6: La Mansión y el Heredero

La noche me recibe con ese tipo de viento que parece susurrar advertencias. No me detengo. No puedo. Ya estoy demasiado metida en esto para retroceder. Además, las palabras de Damian hicieron mella en mi conciencia.

La mansión Hendrix se levanta frente a mí, fría e impersonal, como un recordatorio incómodo de todo lo que estoy sacrificando… y de lo que todavía puedo arruinar.

Damian me abre la puerta en cuanto llego. No sonríe, no pregunta, no comenta: solo me toma del brazo y me aparta del resto de invitados con la precisión de alguien que está acostumbrado a ocultar problemas bajo alfombras persas.

—¿Todos saben ya de esto? —le murmuro apenas entramos a un pasillo lateral—. ¿O voy a tener que escuchar que me llamen “tu novia” delante de Gael y todo se vaya al carajo?

—Nadie dirá nada inapropiado —responde él, como si fuese un guardia, no mi… lo que sea que haya sido para mí—. Todos están advertidos sobre cómo deben referirse a ti.

Asiento, aunque lo único que siento es un nudo en el pecho.

Él me examina con atención.

—Te ves desanimada.

Trago saliva.

—No estoy bien.

—Pues disimúlalo. —Su tono es seco, casi irritado—. Hoy, más que nunca, no puedes fallar.

No tengo fuerzas para discutir. Ni ganas.

Tomo la primera copa que pasa en una bandeja y camino directo hacia la ventana más alejada del salón principal.

La familia charla en medio del lujo, repleta de joyas, vestidos brillantes y sonrisas fingidas. No debería afectarme, pero siento cómo mi mente se descuelga de todo.

Hay demasiadas cosas al borde del desastre.

Y aquí dentro, nadie me soporta. Nunca lo hicieron. Mucho menos mis suegros.

Miro el reflejo del cristal, esperando que la bebida haga al menos el favor de entumecerme un poco.

Entonces noto el movimiento de todos.

Las voces bajan.

Alguien avisa algo.

Me giro.

Gael acaba de llegar.

Camina con una seguridad que casi obliga a la habitación entera a cambiar de gravedad. Su mirada pasa por todos los presentes… hasta detenerse en mí.

Los ojos se le entrecierran apenas, como si no terminara de creer lo que ve.

Es obvio que sospecharía. Desde que llegó no ha dejado de verme en todas partes a donde va. Cualquiera pensaría que es demasiado casual para ser real.

Damian me llama en ese exacto momento.

—Ven —me ordena en voz baja—. Te presentaré con mi tío.

Genial. Justo lo que necesitaba.

Camino hacia ellos, sintiéndome como si estuviera a punto de caer en una trampa que yo misma ayudé a construir.

—Tío —dice Damian—, ella es Viatrix. Mi mejor amiga de la universidad.

Gael toma mi mano sin romper contacto visual conmigo, y me besa el dorso con una caballerosidad que me descoloca por completo.

Ni una palabra.

Ni una señal de que ya nos habíamos encontrado antes.

Nada.

Me estremece.

Nos llaman a la mesa y todos toman asiento. El ruido de cubiertos, conversaciones banales sobre inversiones, viajes y matrimonios arreglados llena la sala.

Yo apenas pruebo bocado.

Ni siquiera puedo fingir interés.

Mi cabeza está en otra parte. En demasiadas otras partes.

Cuando la cena termina, traen licor para cerrar la noche.

No necesito pensarlo dos veces.

Vuelvo a la ventana, busco el rincón más oscuro y me bebo mi copa de un solo trago. El ardor me limpia la garganta pero no la angustia.

Una sombra se acerca.

Me tenso de inmediato al sentir una presencia.

Gael.

Se queda a mi lado como si siempre hubiera tenido este lugar reservado. No habla. Solo me ofrece la copa de su licor que sostiene en la mano.

Lo miro desconcertada, sin entender su gesto.

—No bebo —dice él, con una voz que suena a pecado envuelto en control—. Y tú pareces estar buscando consuelo en el alcohol.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto, intentando que mi voz no tiemble.

—Se te nota en la mirada —responde, como si me analizara desde dentro.

Acepto la copa. Otro trago de un solo sorbo. No me ayuda, pero me da valor para soltar lo que me estaba carcomiendo.

—¿Por qué no dijiste que ya nos conocemos de antes?

Él gira un poco la cabeza hacia mí, la sombra de una sonrisa casi imperceptible.

—Porque no nos conocemos. —Su tono es firme, casi cortante—. Solo nos topamos. Conocerse es otra cosa. ¿O acaso le resulto familiar?

Un escalofrío me recorre la espalda. Extrañamente sí me resulta familiar, pero admitirlo sería muy audaz.

—Una extraña casualidad —murmuro.

—No creo en casualidades —responde.

Mi pulso salta.

Por un segundo estoy segura de que sospecha. De que sabe algo.

Pero él cambia el tema.

—¿Cómo terminaste tan apegada a esta familia como para que te inviten a una cena? —pregunta con una curiosidad que suena peligrosa.

—Apegada no —respondo enseguida, más honesta de lo que debería—. Todos aquí me detestan. Solo Damian me tiene aprecio.

—¿Desde cuándo?

—Desde la universidad. —Mantengo la mentira con la sutileza de alguien que ya no tiene margen de error—. Somos amigos… y nos llevamos bien.

Gael no dice nada.

Se queda viéndome.

Esa mirada no toca mi piel: la atraviesa. Me desnuda. Me deja sin defensas. Siento que sabe más de lo que debería. Que está deduciendo cosas. Que si sigue mirándome así voy a quebrarme.

Busco desviar la tensión, aunque es la peor idea del mundo.

—Y tú… además de ser el tío sexy… ¿a qué te dedicas?

Él suelta una risa suave, grave, como si alguien hubiera logrado sorprenderlo por primera vez en años.

Esa risa se me queda pegada al pecho.

Y Gael me sigue mirando como si acabara de convertirme en un problema que quiere resolver personalmente.

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