y nos deja a los dos sentados juntos. Tan juntos que puedo sentir su presencia como un campo magnético. El auto arranca. Gael no desvía la mirada de mí, y eso me pone nerviosa. No sé por qué me comporto así, se supone que esto es una una farsa. ¿Me estoy dejando consumir tanto por mi papel? —¿No vas a preguntarme por qué tengo un arma? —pregunta al fin. —Al crecer en ciertos barrios te acostumbras a ver armas —respondo sin pensarlo—. La diferencia es que allá las usan para cosas sucias, no para defender a nadie, como tú intentaste hacer. Él ladea la cabeza, observándome. No sé si evalúa mis palabras o me evalúa a mí. Yo intento respirar normal, pero sus ojos no ayudan. Así que suelto una broma para aliviar la tensión. —¿Qué pasa? ¿Ya te impresioné, señor Gael Hendrix? Él no pestañea. —¿Y qué pasaría si dijera que sí? El aire se vuelve más pesado. Más íntimo. Más prohibido. Yo trago saliva, nerviosa. Me siento como una chica en su primera cita. Él ya no sonríe, esto dejó de ser una broma. Lo sé. Estoy jugando un juego de seducción que podría bien fracasar. En el fondo siempre deseé que fracasara, para así no tener que lidiar con las expectativas de Damian. Y sin embargo, siento que acabo de cruzar una línea invisible… una que Gael no piensa dejarme retroceder.






