Mundo ficciónIniciar sesiónDormí poco y mal.
Si es que dormí. El amanecer me encontró con los ojos abiertos, mirando el techo de mi departamento como si allí pudiera encontrar una respuesta que calmara el nudo que tenía atorado en el pecho desde anoche. Cada vez que cerraba los ojos veía la cara de Damian, esa manera nueva en la que me miraba… no como a su novia, no como a alguien a quien amar o proteger. No. Me miraba como a una herramienta. Una pieza útil. Un medio. Y aun así, allí estaba yo… preparándome para ir al trabajo, intentando sostener mi mundo como si no se estuviera desmoronando. El café estaba más lleno de lo normal. El aroma a espresso, pan recién hecho y perfume de los clientes se mezclaba en un torbellino confuso. Yo me movía por costumbre, tomando órdenes, repartiendo tazas, forzando una sonrisa mientras mi mente seguía repitiendo la misma pregunta: ¿Qué estoy haciendo? A la hora de almuerzo, cuando por fin pude refugiarme detrás de la barra para respirar, mi teléfono vibró. Damian: Voy para allá. Nos vemos en 15. Sentí que algo dentro de mí se hundía un poco más. Cuando entró al café, el timbre de la puerta sonó como un disparo. Damian no saludó a nadie; solo recorrió el lugar con la mirada hasta encontrarme, y terminó señalando con la cabeza la puerta del almacén. Un sitio privado. Por supuesto. Fui detrás de él. El olor húmedo del cuarto —cajas de cartón, café molido, detergente— me pareció de repente insoportablemente real, en contraste con la mentira monstruosa que pendía sobre mi cabeza. Damian cerró la puerta. —Dime que no te arrepentiste —fue lo primero que dijo. No un saludo. No un “¿cómo estás?”. Solo eso. Tragué difícil. —No dormí —confesé con sinceridad amarga—. Pensé en todo lo que me dijiste. Y… Damian, no funcionará. Sus ojos se entrecerraron. Ese pequeño tic que revelaba que estaba perdiendo paciencia. —¿Por qué no? —Porque… —respiré, buscando palabras— ¿por qué demonios crees que él se fijaría en mí? Damian, yo sirvo café a diario. ¿Qué me hace pensar que podría… seducir a alguien como Gael? Él rió. Pero no un sonido bonito, sino cortante, afilado. —Por la misma razón por la que este sitio se llena de clientes hombres cuando tú trabajas —se acercó, tocándome la barbilla—. Porque eres hermosa, sensual, y tienes un cuerpo que cualquiera vería dos veces. No te hagas la inocente, Viatrix. Sabes que él también lo notó. Le gustaste. Me aparté de su agarre. —Eso no es suficiente —seguí—. Además… tu tío es mayor para mí. Tengo veintiséis, Damian. ¿Cómo voy a captar la atención de un hombre como él? Él bufó. —Solo tiene treinta y dos. Y tú te ves madura para tu edad. Mis argumentos se desmoronaban uno a uno. Él los derribaba con la facilidad de quien aplasta insectos. —Damian —murmuré, casi suplicante—, todos en tu familia saben que soy tu novia. Gael no va a caer en nada. Te conoce. Sabrá… Él me cortó. —Gael no sabe nada de mi vida. No hablamos. Nadie habla con él. Y nadie le dirá que tú eres algo mío. Diremos que eres mi amiga de la universidad. Él se lo va a creer. Mi garganta ardió. Quise refutar algo más. Quise encontrar una grieta. No pude. Cada muro que intentaba levantar, él lo derribaba sin piedad. Finalmente, se marchó dejándome con un beso vacío en los labios… y esa sensación amarga en el pecho, como si me hubiera dejado endeudada con su expectativa. La tarde se volvió una neblina. Trabajé como si fuera un robot, mecánica, fría, sin poder concentrarme. Cuando terminé mi turno, mi teléfono vibró otra vez. Damian: «Ponte hermosa. Esta noche vamos a un lugar.» Mi corazón dio un salto tonto. Patético. Una parte de mí —la parte rota que él sabía manipular— pensó: ¿Una cita? ¿Quiere que hablemos? ¿Quiere… reconectar? Me arreglé. Como una idiota enamorada. Un vestido hermoso, maquillaje suave, labios brillantes. Algo que Damian solía amar. Algo que yo solía amar ponerme para él. Cuando bajé al ver su auto, él me miró con un gesto que hubiera matado a la Viatrix de hace meses: Satisfecho. Evaluando. No admirando. No amando. Al subir al auto, pregunté: —¿A dónde vamos? Y su respuesta me rompió un poquito más. —A tu encuentro "accidental" con Gael. Mi corazón cayó como una piedra. De golpe. —¿Qué? Pensé que… Damian, yo creí que íbamos a— —No hay tiempo para romanticismos, Viatrix —me interrumpió, arrastrando mis ilusiones por el pavimento—. Hay que empezar cuanto antes. Durante el trayecto no me tomó la mano. No me miró. No intentó hablarme. --- Me dejó frente a un edificio elegante, con luces tenues y puertas oscuras: un club privado. —Mis contactos dicen que Gael reservó el lugar para él solo esta noche —explicó—. Está adentro. Lo miré horrorizada. —Ese club está reservado. No me van a dejar entrar. —Inventa una excusa —dijo, como si fuera fácil—. Di que te vienen persiguiendo. Llora, haz lo tuyo. Mi pecho se hundió. —Yo no soy buena mintiendo. Se van a dar cuenta. —Todas las mujeres son buenas mintiendo —replicó con frialdad—. Solo haz lo tuyo. Sus palabras me dolieron más que cualquier insulto. Tragué saliva. —¿Y si… si es peligroso? Tú mismo dijiste que Gael está metido con… gente peligrosa. Él me miró sin rastro de emoción. Sin empatía. Sin duda. —No te pasará nada si juegas bien tu papel. Ahora entra. Me bajé del auto y él se fue. Ni siquiera miró atrás, le dió igual. Y a mí comenzó a darme igual lo que él quisiera. Pero ya estaba allí, frente a esas puertas, y más por curiosidad que por complacerlo a él, entré. O eso intenté. El interior del club era impresionante. Sofisticado, elegante, casi silencioso. Nada que ver con los bares ruidosos de la ciudad. Todo olía a madera fina, whisky caro y perfumes exóticos. La luz era cálida, intimista, como si el lugar estuviera hecho para pecados elegantes. Pero estaba vacío. Solo los guardias en la entrada interna me detuvieron. —No puede entrar, señorita —dijo uno, cruzando los brazos—. Está reservado. Mi corazón golpeaba mi pecho. Recordé el plan. Recordé por qué estaba allí. Y entonces… tuve que interpretarlo. —P-por favor… —mi voz tembló de verdad, el miedo era real—. Necesito entrar, por favor… me vienen siguiendo, necesito esconderme, solo un momento… —No es un refugio —dijo el guardia—. Si tiene un problema, vaya a la policía. No puede entrar. Intenté otra vez. Suplicar. Llorar. Temblar. Nada. Los guardias se acercaron para escoltarme hacia la salida cuando, de repente— —Déjenla. —Una voz. Fuerte. Profunda. Serena. Los guardias se congelaron. Yo también. Lentamente giré la cabeza… Y lo vi. Él. Gael Hendrix. Y aunque ya lo había visto antes, no tuve tiempo de apreciarlo en su totalidad. Gael era alto. Imposiblemente alto. Con hombros anchos, un torso poderoso bajo una camisa negra que parecía hecha a la medida. Su cabello oscuro caía hacia atrás con un descuido cuidadosamente elegante. Y su rostro… No debería existir un hombre con un rostro así. Seductor. Afilado. Perigroso. Un lobo vestido de rey. Y tenía apenas treinta y dos. Treinta y dos. Mis labios se separaron sin querer. Su atención cayó sobre mí. Esa mirada fue un golpe seco en el estómago. Como si me desnudara. Como si viera más allá de mis lágrimas falsas… y mis verdades rotas. No me miró como en el cementerio, esta vez tuvo una intensidad que sentí como un peso físico. Y yo… por un segundo interminable… Olvidé respirar.






