Mundo ficciónIniciar sesiónSalir del club fue como emerger de un túnel helado. El aire de la noche me pegó en la piel y me di cuenta de que estaba temblando. No sé si por el miedo, la tensión… o por la voz de Gael que seguía resonando en mi cabeza como una amenaza marcada a fuego.
Mi teléfono vibró otra vez antes de que pudiera siquiera respirar. Damian. Por supuesto. Respondí. —¿Dónde estabas? —escupió ni bien atendí—. Llevo minutos llamándote. Me limpié los restos de maquillaje húmedo bajo los ojos con el dorso de la mano. —Estaba… delante de Gael —murmuré agotada—. No podía contestar. Hubo un silencio corto, seguido de un suspiro de satisfacción. Puedo imaginarlo sonriendo como si él fuera el cerebro maestro de todo esto. —¿Entonces? ¿Lograste algo? Me apoyé contra la pared del edificio y cerré los ojos un segundo. —Lo único que logré fue que sospechara —admití, sin adornos—. Detectó la mentira en segundos. Me dijo que si vuelvo a cruzarme en su camino así… me cerrará la puerta encima. Damian soltó un resoplido irritado. —Dios, Viatrix, ¿tan difícil era ser un poco seductora? Solo un poco convincente. Él ya te había echado el ojo y lo estropeaste. No tenía fuerzas para discutir. No esa noche. No después de mirar a los ojos de un hombre que parecía capaz de ver a través de mi piel. —Damian… ven por mí, por favor —pedí en un hilo de voz—. Solo quiero ir a casa. He trabajado todo el día. —No puedo. Toma un taxi —respondió sin titubear. —Pero— Me colgó. Así. Sin más. Me quedé mirando la pantalla del teléfono como si fuera un chiste cruel. En otro momento habría llorado por esa indiferencia. Esa noche… solo sentí un hueco grande en el pecho, demasiado cansado para romperse de nuevo. Llamé un taxi. El trayecto fue silencioso, como si el conductor supiera que cualquier palabra podría hacerme desmoronar. Miré por la ventana, las luces de la ciudad reflejándose en mis ojos. Pensé en Damian, en su actitud. En cómo antes yo jamás habría tolerado un solo desplante así. Pero ese hombre me había salvado la vida. Y puede que suene tonto, pero durante todo un año de relación creí conocerlo… creí que era bueno, dulce, considerado. Un año que ahora empezaba a sentirse como una mentira piadosa que me conté a mí misma. Entré a mi departamento y fue como si el mundo por fin soltara mi garganta. Me descalcé sin siquiera desabrochar los zapatos, me quité el vestido con torpeza y limpié el maquillaje con manos temblorosas. Caí en la cama. Me desmayé más que dormirme. --- Desperté sin una sola gota de energía en el cuerpo. Por suerte no tenía turno ese día. Ordené un poco, sacudí con un plumero los estantes, traté de mantener la mente ocupada para no pensar ni en Gael ni en Damian ni en el desastre emocional que me estaba tragando entera. Al mediodía alguien golpeó la puerta. —Señorita Viatrix —la voz de mi casero ya me dio escalofríos antes de verlo—. Necesito hablar con usted. Abrí. Él estaba ahí, con los brazos cruzados, la expresión endurecida. —Debe dos meses de renta —soltó, sin rodeos—. No puedo tolerar un mes más. Si no paga esta semana, tendrá que desalojar. Mi corazón cayó directísimo al estómago. —Lo sé… —susurré, porque no podía negarlo—. Solo necesito unos días más. Por favor. Se lo voy a pagar. Él chasqueó la lengua, frustrado. —Tiene hasta el viernes. Cuando se fue, cerré la puerta y me dejé caer al piso, con la espalda contra la madera. Me tapé la cara con las manos. El temblor volvió. El salario del café nunca había sido generoso, pero últimamente ya no me alcanzaba ni para respirar. Había empezado a enviar dinero a mi madre después de que perdió el trabajo… ella lo necesitaba más que yo. Pero ahora yo también estaba cayendo. El alquiler. Las cuentas. La comida. Y yo aquí, sentada en el piso, sintiéndome un castillo de arena frente al mar. Como si eso fuera a solucionar mis problemas. Mi teléfono sonó. Damian. ¿Quién sino? Últimamente solo me llama él. Y ya no lo hace para saber cómo estoy ni desearme los buenos días. Me limpié las mejillas rápidamente antes de contestar, como si él pudiera verme. No quería que escuchara mi voz rota. No quería preocuparlo… aunque empezaba a dudar de si él era capaz de preocuparse por mí. —Habrá una cena familiar en casa —anunció sin saludar—. En honor al abuelo. Gael aceptó venir. A duras penas, pero vendrá. Mi sangre se heló. Sabía lo que venía. —Quiero que vengas. Arreglada. Perfecta. Tragué saliva. —Damian… no estoy de ánimo. Estoy pasando por algo complicado ahora mismo. Él respondió con una pregunta que fue como un golpe en la boca del estómago. —¿Es un problema que el dinero pueda solucionar? Me quedé callada. Porque sabía exactamente a qué se refería. Sabía que él escuchaba mi silencio como una confirmación. Su voz volvió a sonar, suave pero cargada de un filo que ya no se molestaba en ocultar: —Entonces haz esto. Hazlo bien. Y obtendrás suficiente dinero para no volver a pensar en problemas en tu vida. Y colgó. Yo quedé mirando el teléfono como si pudiera darme una explicación que Damian jamás daría. Tenía razón en algo: el dinero solucionaría todo. Pero no era así de sencillo. No era honrado. No era seguro. No era limpio. Y la mirada fría de Gael… esa forma en la que me había leído sin esfuerzo… me decía que estaba jugando con fuego, gasolina y dinamita al mismo tiempo. Suspiré. Largo. Doloroso. Me estaba hundiendo. Y lo peor era saber que cada paso que daba, lo daba yo sola. Con mis propios pies. Hacia una mentira que me estaba empezando a tragar viva.






