2: La Propuesta Sucia

Cuando por fin logré salir de la mansión Hendrix, sentí que podía respirar otra vez. El aire frío de la calle me quemó los pulmones de una forma que agradecí. Después de horas rodeada de susurros venenosos, perfumes demasiado caros y miradas que me atravesaban como si yo fuera una intrusa, mi cuerpo estaba tenso, rígido… como si hubiera estado conteniendo la respiración desde que llegué.

El camino a mi departamento fue un borrón gris. No recuerdo si tomé el autobus o si caminé un tramo; solo recuerdo el zumbido en mi cabeza, como si la energía enloquecida de Damian aún se aferrara a mí.

Cuando abrí la puerta de mi pequeño estudio, la luz cálida del pasillo me golpeó como un abrazo. Mi casa era diminuta —una sola ventana, una cocina que gemía cada vez que encendía la hornilla, un sofá que ya había vivido mejores décadas—, pero era mía. Aquí nadie me miraba por encima del hombro. Aquí no tenía que fingir que encajaba. Aquí no sentía ese vacío frío que recorría los pasillos de la mansión Hendrix.

Me quité los zapatos y los dejé caer sin gracia al lado de la puerta. El silencio me envolvió. Me recosté en el sillón y, por un instante, dejé que el cansancio me arrastrara. Cerré los ojos.

Pero la calma no duró.

Un golpe en la puerta me hizo tensar los hombros. Firme. Impaciente.

Mi corazón se aceleró.

Sabía quién era antes de abrir.

Cuando giré el picaporte, Damian estaba allí. Bajo la luz del pasillo su rostro parecía más afilado, más sombrío. Había perdido algo desde la tarde… o había ganado otra cosa. Algo turbio. Algo que no sabía nombrar.

—Necesito hablar contigo —dijo, sin pedir permiso para entrar.

Entró igual.

Olía a whisky, a lluvia, a rabia contenida.

Yo tragué saliva.

—Damian, no creo que hoy sea—

—Viatrix —me interrumpió, y su voz tenía esa mezcla extraña de suavidad y filo escondido—. Ven. Siéntate conmigo.

No quería. Algo en mí lo sabía. Pero mis pies obedecieron igual. Como siempre.

Nos sentamos en mi pequeño sofá, su cuerpo demasiado grande para mi pequeño espacio. La habitación se llenó de su presencia como si él reclamara cada centímetro del lugar.

—Lo siento por antes —murmuró, aunque su tono no sonaba nada arrepentido—. Estaba… descompuesto.

Yo respiré hondo.

—Fue un día duro —dije.

—Duro —repitió con una risa sin humor—. No tienes idea.

Sus ojos verdes se fijaron en mí. Intensos. Oscuros. Algo en ellos me erizó la piel.

—Tú eres lo único que tengo —susurró, tomando mi mano—. Lo único real. La única que no me ha fallado.

Mi estómago se encogió.

Ese tono… lo conocía. Lo usaba cuando quería que yo cediera. Cuando quería que yo creyera que él era un niño roto y no un hombre acostumbrado a devorar todo lo que quería.

—Damian, estás diciendo cosas que—

—Dime que me amas —interrumpió, su agarre en mis manos endureciéndose.

Lo miré, confundida.

—Claro que te amo, pero eso no—

—Entonces demuéstralo.

Mi corazón dio un salto. Algo en su voz… era incorrecto. Profundamente incorrecto.

—¿Qué estás diciendo?

Damian inspiró hondo. Como si estuviera por confesar algo grande. O por cometer un crimen.

—Te necesito, Viatrix.

—Yo estoy aquí, Damian, pero—

—No así —me cortó de nuevo—. No solo… aquí. Necesito que hagas algo por nosotros. Por nuestro futuro.

Mi pulso se aceleró.

—¿Qué tipo de algo?

Lo vi tragar saliva. Vi cómo su mandíbula se tensaba.

—Quiero que me escuches sin interrumpir —dijo—. Por favor.

Asentí, aunque ya un frío me recorría los brazos.

—Gael —dijo su nombre como si fuera un veneno—. Él se quedó con todo. Sabes lo que eso significa para mí, para mi familia… para nosotros.

—No sé qué tiene que ver.

Me tomó de la muñeca, firme, casi doloroso.

—Tiene TODO que ver. Porque si él controla la fortuna, controla nuestro futuro, ¿entiendes? Yo no puedo darte lo que mereces sin eso. No puedo protegernos, no puedo sacarte de este… lugar —miró mi departamento con desprecio sin molestarse siquiera en disimularlo—. No puedo darnos la vida que queremos.

Me dolió. Más de lo que esperaba.

—Damian… no necesitas hacer eso.

—Sí lo necesito —su agarre era casi doloroso—. Y tú también.

Mi respiración se volvió irregular.

—¿Qué estás tratando de pedirme?

Hubo un silencio.

Pesado.

Y entonces, él lo soltó. Con una calma escalofriante.

—Seducir a Gael.

Mi mente quedó en blanco.

—¿Qué…? —susurré.

—Seducirlo. Acercarte. Ganarte su confianza. Casarte con él si hace falta —sus palabras cayeron como cuchillos—. Todo lo que él tiene… será tuyo. Nuestro, Viatrix.

No pude evitar la risa, pero no era una risa feliz. Era una risa rota. Incrédula.

—Esto es una broma —dije, poniéndome de pie—. Tiene que serlo. Damian… dime que es una broma.

Él me miró con esa expresíon nueva que me aterraba: suave por encima, vacía por dentro.

—¿Te parece que estoy bromeando?

Sentí cómo las piernas me fallaban. Me apoyé en la mesa para no caer.

—¿Quieres que…? Damian, eso está mal. Es una locura.

—Está justificado —rugió, poniéndose de pie también—. Por amor, Viatrix. ¡Por amor! ¿No dices que me amas? ¿No dices que harías lo que fuera por nosotros?

La palabra amor se volvió sucia en su boca.

—No puedo hacer eso… —murmuré, temblando—. No puedo. No soy—

—¿No eres qué? —se acercó, arrinconándome sin tocarme—. ¿Lo suficientemente buena para un Hendrix? Porque yo mismo ví como te miraba ese tipo, le atraes. ¿Finges que no sabes? ¿O es que no me amas tanto como dices?

Esa puñalada me atravesó.

Él lo sabía.

Sabía exactamente dónde herirme. Porque sabe que lo amo con locura, lo amo desde que arriesgó su vida por salvarme y desde entonces siento que le debo la mía.

—Damian… por favor…

—Viatrix —susurró, rozando mi mejilla con los dedos—. Esto es por nosotros. Yo te amo. Quiero una vida contigo. ¿No lo quieres tú también?

Quería llorar. No lo hice.

Quería gritarle que no era justo. Que me estaba usando. Que eso no era amor.

Pero mi voz no salía.

—Si lo haces —continuó—, si te casas con él… su dinero será nuestro. Y podremos vivir bien. Yo te daré todo, te lo prometo. Esto es solo… una jugada, ¿entiendes? Un sacrificio. Después serás mía. Solo mía.

Mi corazón se rompió en algún lugar profundo. Como si una fisura invisible se extendiera por dentro.

Yo sabía que estaba mal.

Que era horrible. Que era manipulador. Que no era amor.

Pero también sabía lo frágil que él me hacía sentir. Lo dependiente. Lo necesaria que quería ser para él.

Y sabía que si decía que no… algo se rompería para siempre.

Tragué saliva. Mis manos temblaban.

—Está bien… —susurré, apenas audible—. Lo haré.

Damian sonrió. No una sonrisa feliz. Una sonrisa satisfecha.

Como un hombre que acababa de cerrar un trato.

Me abrazó, y yo me quedé quieta. Fría.

Vacía.

Cuando él se fue, cerré la puerta con manos temblorosas.

Apoyé la frente contra la madera, sintiendo cómo mi respiración se convertía en un hilo delgado y tembloroso.

—¿Qué estoy haciendo…? —murmuré.

Y por primera vez, desde que lo conocí, sentí miedo.

No del plan.

No de Gael.

Sino de Damian Hendrix.

Y de lo que acababa de convertirme.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP